domingo, 27 de octubre de 2013

PÍCNIC JUNTO AL CAMINO - Arkady y Boris Strugatsky


Primera versión en ruso serializada en 1972.
Editada en castellano por Ediciones B.
Traducción de Miquel Barceló.
239 páginas.

Sinopsis.

Han pasado ya varias décadas desde que Harmont, Canadá, fuera visitada por unos misteriosos seres extraterrestres.Tras este hecho, en muchos casos catastrófico para gran parte de la población, un sector de la ciudad quedó bajo el influjo de inexplicables fenómenos. Desde entonces, los stalkers se encargan de entrar en la Zona para robar objetos de naturaleza extraña, algunas veces milagrosos, otros sencillamente mortales.

Comentario del libro.

Leer este libro, tan breve según los cánones de la ciencia-ficción actual, resulta una experiencia bastante más enriquecedora y conmovedora que la aportada por muchos de los tochos de 700 páginas que actualmente acaparan el mercado editorial. Por si fuera poco se trata de una historia sin grandes ni espectaculares escenarios, sin momentos de acción desenfrenada, ni siquiera aparece el inevitable desfile de artilugios futuristas tecnológicamente verosímiles o de teorías sofisticadas y de moda entre los gurús científicos del momento. Hablamos, por tanto, de un libro de esos que son difíciles de clasificar y que emana más de las particulares preocupaciones filosóficas o morales de su autor (o autores, en este caso) que de la necesidad de cumplir con los fines pseudo-científicos del género. Pero con esto no quiero decir que no sea un libro disfrutable para la mayoría de los aficionados de la ciencia-ficción, todo lo contrario, opino que Picnic junto al camino refleja una parte del género que quizás se ha visto demasiadas veces eclipsada por los fuegos artificiales tecnológicos y la espectacularidad, un espacio del imaginario humano que responde más a los sentimientos de inquietud ante lo maravilloso que al deseo de arrojarse ciegamente a sus brazos.

Lo primero que me ha llamado la atención de esta novela ha sido su similitud con Pórtico de Frederik Pohl. Teniendo que en cuenta que la novela de Pohl y la primera edición en inglés de Picnic junto al camino (Roadside Picnic en su versión anglosajona) son ambos de 1977 existe la posibilidad de que el escritor estadounidense copiara de forma premeditada la idea base de los hermanos Strugatsky, lo cual no resta en el fondo demasiado valor a la obra del primero, pero sí debería ensalzar aun más la fama de los segundos. Y es que la idea es realmente buena: el ser humano tiene la posibilidad de extraer para su propio beneficio algunos artilugios pertenecientes a una cultura extraterrestre, pero a costa de numerosos peligros y sacrificios. Como decimos, Pórtico parte de esa misma premisa, aunque Pohl dirige su libro hacia la epopeya espacial. Y ahí comienzan las principales diferencias entre los dos planteamientos: donde Pohl abre el camino hacia la aventura galáctica los Strugatsky prefieren ahondar en espacios más bien cerrados y agobiantes, en los bajos fondos de un pueblo de mala muerte situado en Canadá. Los protagonistas de ambas novelas pertenecen a la clase trabajadora o incluso al lumpen, son buscavidas que aprovechan las circunstancias para intentar salir de la miseria, pero en el caso de Red Schuhart de Picnic junto al camino las posibilidades de escalar socialmente son mínimas, dado el carácter irremediablemente ilegal de su actividad. Él es un stalker, un cazador furtivo que se introduce en la Zona, la parte de la ciudad afectada por la visita de los extraterrestres y que quedó repleta de objetos extraños y poderosos, pero también bajo la condena de horribles e inexplicables peligros mortales. Como tantos otros lugareños y otros foráneos que llegarían después en busca de fortuna, Red vio en esta actividad una forma de hacer dinero rápido, pero a diferencia de muchos que fueron cayendo en el intento él se ha convertido en poco tiempo en un curtido veterano. Afectado físicamente (hasta el punto de alterar sus genes) y emocionalmente quebrado, alcohólico, entrando y saliendo de prisión, su vida se ha visto irreparablemente dominada por la Zona, o como él la llama: la puta.

