sábado, 3 de diciembre de 2016

CUARENTENA - Greg Egan

Editado en castellano por Gigamesh (1999)
Traducción de Albert Solé
256 páginas
Edición original en inglés en 1992

A finales de los 90, Greg Egan irrumpió en el panorama español de la ciencia ficción gracias a las traducciones de Ciudad Permutación y Cuarentena, provocando un debate muy intenso entre los aficionados al género. El fandom se dividió entre los que consideraban a Egan un vendedor de humo y los que lo adoraban como el nuevo mesías de la ciencia ficción más dura y ambiciosa a niveles especulativos. Desde entonces, al margen de ganarse un sólido estatus de autor de culto, se le sigue viendo, por lo general, como un escritor bastante intrincado a causa de las nociones científicas que maneja. Aun más importantes son las reticencias que provoca su actitud fría y metódica a la hora de plasmar sus historias, con personajes elaborados tan solo lo suficiente como para poner en escena sus propuestas teóricas.

Cuarentena, el objeto de esta reseña, es una muestra paradigmática de esto que hablamos. Sus personajes sirven de vehículos para introducirnos en la hipótesis de una sociedad futura totalmente tecnificada que plausiblemente podría derivarse de nuestro presente. No esperes grandes desarrollos psicológicos o descripciones poéticas, pero que duda cabe que no hacen falta para lo que el autor parece pretender. Sus personajes reflejan sus circunstancias sin resultar necesariamente críticos o partidarios, sencillamente viven, para bien o para mal, bajo el influjo de una tecnología cada vez más avanzada y siempre absolutamente omnipresente. No creo que las intenciones de Egan sean hacer una oda a las bondades de la tecnología per se, aunque es evidente que tampoco la rechaza. En todo caso, sus ficciones suelen ofrecer una exposición de como el ser humano complica todo lo que emprende, como si fuera algo inherente en su naturaleza, y eso incluye la aplicación de la tecnología. Pero, sin duda, se pliega a una concepción rigurosamente materialista para desarrollar su imaginario, y en ese sentido sí existe una toma de postura filosófica que condiciona sus ficciones. A diferencia de otros escritores del género que no tienen problemas en tirar por la tangente recurriendo a cuantos Deus Ex Machina hagan falta, sus pretensiones son las de no salirse de lo plausible y hasta cierto punto de lo posible. No obstante, como veremos más adelante, creo que en el caso de Cuarentena no lo logra del todo.
 
La historia de este libro arranca como el típico caso descrito en mil y una novelas de serie negra: un detective duro y solitario que trabaja por libre, un encargo para investigar una desaparición, un móvil incierto, unos pocos sospechosos,… pero pronto queda claro que es solo el comienzo de una trama con ramificaciones impredecibles. Por supuesto, se trata de un libro de ciencia-ficción, la historia transcurre en el futuro, concretamente a finales del siglo XXI. Desde 2034 la tierra se haya envuelta en una misteriosa esfera, quizás producto de una civilización extraterrestre, que no permite ver el resto del universo, algo que ha provocado la creación de infinidad de sectas religiosas y un cierto sentimiento de asfixia existencial en la humanidad. En general, la somera descripción que Egan hace de la sociedad futura puede situarse en la tradición iniciada con la película Blade Runner y desarrollada después por el género cyberpunk, aunque pronto queda claro que Egan va más allá de ese género.

Algunas de las peores críticas a este libro siempre suelen centrarse en la serie de contradicciones y cabos sueltos que el autor deja a lo largo del libro. Es cierto que Egan se pasa por el arco del triunfo muchas convenciones literarias y su preocupación está lejos de cerrar los pormenores de la trama, así que hay que aceptar o despreciar la novela por ello, pero creo que eso sería no haber comprendido la finalidad que Egan buscaba con Cuarentena. Ya de entrada, si tomamos al propio personaje principal de la novela, Nick Stavrianos, comprenderemos que sería absurdo juzgarlo según las típicas convenciones literarias. Stavrianos se pasa casi la totalidad de la novela bajo el influjo de sucesivos módulos neuronales, unos dispositivos electrónicos que alteran su mente hasta extremos absolutos. El hecho de que la novela sea narrada en primera persona sirve a Egan para mostrarnos las continuas metamorfosis de su protagonista desde un punto de vista estrictamente subjetivo. Debemos aceptar, por tanto, que no hay un Nick Stavrianos como tal, sino un cerebro compartido por todas las reordenaciones neuronales que van provocando los diferentes módulos. Todas esas reencarnaciones representan individuos virtualmente distintos, pero no por ello dejan de conformar una identidad que aunque múltiple supone el único hilo narrativo que sostiene la novela.

