jueves, 23 de abril de 2020

EN BUSCA DE PHILIP K DICK - Anne R. Dick


Anne R. Dick estuvo casada con Philip K. Dick entre el final de los ‘50 y mediados de los ‘60. Siempre se ha dado por hecho que ella sirvió de modelo para muchas de las mujeres obsesivas, neuróticas y destructivas que pueblan las ficciones de Dick. El propio escritor se encargó durante años de contar a quien quisiera escucharle historias escabrosas sobre su matrimonio (por ejemplo, que Anne había intentado atropellarlo con un coche). Así pues, aunque está claro que nunca sabremos toda la verdad, era justo que Anne escribiera esta biografía para dar su propia versión de los hechos. Sin embargo, lo que podría haber sido un implacable ajuste de cuentas, sorprendentemente se convierte en un cuidadoso estudio de la figura de Philip K Dick, escrito con mucha mesura, incluso con excesiva indulgencia pese a la gravedad de lo que a veces nos cuenta. Y pese a todo, cuando este libro todavía estaba inédito y solo existía una autoedición que pasaba de mano en mano entre estudiosos, biógrafos y gente activa en el fandom de la ciencia-ficción, hubo quien montó en cólera por la imagen que se mostraba de Dick, hasta el punto de amenazar con acciones legales. Según la propia Anne, esto ocurrió porque su libro “(…) desvelaba una vertiente del escritor que parte de sus amigos y seguidores se negaron a aceptar. Al afecto que sentían por él se sumaba que Phil les había vendido una versión de su vida en la que yo no gozaba de ninguna credibilidad”. Quizás por eso, tardó tanto en ser publicada profesionalmente, aunque, mientras tanto, fue sirviendo de base (más o menos reconocida, según sea el caso) para algunos de los estudios más famosos que se han ido publicado sobre Dick, como es el caso de Divine Invasions: A Life of Philip K. Dick (1989) de Larry Sutin (no publicado en castellano), o la muy célebre biografía novelada de Emmanuel Carrère: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (1993). Hasta mediados de los años noventa no hubo una publicación oficial de En busca de Philip K. Dick, aunque dirigida exclusivamente a bibliotecas. Hubo que esperar hasta 2009 para que llegara una nueva edición revisada para librerías, que es la que ha servido de base para ésta traducción de Gigamesh.

En Busca de Philip K. Dick está dividida en dos partes bien diferenciadas. Por un lado,  está el periodo que la autora conoció de primera mano; por el otro lado, tenemos la infancia, juventud y el resto de la vida del escritor después de su divorcio con Anne. Evidentemente, es en la primera parte donde la autora puede aportar una visión más personal. Se trata de un periodo muy fructífero para Dick, con obras como El hombre en el castillo, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, Tiempo de marte o Aguardando el año pasado, lo cual hace que este libro sea del máximo interés para todo el que quiera profundizar tanto en la vida como en la otra de este escritor. Aunque se trata de un trabajo biográfico en el sentido estricto, en numerosas ocasiones sentiremos que estamos leyendo sobre las entrañas del proceso creativo que seguía Dick. Desde una perspectiva muy cotidiana, por las páginas de esta biografía recorreremos muchos de los sitios que después Dick plasmó en sus historias: Berkeley, Oakland, San Francisco, Marin County, etc. También sabremos de donde surgieron algunos de sus personajes, muchas veces basados en amigos y conocidos que le rodeaban, o veremos como pequeñas anécdotas de su día a día terminaron formando parte de sus historias. Por ejemplo: 

“Los jugadores de Titán, aunque imaginativa y bien construida, me resultó un poco decepcionante en comparación con El hombre en el castillo. El juego se basaba en nuestras partidas apasionadas al Monopoly. La sociedad que describía Phil en la novela estaba obsesionada con que las mujeres se quedasen embarazadas. Creo que Phil usó parte del material de la época de Berkeley.
A continuación, Phil me contó su nueva idea para una novela:
-Voy a escribir sobre el sindicato de fontaneros y la cooperativa de Berkeley. Voy a llevarlos a Marte.
Aquello se convirtió en Tiempo de Marte”. 