Por lo demás, Picnic junto al camino no es solo un libro de ciencia-ficción, también es un libro con cierto aire de la serie negra centrada en los bajos fondos y los perdedores, como por ejemplo puede verse en la obra de Jim Thompon, James M. Cain o Raymond Chandler. Sus personajes son tipos duros o seres destruidos, tristes bufones, viciosos y alucinados, siempre bajo la mirada condenatoria de la autoridad, pero usados sin miramientos por ésta cuando le es conveniente. Igualmente, la novela bebe del espíritu de las novelas de espionaje de John le Carré o Graham Greene, con esos escenarios post-bélicos (como por ejemplo el Berlín inmediato a la segunda guerra mundial) convertidos en limbos de legalidad, repartidos en un precario equilibrio entre varias potencias enemigas, donde todos desconfían de todos. Los lugareños, a veces sumisos y prostituidos, otras taimados y traicioneros, pero siempre expuestos a ese choque de fuerzas, procuran extraer el poco beneficio que pudiera surgir de la situación. Red, una víctima colateral más de una fulminante brecha abierta en la historia, la geopolítica y la ciencia, sin ser fiel a nadie en particular, vende al mejor postor (ya sea a los numerosos traficantes que rulan en la ciudad, ya sea al propio instituto científico de la ONU que se encarga de estudiar el fenómeno) el producto de sus pesquisas en la Zona. Aunque en el fondo, como vamos viendo en el libro, bajo su dura apariencia hay un fuerte instinto ético que le impide llegar a las últimas consecuencias, a ser alguien capaz de abandonar o liquidar a sus compañeros furtivos para salvar el pellejo o consentir en vender objetos que solo podrían ser usados como herramienta de destrucción.


Arkady y Boris Strugatsky tuvieron que lidiar bastante a lo largo de su carrera con la censura del régimen soviético. De hecho esta novela, aunque serializada en una revista en 1972 tuvo que esperar para poder ser publicada en libro y solo después de pasar por algunos retoques. Pero, ¿que podía molestar tanto de esta historia a los censores comunistas? Según mi libre interpretación, pudiera deberse a que Picnic junto al camino encierra una sutil metáfora del aislamiento voluntario y los miedos a las influencias del exterior por parte del régimen soviético. Los objetos de la Zona, difíciles de controlar, a veces de efectos devastadores, representan las imprevisibles consecuencias de las ideas y comportamientos provenientes del mundo exterior al Telón de acero. La “visitación” de los extraterrestres podría simbolizar la presencia de todo un mundo ajeno al modo de vida instaurado por el comunismo en su versión soviética. Quizás esta interpretación esté demasiado pillada por los pelos, no lo sé, pero lo que está claro es que esta novela de los hermanos Strugatsky introduce en la mente del lector un sentimiento contradictorio de fascinación y de terror ante lo Extraño, lo Exterior, lo Desconocido. Se podría leer esto también como una descripción de los límites del antropocentrismo más imbécil, que no es otra cosa que la frecuente incapacidad del ser humano por reconocer su dimensión ante el universo que le rodea. Pero, qué duda cabe que cualquier totalitarismo, nacionalismo o simple y llano racismo es, al fin y al cabo, una extrapolación de un sentimiento primario antropocentrista que nos aísla frente a lo no humano, que hace que incluso lo humano deje de serlo a través del prisma del fanatismo y la ignorancia.