De esta manera, este personaje permite al autor Llevar hasta el final la noción mecanicista de que el cerebro es prácticamente una máquina y que nuestra consciencia es una compleja consecuencia funcional de esa máquina. Egan especula sobre la posibilidad de manipular a discreción nuestra mente o nuestro sistema nervioso, y eso significaría también alterar nuestros sentidos, emociones y más íntimas concepciones de la vida. Por ejemplo, si un módulo instalado en nuestro cerebro puede anular la pena que podemos sentir por la pérdida de un ser querido ¿Porqué no usarlo? ¿Y por qué no ir más allá? Ya que es posible alterar nuestras limitaciones emocionales, físicas, sensoriales o intelectuales ¿Por qué conformarnos con la persona que nos tocó ser al nacer? Nada que un módulo neuronal no pueda cambiar. Pero la cuestión, desde luego, no es sencilla. Egan lo sabe y no da respuestas absolutas en un sentido moral, dejando abierta las puertas para que el lector sea el que reflexione sobre el asunto por su cuenta. Nunca describe como una panacea la sociedad resultante de este desarrollo tecnológico, ni mucho menos, pues sigue mostrándonos un mundo gobernado por la codicia, la estupidez y la violencia, pero a cambio introduce la idea de que el individuo puede evadirse de sus circunstancias con métodos cada vez más refinados. Propicia así en el lector un abanico de reflexiones en torno a las posibles consecuencias de este tipo de prácticas. Es decir, si podemos elegir alterar la percepción del mundo que nos rodea o moldear nuestra interioridad y nuestro carácter a discreción, aunque ello tenga que ver más con el solipsismo y el simulacro que con una transformación objetiva de nuestras circunstancias exteriores, ¿A dónde nos llevaría eso? Que cada cual decida.

Por mi parte, considero que Egan no hace más que impulsar hasta sus últimas consecuencias aspectos que ya observamos en nuestra época, puesto que la acción de los módulos neuronales que describe en el libro también nos remiten, por ejemplo, a los remedios farmacológicos que ya están instalados en nuestra realidad cotidiana: estimulantes, calmantes, ansiolíticos, antidepresivos, neurolépticos,… lo que sea para atajar (que no solucionar, por desgracia) la multitud de males existenciales y psicológicos que provienen tanto de contingencias personales de índole puramente psicológico u orgánico como de una organización social caótica, irracional y sobretodo injusta. También podríamos ver ciertas analogías en la construcción de personalidades y relaciones virtuales que se dan mediante las redes sociales, especialmente si pensamos en las generaciones más jóvenes, abocadas a experimentar de lleno y sin alternativas el uso omnipresente de internet. En todo caso, Egan no pretende hacer un ensayo filosófico en profundidad sobre estos aspectos de la trama, pero representando de forma tan sugerente y plausible cómo podría ser ese futuro ultra-tecnificado es inevitable que provoque cierta inquietud respecto al presente.

Cuarentena fue su primera novela de ciencia-ficción (tras una primeriza obra de terror inédita en castellano que él mismo se encarga de definir como mediocre cada vez que tiene oportunidad). Le seguirían dos novelas más que formarían lo que a la larga se conocería como la Trilogía de la Cosmología Subjetiva, descrita así por el autor en algunas entrevistas y que rápidamente fue adoptado por la crítica. Aunque el autor ha dejado constancia de que no se trataba de algo planificado, por mucho que las tres novelas tengan en común una exploración de temas como la consciencia, la física cuántica, la realidad virtual, la teoría del Todo, la inteligencia artificial, aportando, además, especulaciones más sociológicas e incluso políticas, pero no se trata de una trilogía en el sentido estricto (1). En este caso, aparte de lo que ya hemos comentado sobre el uso de la tecnología, Cuarentena abre el camino ahondando en los abismos de la física cuántica. Para ello toma como eje principal eso que la ciencia ha definido como el “colapso de la función de onda”, o lo que es lo mismo, el posible papel influyente del observador en los cambios que se producen durante la medición de la mecánica cuántica, proceso ampliamente estudiado por la física moderna y que ha dado pie a todo tipo de interpretaciones de diferentes orientaciones teóricas.  No es, por supuesto, un tema nuevo en la ciencia-ficción, numerosos autores lo han tratado antes que Greg Egan. El gato de Scrödinger, vivo y muerto a la vez mientras no sea observado, es un viejo conocido del género y ha llegado a convertirse prácticamente en un tópico para introducir temas como las realidades paralelas o las paradojas espacio-temporales (ver aquí una sencilla explicación del asunto). Por otra parte, desde los años 70 también fue un ingrediente crucial en el desarrollo de la corriente espiritualista denominada como Nueva Era. Autores como Frijof Capra (cuyo libro más famoso es El Tao de la ciencia) sacaron provecho de la física cuántica para justificar algunas nociones religiosas o espiritualistas mediante explicaciones pseudocientíficas. 