Respecto a los periodos donde ella no estuvo presente, lógicamente están tratados de una forma más impersonal. La autora está obligada a tirar más de los típicos elementos que suelen usar los biógrafos: material de archivo, manuscritos inéditos, cartas, pero sobretodo los testimonios de amigos, colegas de profesión, familiares, etc. Sin embargo, se nota que Anne aprovechó bien sus contactos, pues al ser alguien tan cercano a Dick pudo acceder a su círculo más íntimo, aunque debido a su fama de mala esposa (propagada, recordemos, por el propio Dick), también encontraría algunas resistencias. Al estar planteada la biografía de una forma muy original, casi como un documental, a medida que vamos avanzando en la lectura, la autora aprovecha para revelar algunas de las interioridades de su investigación. De esta manera describe, por ejemplo, la sorpresa de algunos de los entrevistados por encontrarse con una mujer que creían muy diferente. Es quizás en esos momentos cuando Anne R. Dick se muestra más satisfecha, como si fuera una victoria por la dignificación de su persona después de tantos años de rumores e historias malintencionadas.

Sin embargo, pese a los pequeños momentos de euforia, el tono general de esta biografía es de frustración, y no son pocos los pasajes donde la autora expresa su incapacidad para acceder al núcleo duro de lo que termina considerando un misterio: el propio Philip K. Dick. Sin duda, teniendo en cuenta su propia experiencia, sabía bien de los peligros de perderse en una historia tan confusa como la de su ex marido. Tal y como les había ocurrido a otros biógrafos de Dick, uno podía comenzar a tirar del hilo solo para acabar enredándose con él. Quizás, el caso más radical fue el de Paul Williams, el influyente periodista y crítico musical de la contracultura americana. En 1974 publicó una extensa entrevista con Dick para la revista Rolling Stone (1). El escritor aprovechó la ocasión para explayarse con algunas de sus teorías y mezclarlas con asuntos oscuros de su propia vida, especialmente sobre un robo que sufrió en su casa en 1971 y de cuya autoría culpaba intermitentemente a la CIA, el FBI, los Panteras Negras o los Minutemen. También afianzó, como el que no quería la cosa, su imagen de escritor drogata, negando tajantemente que el LSD hubiera tenido influencia sobre su obra y señalando al escritor Harlan Ellison como el culpable de haber propagado ese bulo, pero a cambio admitía abiertamente el uso masivo de anfetaminas. Lo cierto es que él mismo había redactado para la contraportada de sus libros frases como “Ha estado experimentando con drogas alucinógenas para encontrar la realidad invariable detrás de las ilusiones”. A partir de esta entrevista, la figura de Philip K Dick encajó perfectamente en el contexto de esa época, tan fascinada por lo marginal y lo freak. Su reputación de “maldito”, antes restringida al mundillo de la ciencia ficción, le impulsó fulminantemente al estatus de gurú en la cultura underground. Paul Williams, absolutamente magnetizado, se convirtió en una especie de profeta de Dick, hasta el punto de que tras el fallecimiento del escritor en 1982 su familia le pidió que fuera el guardián de sus archivos personales. Posteriormente, con la colaboración de algunos otros entusiastas, fundó la Phillip K Dick Society, publicando durante varios años un boletín que ahondaría en la mitificación del escritor. 


En todo caso, llama mucho la atención la forma en que Anne R. Dick trata la turbulenta vida de su exmarido a partir de los años 70. El creciente abuso de drogas. La inmersión en los “bajos fondos”. Las estancias en los centros de desintoxicación. Las desastrosas relaciones sentimentales, que a veces acababan de forma violenta. Los sucesivos estados paranoicos, depresivos o de euforia desmedida y los varios intentos fallidos de suicidio… Lo cierto es que muchas de esas experiencias acabarían descritas en sus novelas, a veces de forma literal, otras en clave o muy exageradamente, a la espera de ser desentrañadas o interpretadas por sus crecientes seguidores y estudiosos. Sin embargo, en el caso de Anne R. Dick, ella prefiere para su biografía pasar de puntillas sobre algunos de estos episodios, sin negarlos, pero siempre esforzándose por minimizar el protagonismo de las drogas y de cualquier tipo de exceso, y, en todo caso, procurando mostrar una versión de Dick muy alejada de lo romántico o lo contracultural. Lo que para otros significó una etapa fascinante en la vida de su ex marido, para Anne R. Dick solo es motivo para la censura o la compasión. Por ello, nos ofrece el retrato crudo y, en ocasiones, francamente lastimero de una persona que, pese a todo su talento, no pudo evitar acabar inmersa en el patetismo y la autodestrucción. No obstante, estaría bien preguntarse hasta qué punto este retrato desmitificador que Anne nos muestra de Philip K Dick es el único y verdadero, pues lo cierto es que incluso ella termina admitiendo, a regañadientes, que parecía contener en su interior muchas versiones diferentes de sí mismo. Dicho en sus propias palabras: “Cuando creo haberlo descubierto me asaltan las dudas. ¿Acaso cambiaba de identidad como la gente se cambia de ropa?”. Así pues, muy a su pesar, es posible afirmar que Dick fue muchas cosas a la vez: ese marido perfecto y hogareño que describe al comienzo de su matrimonio, pero también el que después decidió mentir a las autoridades para obligarla a internarse en un manicomio. De la misma manera, fue el intelectual autodidacta de izquierdas, pero también el cuarentón que guardaba un revolver para proteger su botín de anfetas o el que mandaba al FBI pruebas de un complot del KGB, con el mismísimo Stanislaw Lem de por medio. Philip K. Dick se definió, para bien y para mal, a través de toda esa amalgama de contradicciones, donde verdad, mentira y fantasía parecían encajar sin errores de continuidad.