De todas formas, la novela no ofrecen una lectura simple ni unilateral. Si Picnic junto al camino podría ser, seguramente, una metáfora contra el aislamiento que se vivía en el régimen soviético, esta metáfora no se nutre de una simple alabanza de su tradicional contrario. Es decir, en ningún momento nos encontramos con una posible loa del mundo capitalista o de los supuestos valores democráticos que éste enarbola como bandera. La Zona, ese mundo tras el límite de lo normal, de lo conocido, es un mundo amenazante lleno peligros y horrores… pero también de milagros. Por lo tanto, la novela prefiere plantear la duda, transmitir un sentimiento de inseguridad que huye de consignas claras, no tanto por relativismo como por una medida intención de hacer pensar al lector. Quizás eso era lo que se temía el régimen soviético, que los lectores pensaran en esos términos tan ajenos al orden y el oficialismo tan propios del Partido.

Una vez dicho todo esto, también es necesario hablar de esta novela como una magnífica obra de ciencia-ficción, porque al fin y al cabo eso es lo que es. Al margen de interpretaciones libres, la idea tal cual sobre la que se asienta la novela, la descripción de los objetos y fenómenos derivados de la Zona, la narración de las incursiones, los diálogos, algunos de ellos repletos de contenido especulativo… todo en esta novela lleva a revivir la ciencia-ficción más auténtica y fascinante. Por lo demás, es inevitable encontrar algunos ecos del maestro Stanislaw Lem, ya no solo por el tema de la incomprensión ante otra cultura inteligente, sino por ciertos detalles de la novela que recuerdan a Solaris o La investigación.

En definitiva, se trata de un libro que todo aficionado a la ciencia-ficción o cualquier lector en general debería leer tarde o temprano. Su lectura deja en evidencia que su adaptación cinematográfica (que contaba con un guión de sus propios autores) es magnífica en su estética y en su poética, pero muy limitada en cuanto a transmitir el verdadero espíritu de la novela. En todo caso, ambas obras pueden disfrutarse de formas diferentes.

Totalmente imprescindible.

Reseña de Antonio Ramírez.


PÓRTICO - Frederik Pohl


Primera versión en inglés publicada en 1977.
Edición en castellano por Nova (Ediciones B).
Traducción de María Teresa Segur Giralt y Pilar Giralt Gorina.
368 páginas.

Sinopsis.

En el espacio profundo es encontrado por puro azar un inmenso artefacto, legado de una civilización huida de nuestra galaxia mucho antes del origen del hombre. Esta base espacial da a los seres humanos la posibilidad de acceder a tesoros tecnológicos y científicos inimaginables... o quizás a la condenación.

Comentario del libro. 

Pórtico era otro de los grandes clásicos de la ciencia ficción que me faltaba por leer. Ya desde la época del mítico y añorado foro de Cyberdark recuerdo los apasionados debates en torno a la saga de los Heechee, y aunque había más o menos unanimidad de que este primer libro valía la pena no lo había tanto con las restantes entregas. Quizás por eso y por posteriores comentarios que me confirmaron la irregularidad de la tetralogía, he ido dejando pasar el tiempo sin haberme atrevido a leer al menos la novela que la abre. Al fin me he decidido, en gran medida como homenaje a su autor, recientemente fallecido.

Tras terminar Pórtico, tengo la impresión de haber recibido una descripción coherente de ideas muy imaginativas y sin mediar necesariamente conceptos científicos verosímiles. Aunque el libro está plagado, por ejemplo, de términos astronómicos o físicos, no por ello se busca coherencia científica ni reforzar así la credibilidad de la trama. Por lo tanto, no puede decirse que Pórtico sea una novela perteneciente a la rama “hard” de la ciencia ficción. Aun así, Frederik Pohl logra ser muy convincente y uno termina por aceptar la propuesta básica sin demasiados problemas: la humanidad ha encontrado casualmente una serie de artilugios de procedencia extraterrestre y los usa sin conocer del todo ni su utilidad ni su funcionamiento, muy especialmente un tipo de vehículo espacial que puede recorrer enormes distancias a velocidades impensables hasta ese momento. Esta premisa es muy similar a la expuesta en Picnic junto al camino, la novela de los hermanos Arkady y Boris Strugatsky, lo que podría hacer sospechar de un cierto plagio. También puede ser que fuera total casualidad, en todo caso esta dudosa circunstancia no resta valor a Pórtico, pues ambas obras terminan divergiendo hacia caminos muy diferentes. (Ver aquí la reseña de Picnic junto al camino y algunas reflexiones sobre este asunto).