Ya había, por tanto, toda una mezcolanza de teorías, refutaciones, descripciones de experimentos, pseudociencias y ficciones que habían tratado el tema. Autores como Philip K. Dick o Ian Watson, por ejemplo, se han aprovechado de este tipo de especulaciones de una forma muy personal y libre. En el caso del primero prescindiendo de cualquier base lógica y centrándose en las connotaciones más filosóficas que pudieran derivarse de ideas tales como los universos paralelos o la relación de la consciencia con la formación de lo real. Así pues, la gran novedad que trajo Egan fue su intención de rigurosidad científica y no conformarse con las elucubraciones meramente metafísicas al estilo de Philip K. Dick. Por mucho que el propio Egan considere a Dick un autor básico en su formación como escritor, su deseo era superar su falta de base científica. No obstante, como intentaré explicar después, pese a los deseos de Egan , no creo que haya tanta diferencia entre ambos escritores, al menos en lo que respecta a las tres novelas que forman la Trilogía de la Cosmología Subjetiva.

Como dijimos en un comienzo, Greg Egan suele provocar opiniones dispares. La naturaleza de sus historias, tan inspiradas en la ciencia especulativa, suelen producir en muchos lectores decepcionados la sensación de que Egan promete más de lo que termina por ofrecer y que en el fondo de su verborrea cientificista no hay más que humo literario. Bajo mi punto de vista quien así opina parece olvidar que Egan es un escritor de ciencia-ficción. Su meta es aparentar toda la coherencia posible y resultar lo más plausible desde el punto de vista científico, aunque en definitiva todo eso sirva para colarnos una historia que en realidad no deja de ser fantástica. Sus ideas parten de la lectura de libros y revistas más o menos técnicos o divulgativos, adaptando después para el lector, normalmente profano, muchos conceptos arduos y complejos. Pero todo el que quiera encontrar en sus libros una revelación objetiva y racionalista de los grandes misterios del universo caerá en una ingenuidad enorme, pues estará obviando todos los trucos y ardides con los que un escritor de ciencia ficción cuenta para hacer que su historia funcione. Así pues, por mucho que sintamos un auténtico vértigo intelectual ante las ideas que Egan maneja no debemos olvidar que gran parte de ello se debe, precisamente, a sus habilidades literarias. Se inspira en la ciencia, evidentemente, pero para entrar después en un terreno difuso y libre de restricciones científicas: la imaginación.

Todo esto nos lleva a una paradoja. A través de artículos y entrevistas, Egan siempre se ha mostrado muy crítico con la new age, alejándose como de la peste de cualquier clase de misticismo bastardo de la ciencia. Por eso resulta muy irónico que si examinamos con detalle la premisa que sustenta Cuarentena podremos llegar a la conclusión de que Egan les saca mucha ventaja a los gurús de la new age en cuanto a irracionalidad aplicada a los principios científicos. Me explico: Greg Egan deja claro durante su novela que cualquier influencia que el observador pueda tener sobre la mecánica cuántica es de índole estrictamente materialista, por supuesto nada que tenga que ver con lo sobrenatural o la magia, pero una vez establecido este fundamento procede a saltarse a la torera toda la rigurosidad que prometía. Egan opta por condensar lo que le interesa de la física cuántica y desechar lo que no y en un abrir y cerrar de ojos da la vuelta a la tortilla de la realidad con una muy inteligente triquiñuela, aunque asumiendo de paso muchas ideas audaces equiparables a la new age o incluso del pensamiento mágico más arcaico. Por ejemplo, sitúa en alguna parte (nunca especificada) del cerebro el mecanismo neuronal que posibilita el colapso de la función de onda. Esto le sirve, además, para inventarse un tipo de malformación congénita que aumentaría milagrosamente esta capacidad y para colmo concibe que esa malformación pueda ser reproducida artificialmente mediante un módulo neuronal que podría usar cualquier otra persona. Así, el individuo que tenga un cerebro con esta malformación (o que lleve instalado el módulo y haya aprendido a usarlo) podría colapsar según sus deseos el mundo que le rodea y así observar entre la infinidad de posibilidades que se abren, para después descolapsarse, por así decirlo, en la que el deseé. Con este truco asimila a la esfera de la realidad ordinaria las paradojas que encontramos en las teorías cuánticas, dando por hecho que fenómenos ínfimos que solo  son deducibles en muy limitadas condiciones experimentales o incluso recurriendo a la pura abstracción matemática tengan algún tipo de efecto directo en el mundo tangible y cotidiano.