Ese perpetuo espíritu de contradicción que condicionó su vida también se plasmó en su literatura. Desde el comienzo jugó con una gran mezcolanza de conceptos filosóficos, políticos y religiosos cuyo resultado pueden llegar a lo paradójico. Aunque, sin duda, es en la etapa final donde todo este proceso se lleva al extremo, dándose, además, tantos paralelismos con sus propias experiencias que es inevitable tener la sensación de que obra y vida acabaron por retroalimentarse hasta llegar al punto de fundirse, lo cual puede resultar sorprendente si recordamos que Dick escribía ciencia-ficción. De hecho, si comparamos como ha sido tratado Dick respecto a otros autores de género fantástico, seguramente observaremos algunas diferencias muy significativas. Pongamos por caso a H.P. Lovecraft (por cierto, uno de los autores favoritos de Dick). Casi todos los estudios literarios o biográficos interpretan la obra de este escritor como una válvula de escape para una historia personal plagada de represión, complejos y traumas. Dejando a un lado la gran calidad e inventiva de Lovecraft, se asume que el hombre y la obra, por muy relacionados que pudieran estar simbólicamente (o incluso patológicamente para algunos), suponen los dos aspectos de un conflicto aparentemente irresoluble entre el estricto materialismo del autor y la fantasía descabellada de la obra. Desde esa perspectiva, para cualquiera que quiera ser tomado en serio sería muy arriesgado sostener que Lovecraft mantuvo contacto (más allá de lo imaginario) con la Gran Raza de Yith y que de ahí sacó algunas de sus ideas. Sin embargo, cuando se trata de Philip K. Dick veremos que este tipo de consideraciones no parecen tan rígidas. Gente como Robert Anton Wilson o D. Scott Apel, por poner ejemplos radicales, se mostraron encantados de examinar la relación entre la obra y la vida de Dick con una apertura de miras que pondría los pelos de punta a cualquier psiquiatra. Y aun sin llegar a esos extremos, son innumerables los comentaristas que prefieren concederle el margen de la duda entes que arrojar a Dick directamente al saco de los locos de atar. Pero, sin duda, esto es posible porque el propio Dick se esforzó para que fuera así, invirtiendo eso del escritor que escribe sobre lo que vive, para conseguir ser el escritor que vive dentro de lo que escribe. Su vida fue derivando poco a poco en algo tan extraño que los límites de lo racional y lo irracional se difuminaron totalmente. De alguna manera, la ficción terminó por filtrarse en lo biográfico, pero a la vez él aprovechó para a sacar de ahí más inspiración para sus libros, creándose así un juego de espejos en el que es muy fácil perderse. Tanto es así, que muchas de las personas que le rodearon terminaron siendo atraídas por la fuerza gravitatoria de lo que se podría definir como un verdadero mito, con todas sus consecuencias. Anne R. DicK lo expresa de esta manera: “Jugó con nuestras vidas y también con la suya, nos convirtió en seres de ficción y nos integró en los universos que creaba”.