La limitación de la ciencia humana para comprender del todo estos artilugios de naturaleza alienígena aporta una humildad al relato que muchas veces suele faltar en el género, tan sobrado de científicos pedantes e infalibles. En este sentido, Pórtico me recuerda a novelas de Stanislaw Lem como Fiasco o La voz de su amo, obras donde el maestro polaco describe la imposibilidad de los científicos humanos para encontrar sentido a la lógica extraterrestre, con resultados tan imprevisibles como desastrosos. No obstante, ahí donde Lem sitúa en primer plano un discurso pesimista en cuanto a la incapacidad de la ciencia para comprender o comunicarse con otras culturas inteligentes, situación que en manos de este autor suele trascender las limitaciones del género para convertirse en un discurso filosófico prácticamente misántropo, Frederik Pohl prefiere solventar el dilema dotando a sus personajes con potentes motivaciones como el afán de superación, la curiosidad, la búsqueda de aventura e incluso la mera codicia, ideando una situación que hace creíble que la gente arriesgue su vida usando naves espaciales que no comprenden para ir a destinos inciertos. Su coartada, bastante creíble, es que la humanidad del futuro se halla al borde del colapso: superpoblación, desastres ecológicos, etc, por lo tanto cualquier hallazgo proveniente de la misteriosa civilización Heechee (tal es el nombre que han puesto a unos seres de los que no se conoce ni tan siquiera su aspecto) puede quizás ayudar a superar una situación cada vez más insoportable. Pero, aun así, los “prospectores” (así se llaman los que parten desde Pórtico en las naves heechee), no son presentados como samaritanos que actúen desinteresadamente, pues la Corporación ofrece bonificaciones cuantiosas según sean sus descubrimientos, contando que también puedan volver con las manos vacías o, en muy altas probabilidades, que mueran en el intento. En realidad, la idea es muy cercana a la de aquellos pioneros americanos que se internaban en territorio indio, pues éstos lo hacían pensando ante todo en su propio beneficio, pero a la vez, con su acción, iban abriendo y acaparando territorio para todos los demás que vendrían después (¡para desgracia de los indios!).


Pórtico es un libro publicado a mediados de los años 70 y la verdad es que se nota mucho. Aunque en un sentido formal es un libro muy clásico, desprovisto de cualquier atisbo de experimentalismo literario, hay un intento de sacudirse muchas de las ingenuidades argumentales heredadas de la época clásica del género: los diálogos resultan muy creíbles y naturales, los personajes, comenzando por el protagonista principal, son inseguros y llenos de matices psicológicos, lejos de la imagen impoluta del héroe tradicional. Otro detalle crucial, como ya hemos comentado, es que los científicos quedan en un segundo plano, siempre a expensas de los descubrimientos que van realizando los prospectores, es decir, prácticamente del azar. Hay además en la novela una clara intención de ser explícito en el lenguaje respecto a temas como el sexo o las drogas, algo muy propio de la época en que fue escrito. La homosexualidad, por ejemplo, es retratada sin demasiados prejuicios, incluso el protagonista confiesa ciertas tendencias en ese sentido, algo impensable en otras épocas del género. Respecto a esto último, hay que señalar la fuerte presencia del tema del psicoanálisis. De hecho, la trama principal es un largo flashback derivado de las sesiones psicoterapéuticas (descritas en pequeños capítulos intercalados) que el protagonista está recibiendo por parte de un analista robot. Aunque al comienzo esto puede chocar un poco, la importancia de estos apartados psicoanalíticos va cobrando cada vez más sentido. Son interludios llenos de humor y desparpajo que describen la tormentosa relación entre el personaje principal y su analista, hasta llegar a un final (tranquilos no lo voy a destripar) que es todo un alarde de macabra ingeniosidad por parte de Pohl.