Egan logra así fraguar un sistema ingenioso (aunque algo pedestre en el fondo, en posteriores novelas refina muchísimo más este tipo de trucos conceptuales) para producir una máquina de realidades paralelas infinitas. Al usar el módulo neuronal alguien podría seleccionar a voluntad entre las innumerables ramificaciones temporales que se abren en el intervalo del colapso (y eso significaría también la desaparición de las infinitas variantes desechadas, incluyendo a todos sus innumerable “yoes” alternativos). Alguien con esa capacidad, que con toda justicia podríamos definir como mágica, podría hacer realidad cualquier deseo que se le ocurriera e incluso provocar fenómenos que desde el punto de vista ordinario parecerían puros y llanos milagros. En otras palabras, estaría realizando el viejo sueño de moldear la realidad mediante la sola voluntad, una idea irracional  desde la perspectiva moderna, pero que en el fondo resulta muy atractiva para cualquier lector (sea lo racionalista que sea). Es decir, Egan logra satisfacer simbólicamente mediante la ficción un profundo deseo atávico de índole mágico, pero disfrazándolo de todo lo contrario: ciencia. Pero quien quiera ver en esto una crítica que no me entienda mal, yo no veo en ello nada negativo. Rehaciendo las teorías científicas, Greg Egan deja vía libre a su inventiva y lo que queda es un ejercicio mental más cercano a la metafísica que a lo estrictamente científico. Es decir, no muy lejos de lo que hacía su viejo maestro Dick sin tener que tirar de conceptos tan sofisticados y admitidos por la ciencia moderna. Al fin y al cabo, sus tramas siempre terminan siendo una puesta al día de los viejos dilemas metafísicos: la naturaleza de lo real, el Ser, la identidad, el tiempo, la experiencia directa del mundo, la dualidad objeto/sujeto... pero pasados por el filtro del lenguaje de la ciencia más especulativa, para después, y creo que esto es crucial, pasarlo por el definitivo filtro de la pura imaginación literaria. ¿Dónde queda entonces el límite entre la ciencia especulativa, la metafísica y lo imaginario? Sencillamente, para un autor como Greg Egan no hay límites, de lo cual creo que debemos alegrarnos. La idea de que la realidad está interconectada, de que nuestra consciencia tiene algún tipo de función activa en lo que nos rodea, de que nuestra identidad esconde alguna otra cosa o nada en absoluto, de que nosotros y el universo estamos formados de información viva… Greg Egan encarna en sus libros estas intuiciones que son inmemoriales, expresadas de mil maneras a lo largo del tiempo mediantes mitos, creencias y teorías de todo tipo, aunque de tal manera que dan como resultado el simulacro de una certeza racionalista.  El propio Egan afirmaba en una entrevista que “hay algunas partes de la mecánica cuántica que en las que lo único que se tiene es un formalismo matemático, una receta para hacer predicciones, y es una cuestión metafísica preguntar qué es lo que pasa “realmente” (2). Por tanto, lejos de inhabilitar los viejos dilemas filosóficos en nombre del pensamiento científico, más bien crea un híbrido que se sustenta en la ficción para poder germinar en la mente del lector, plasmando unas propuestas teóricas que se intuyen preñadas de posibilidad, demostrando que la realidad puede ser examinada mediante las herramientas de la literatura… y todo ello cumpliendo a rajatabla esa búsqueda de lo maravilloso que caracteriza al género de ciencia-ficción.

Reseña de Antonio Ramírez
 

Notas:

(1) Las otras dos novelas son Ciudad Permutación y El Instante Aleph, el autor o alguien encargado de su web oficial se ha puesto en contacto con este blog (ver comentarios a esta reseña) para especificar el hecho de que no se trata de una trilogía en el sentido estricto, y así hemos dejado constancia.

(2) Entrevista publicada en Revista Gigamesh nº 15 (1998) 

Reseña también publicada en la web mentesdeacido.es