Para ilustrar lo que acabo de sugerir, señalaré un ejemplo que espero sea lo suficientemente claro. Como es bien sabido, Philip K Dick ganó el premio Hugo en 1963 gracias a su novela El hombre en el castillo. Se suele hablar de esta novela como una ucronía, que en este caso trata sobre los Estados Unidos de una realidad alternativa donde Alemania y sus aliados habrían ganado en la segunda guerra mundial. La geopolítica, la sociedad y la cultura de esa Historia alternativa de Estados Unidos podrían haber sido elementos interesantes para otros escritores, pero para Dick son cuestiones totalmente secundarias. Su principal interés, como en tantas otras novelas suyas, es presentar un contexto para unos personajes que sospechen de la realidad que viven. Por ejemplo, tenemos al señor Tagomi, japonés adepto al budismo. En un momento dado de la novela, a este personaje le sobreviene una visión al observar atentamente una joya de forma triangular (2). De pronto, siente que está en un mundo diferente (que de hecho es el nuestro, el de Philip K Dick y el propio lector). Es como si estuviera dentro de una pesadilla, pero a la vez intuye que esa terrible visión es más auténtica que la realidad que él vive normalmente. A partir de ese momento el señor Tagomi no puede obviar lo que sabe una verdad: el mundo que vive es de alguna manera una falsificación. Ahora bien, la cuestión es que este pasaje de El hombre en el castillo anticipó casi literalmente algo que una década después viviría el propio Philip K. Dick. El dos de marzo 1974 tuvo una experiencia que, al igual que le ocurriera al personaje de la novela, se desencadenó al observar una joya, aunque en su caso se trataba de un colgante en forma de pez (antiguo símbolo del cristianismo). De esta visión y otras que se sucedieron los días posteriores, surgió en Dick una verdadera obsesión que le condicionó lo que le quedaba de vida. Incansablemente, extrajo toda una serie de teorías contradictorias y enrevesadas que, resumiéndolo mucho, venían a decir que nuestro universo estaba muerto porque había sido abandonado por Dios. Al igual que el señor Tagomi, Dick había recibido la información de  que este universo era una falsificación. Luego, todas estas ideas se plasmaron en un larguísimo diario denominado Exegesis, y en una serie de novelas, principalmente Valis, que, en cierta manera, seguían ahondando en la esencia de El Hombre en el castillo, pues en esa novela había un libro dentro del libro, solo conocido por unos pocos, que rebelaba cual era el “mundo real”. Parece ser que la intención de Dick era similar con Valis,  convertirnos a nosotros, los lectores, en seres de ficción al enterarnos de que también este mundo es una falsificación.

Así pues, cuando hablamos de Dick, ¿Dónde comienza la realidad y dónde la ficción? ¿Dónde el delirio y dónde la lucidez? Mirándolo así, quizás sean muy comprensibles las precauciones de Anne R. Dick, pues su intención era huir de la mixtificación de Philip K DicK a toda costa. En esta biografía que hemos reseñado, aparece el hombre tras el mito, pero también sabemos que eso es imposible sin arruinar su intrínseca naturaleza ubicua. Ciertamente, Philip K Dick es a estas alturas un mito literario, y no es arriesgado afirmar que también sea mucho más que eso. Sus ideas han influido en numerosas aspectos de nuestra cultura durante las últimas décadas, porque, entre otros asuntos, vaticinaban la paulatina virtualización y falsificación de lo real. Su obra, tan dada a la contradicción y la ambigüedad, permanece ahí para ser descifrada de muchas maneras posibles. Algunos, como si asumieran ser agentes de la entropía, han querido ver en él un apóstol de la postmodernidad y de la desintegración de cualquier discurso coherente o definitivo, pero también sus ideas puede ser interpretadas en el sentido contrario: como un apasionado llamamiento a la búsqueda de la verdad por encima de tantas falsedades y simulacros. 

Reseña de Antonio Ramírez


(1). Ver aquí:

(2). Es interesante señalar que la joya que mira el Señor Tagomi está inspirada en una pieza real realizada por Anne R. Dick, pues durante la época en que Dick escribía esta novela ella había iniciado, con gran éxito, un negocio de artesanía.


Enlaces de interés:

Lecturas recomendables:
Pablo Capanna. Idios Kosmos. Claves para Entender a Philip K. Dick
Aaron Barlow. Cuánto te asusta el Caos?: Política, Religión y Filosofía en la obra de Philip K. Dick