En fin, Pórtico es un libro que se lee en un suspiro, resultando francamente adictivo y fácil de digerir, pero quizás sea justo decir que promete más de lo que termina dando, pues las inmensas posibilidades de la historia quedan flotando sin despegar del todo. Si hay algo realmente criticable en Pórtico es que plantea un escenario perfectamete dispuesto para la aventura de altos vuelos, una buena excusa para idear elementos fantásticos y situaciones interesante, algo que solo ocurre en una forma muy limitada. Pero aun así, pese al coitus interruptus que puede suponer para los lectores más ávidos de aventuras, civilizaciones extraterrestres, especulaciones científicas, etc, pienso que hay que reivindicarlo como un buen libro del género. 

Creo que terminaré por leer el resto de la saga, espero que no me decepcione tanto como para estropearme el buen sabor de boca que me ha dejado esta primera novela.

Reseña de Antonio Ramírez

martes, 22 de octubre de 2013

LA PIEL FRÍA - Albert Sánchez Piñol

Primera edición en catalán en 2003
Publicada en castellano por Edhasa en 2005
Traducción de Claudia Ortego Sanmartin
288 páginas.

Sinopsis.

Un antiguo combatiente del IRA decide aceptar un puesto de oficial atmosférico en un islote perdido en el océano. Lo que en principio parecía un aburrido trabajo en tierra de nadie termina por convertirse en una pesadilla. 

Comentario del libro.

Tras el éxito y correspondiente repercusión mediática que recibió Victus me ha sido imposible no sentir curiosidad por los libros de Albert Sanchez Piñol, autor del que, tengo que admitirlo, no tenía la más mínima noticia hasta el momento. Un buen amigo (y colaborador de este blog) me recomendó leer su primera novela y he aquí que me dispongo a realizar la reseña de esta obra, la primera de ficción que publicó este autor catalán (tras Payasos y monstruos, un ensayo sobre varios dictadores africanos) y que desde su aparición ya fuera considerada una obra de culto por muchos lectores más avispados que un servidor.

Seguramente podría decirse muchas cosas de La piel fría, puesto que son numerosas las perspectivas desde las que puede ser valorada y analizada. No me cabe duda de que esta multiplicidad de interpretaciones se deba, ante todo, a que no pertenece a un género perfectamente delimitado. En un primer momento parece que estemos ante un relato fantástico o de terror, pero pronto descubrimos (pues el autor lo deja claro rápidamente) que lo que leemos está atravesado además por otros propósitos no tan fáciles de ubicar.

La piel fría es un excelente ejemplo de libro que crece en nosotros una vez se ha terminado, tanto por lo que en él se cuenta como por lo que solo se insinúa o directamente queda inexplicado y se deja para la imaginación del lector. Albert Sánchez Piñol logra conmovernos a fondo, ya sea por su cuidada planificación o por su filigrana lingüística, ya sea por los conceptos puestos en juego, a medida que avanzamos en la novela tenemos la creciente sensación de que estamos desentrañando una trama de implicaciones muy complejas, todo eso pese a ser una historia de apariencia muy sencilla debido a su limitación de elementos (un escenario muy reducido, pocos personajes, acción repetitiva y desarrollo circular), pero hecha con tal certeza y economía de medios que por fuerza entrevemos que estamos siendo conducidos por un talento literario sobresaliente.

En menos de 300 páginas vivimos una introspectiva odisea que, aunque rebosante de acción, la mayor parte del tiempo toma su fuerza del delirio, de la duermevela, de la confusa desesperación del protagonista, pero no por ello se crea que hablamos de una historia de tintes oníricos o estrictamente subjetivistas. El autor nos coloca en una situación improbable (dos seres humanos abandonados en una isla que es asediada constantemente por monstruos marinos), pero a falta de lo que podríamos llamar una fase intermedia entre lo real y lo fantástico, el protagonista (y de paso el lector) debe aceptar, sin más preámbulos, que un escenario de locura sea la pura realidad. Y paradójicamente, a partir de ese momento, la lucidez ordinaria, ese estado despreocupado (y casi podríamos decir que mecánico) que nos embelesa en la vida cotidiana, es substituida en el protagonista por el permanente estado alterado de consciencia propio del instinto de supervivencia llevado a sus extremos. Resulta chocante, por tanto, que una vez asumidos los elementos fantásticos del libro (es decir, los monstruos, o como son llamados por sus protagonistas: los carasapos) se transformen en algo perfectamente normal, una fuerza más de la naturaleza a la que cualquier isla perdida en mitad del océano podría estar expuesta, como los tifones o los huracanes. En realidad poco más llegamos a saber de ese tema, pues la novela no pretende, ni mucho menos, dar explicaciones en torno a estos seres. Son los personajes humanos (el protagonista principal y su extraño compañero de armas) los que aportan mediante sus comportamientos y pensamientos cada vez más enajenados el factor verdaderamente insólito y delirante del relato. Los monstruos, por mucho que suene a tópico decirlo, funcionan como el crisol simbólico mediante el cual los personajes evolucionan, se redimen o se condenan. Especialmente en el caso de Aneris, la carasapo hembra que ocupa el tercer ángulo en el triángulo (¿o debería en este caso decir trío?) de personajes principales. Pareciera que su función fuera encarnar el límite tras el cual se transgrede cualquier orden moral, cultural o psicológico considerado como civilizado, la pura perturbación de “lo humano” una vez es enfrentado al infinito deseo/repulsión que se oculta en las profundidades del espíritu. Hasta tal punto que este magnífico personaje puede llegar a sospecharse como una pura proyección mental de los dos personajes auto-condenados a un exilio tanto físico como psíquico. Por ello, no faltan momentos en los que uno piensa que quizás todo transcurra en una especie de limbo a medio camino de lo imaginario y lo tangible. Así, la isla y la estrambótica aventura que los dos protagonistas viven en ella, por mucho que estén precisadas con contornos bien definidos y perfectamente materiales, terminan por cobrar el sentido de una pesadilla de la que fuera imposible evadirse. Todos los componentes violentos, sexuales y extremos de la historia parecen apuntar a ello.


En todo caso, la novela también funciona como un rabioso ataque al antropocentrismo (y ya puestos, a cualquier posición unilateral en el sentido que sea; imposible es, por tanto, no relacionarlo con ciertas circunstancias biográficas brevemente esbozadas del protagonista en cuanto a su pertenencia al IRA). Toda conjetura, toda explicación para desentrañar la naturaleza y motivaciones de los monstruos (en su empeño por destruir a los dos humanos), también los esfuerzos por comprender el comportamiento de Aneris y su, al parecer, crucial papel en el conflicto, están condenados de ante mano al fracaso y al error más absoluto. Cualquier interpretación, por muy expansiva y extravagante que esta pudiera ser, está encaminada a reflejar la limitada perspectiva humana. ¿Cuál es, por tanto, la alternativa al enfrentamiento y la violencia? ¿Cómo es posible una vía de comunicación o al menos de comprensión?

No obstante, Sanchez Piñol, lejos de solucionar el dilema por la vía del humanismo (por ejemplo, la consabida lección moral de tolerancia y la aceptación del Otro), juega magistralmente con una ambigüedad (que podríamos definir como deliciosamente perversa) que enriquece exponencialmente las concomitancias de su novela. Y quizás ahí está la máxima potencia de La piel fría, su mayor logro: ese espacio de incertidumbre por el que se cuelan los más diversos sentimientos y significados, un abismo insondable que lleva a la sempiterna duda y la desesperación del protagonista… ¡y al puro placer literario del lector! Porque lejos de acomodarse a soluciones fáciles, pero también sin caer en excesivas pajas mentales para salvar el escollo, Sanchez Piñol sabe armarse de recursos literarios propios de un verdadero gran escritor para afrentarse a un disyuntiva sin posible solución, pero que aun así siempre queda reclamando algún desenlace, sea cual sea, reflejando de esta manera ese inmenso hueco de incertidumbres sin resolver que al fin y al cabo es la condición humana.

En suma, estamos ante una más que reseñable novela, quizás imperfecta en muchos sentidos, aparentemente modesta en su concepción, pero amplia e imprevisible en sus repercusiones en el lector, lo cual no es precisamente poco.

 Muy recomendable.

Reseña de Antonio Ramírez.

miércoles, 2 de octubre de 2013

EMPOTRADOS - Ian Watson

Primera edición en inglés en 1973.
Publicada en castellano por Martinez Roca en 1977.
Traducción de Ramon Ibero.
181 páginas.

Sinopsis.

Un lingüista especializado en la reeducación de niños autistas, un antropólogo que estudia las tribus de indios del Brasil, un grupo de investigadores espaciales que entran en contacto con los extraterrestres Sp'thra... este es el escenario para un inmenso cambio para la humanidad, o quizás para un inmeso desastre. 

Comentario del libro.

Ya había leído Empotrados hace casi dos décadas y tenía muy buen recuerdo de esta novela. En realidad, siendo sincero, debo admitir que me voló la cabeza. Así que me he enfrentado a esta relectura con algo de temor de romper un mito personal. Sin embargo, puedo decir con toda tranquilidad que me ha vuelto a fascinar de la misma manera que entonces, y puede que más.

En mi opinión, uno de los principales problemas que plantea leer un buen libro (porque también los tiene malos) de Ian Watson es que después quieres que todas las novelas de ciencia ficción sean así. Al menos así me pasa a mí. Ya sé qué no todo el mundo aprecia el estilo de este escritor, quizás algo descuidado, especialmente gamberro y entre otras cosas muy poco dado a las explicaciones científicas mínimamente coherentes que esperan muchos aficionados a la ciencia-ficción, pero a cambio ofrece en estado puro eso que se ha venido a llamar el sentido de la maravilla tan característico de este género, aunque, eso sí, siempre pasado por su especial filtro. Es difícil encontrar otros autores que sepan aunar tan lúcidamente la ciencia ficción especulativa con un talante que podríamos denominar como desafiante para con las “buenas costumbres”, y eso va desde las normas más elementales del racionalismo hasta la moral y la política más conservadoras. Aunque no tanto en el caso de este libro que reseñamos aquí, esa actitud desafiante de Watson se suele traducir también en un sentido del humor descabellado y una marcada tendencia al kitsch y el esperpento, tal y como ocurre en obras como Visitantes milagrosos, Carne o El viaje de Chejov (no hace mucho reseñada en este blog, ver aquí). Son libros que conservan un difícil equilibrio entre las ideas más o menos serias y los elementos provenientes del absurdo.

En todo caso, pese a sus excentricidades y su irregularidad en cuanto a nivel de calidad, Watson ha llegado a ofrecer varias muestras de su capacidad para especular con ideas audaces y llevarlos a los extremos, es el caso de Empotrados. Pese al formato (esas ediciones setenteras tan carismáticas de Martinez Roca, pero con fuentes minúsculas comeojos y el constante peligro de que el libro se deshaga en pliegos sueltos) e incluso aceptando la propia imperfección del estilo de Watson (la cual se intuye bajo una traducción pésima, aunque afortunadamente lo suficientemente funcional como para poder comprender una historia que por momentos se vuelve bastante compleja), es difícil no percibir, por poco que uno sea favorable a este autor, que éste es un libro portentoso que lleva el género de ciencia ficción a niveles muy altos de originalidad.

Pero, ¿de qué va Empotrados? Como ocurre con casi todos los demás libros de este escritor se trata de una mezcla de muchas cosas, una amalgama de nociones dispares (que van desde lo más sesudo a lo francamente estrambótico) condensadas en poco más de 180 páginas, todo ello sazonado de tal manera que el resultado es simple y llanamente hipnótico: neurología, surrealismo, teoría del lenguaje, etnología y antropología, drogas, política revolucionaria, ecología, extraterrestres, ingeniería espacial, etc. Y aun así, paradójicamente, es una novela que sabe a poco y deja al final un regustillo amargo. Quizás sea porque uno se queda con ganas de más maravillas o quizás sea el resquemor de tristeza y desesperación que transmite. El caso es que Watson no se lo pone precisamente fácil al lector, por cada idea estimulante te encontrarás con otra depresiva, convirtiéndose su lectura en algo así como una montaña rusa de emociones enfrentadas. A lo largo de la trama ambos sentimientos se van cargando hasta un punto límite y a partir de ahí es fácil sospechar que todo va a resultar un dramático desastre, y tratándose de Watson eso vale respecto a los personajes principales, el resto del planeta y parte del universo conocido.



Surgida de la imaginación despiadada de Watson, se trata de una historia sin héroes realmente virtuosos (salvo Pierre, el etnólogo lleno de buenas intenciones, pero atrapado por su materia de estudio hasta el punto de perder cualquier perspectiva mínimamente objetiva). Más bien está llena de seres inmorales, cobardes, egoístas y crueles. Incluso los extraterrestres que aparecen (en una de las descripciones de encuentro entre humanos y alienígenas más cínicas y a la vez más fascinantes que recuerdo haber leído nunca) son seres casi omnipotentes pero cargados de bajas intenciones y de menosprecio por los "seres inferiores", así como motivados por obsesiones inabarcables para la mente humana. Tampoco la parte de los aborígenes amazónicos, eje sobre el que gira toda la trama, escapa a esta corrosión implacable. Lejos de poder compararse con relatos poetizados e idealistas de las culturas chamánicas al estilo de Las enseñanzas de don Juan, aquí el libro se convierte en un retrato crudo y falto de cualquier rastro de embellecimiento para con los indios, sus mitos y su forma de vida. Watson reprime la típica oda al “buen salvaje” a cambio de un convincente (aunque evidentemente imaginario) retrato de una cultura ajena a la realidad de la civilización moderna, en parte por su aislamiento en mitad de la selva,
con sus propios mitos y cosmogonías, en parte por una misteriosa droga que les ha dotado de posibilidades infinitas en el campo del lenguaje y el conocimiento.


El elemento político también está muy presente en la novela. Hay una evidente denuncia a las actividades de Estados Unidos en la Sudamérica de los años 70, tanto en lo que respecta a la explotación de recursos naturales como a su implicación con multitud de dictaduras militares y sus correspondientes crímenes. En este componente político del libro Watson también aplica su ambivalencia emocional, dejándonos algunas mordaces situaciones y a la vez transmitiendo una agridulce sensación de derrota. Empotrados, al fin y al cabo, es algo así como el retrato de un gran fracaso en muchos niveles posibles. Publicada en 1973, la novela rezuma por todas sus páginas el sentimiento crepuscular de una época que ya se estaba perdiendo, un periodo inmediato a los movidos años 60 que tras las ilusiones utópicas difusas y heterogéneas de un gran cambio ya se avistaba la vuelta a la normalidad y la miasma neoliberal comandada por Ronald Reagan o Margaret Thatcher.

En suma, pienso que Empotrados es un libro imprescindible dentro de su género. Su cualidad principal se encuentra en la infinidad de ideas que contiene, aunque ninguna de ellas lleva a nada en concreto y puedan ser vistas como meras pajas mentales, pero poco importa eso si se consigue llevar al lector a un estado de placentera excitación neuronal, a ese estado en que estamos predispuestos a la pura especulación y a jugar con conceptos e ideas que intuimos pueden ser posibles y demoledores.

Reseña de Antonio Ramírez