miércoles, 5 de junio de 2013

EL PODER DEL PERRO - Don Winslow


Primera edición original en inglés en 2005.
Editado en castellano por Debolsillo.
Traducción de Eduardo G. Murillo
718 páginas.


Sinopsis.

Cuando su compañero aparece muerto con signos de haber sido torturado por la mafia de la droga, el agente de la DEA Art Keller, emprende una feroz venganza. Encadenados a la misma guerra, se encuentran una hermosa prostituta de alto standing; un cura católico confidente de ésta y empeñado en ayudar al pueblo, y Billy «el niño» Callan, un chico taciturno convertido en asesino a sueldo por azar.

Comentario del libro.

Tras leer un libro como éste no puedo evitar pararme a reflexionar sobre la función de la novela en nuestra época (y en definitiva en cualquier otra). Se suele decir, más aun si se trata de un bestseller en toda regla y tal es el caso que nos ocupa, que los libros de ficción están destinados ante todo a entretener, a hacernos más agradable el transcurrir del tiempo libre y en última instancia a evadirnos de la realidad. Y desde luego hay que admitir que El poder del perro entretiene, si con eso nos referimos a que su lectura es absorbente y nos mantiene pegados al sillón, pero de ninguna manera veo que sus páginas sean un modo de evasión, muy al contrario, su lectura puede suponer todo un mazazo de realidad en la cara. Otra cosa es que queramos afrontar la cruda verdad que nos plantea, asumir hasta qué punto este mundo se ha convertido en un infierno para millones de personas por razones absolutamente evitables. No obstante, también está el incontrovertible hecho de que una vez procesemos toda la información que esta novela contiene, basada casi enteramente en hechos reales, no sepamos muy bien qué hacer con ello, salvo sentir asco e indignación.

El narcotráfico y la violencia que éste genera están presentes desde hace mucho tiempo en los medios de comunicación. Todas esas terribles historias e imágenes de matanzas, secuestros, tiroteos, decapitaciones, torturas, ajustes de cuentas, etc., son ya presentadas como algo endémico de países como México o Colombia, prácticamente como parte del folklore y el paisaje natural. Quizás por ello, uno de los peligros que podía correr esta novela fuera el de quedarse como una mera ilustración de la idiosincrasia que rodea el tema del narcotráfico en América Latina y que desde el exterior se percibe como algo verdaderamente peculiar y exótico, con su particular estética, su propio género musical, sus extravagantes mitos y leyendas en torno a la figura del forajido, todo lo cual ha terminado por encontrar su hueco en la cultura popular e inevitablemente (todo es vendible) en la industria del entretenimiento. No obstante, Winslow logra transcender la dinámica que caracteriza casi toda la literatura sobre el tema, construyendo una ambiciosa y documentada trama donde la violencia del narcotráfico deja de ser un fin en sí mismo (por muy presente que esté en cada una de sus páginas) para revelarse como la nefasta consecuencia de una estrategia tenebrosa e inmoral orquestada desde algunos despachos del poder. Así pues, El poder del perro no es tanto la historia de la guerra contra el narcotráfico como la de las razones que ésta esconde. Todo esto no quita que Winslow haya perpetrado una novela llena de los tópicos que se suelen exigir al género criminal: la odisea del pandillero que asciende en la escala del crimen organizado; el agente de la ley que arruina su vida con la obsesión por un caso; la prostituta hermosa, inteligente y pertinaz que aporta erotismo a la historia, etc.; pero todos estos elementos, en principio tan previsibles, están puestos al servicio de una voluntad de denuncia que sorprendentemente nunca termina por quedar sepultada bajo la violencia explícita, las vertiginosas escenas de acción, los diálogos llenos de clichés y todos los recursos propios de la literatura más comercial.

A estas alturas casi nadie ignora que el crimen organizado no es más que la extrema radicalización del espíritu del libre mercado: el beneficio a toda costa, el dinero rápido y en grandes cantidades, aunque eso signifique el asesinato, el secuestro, la extorsión, la explotación sexual, la corrupción de los poderes del estado, etc. conductas que no son más que la aplicación de la doctrina de liberalismo llevándola hasta sus últimas consecuencias: hacer dinero sin control alguno de la sociedad. Por ello no es de extrañar que Estados Unidos, paladín máximo del capitalismo, se haya servido en tantas ocasiones de organizaciones delictivas para llevar a cabo sus planes de acabar con toda disidencia anti-capitalista. Consecuencia de ello fue, por ejemplo, la interpenetración de grupos fascistas y mafiosos (en eso que se vino a llamar Operación Gladio) para la represión de la izquierda radical europea tras la segunda guerra mundial, muy especialmente en Italia. Es este tipo de alianza entre el crimen organizado y la ideología de extrema derecha lo que Winslow nos narra en El poder del perro, una temible coalición que en el caso de América Latina tuvo resultados devastadores en su desarrollo cultural, social y económico. En su afán por mantener su hegemonía política y defender sus intereses económicos en la zona (en forma de yacimientos de petroleo, minerales o acuíferos, explotaciones agrícolas y ganaderas, etc.), los poderes fácticos de Estados Unidos (a veces con conocimiento directo del congreso) han estado detrás de cada golpe de estado, de cada dictadura, de cada acción encaminada a erradicar los movimientos sociales que inevitablemente han surgido en un contexto de aguda y continua injustica social. A través de los servicios secretos no han dudado en entrenar y financiar multitud de grupos paramilitares destinados al asesinato de militantes sindicales o indigenistas, pero también de intelectuales críticos, homosexuales, personas sin hogar y en definitiva de cualquiera que les viniera en gana, lo cual se ha traducido en infinidad de muertos y desaparecidos durante décadas (algo que por desgracia no ha terminado aún).

 
Por supuesto, Estados Unidos ha desmentido a lo largo del tiempo su implicación en estos hechos, y de hecho ha ofrecido coartadas que justifiquen su presencia (oficial o clandestina) en muchos países conflictivos. La guerra que Nixon declaró a las drogass a comienzos de los 70, y cuya inmediato corolario fue la creación de la DEA (Drug Enforcement Administration), no fue más que una excusa para atacar a sus enemigos dentro y fuera de las fronteras yanquis. En territorio norteamericano significó sobretodo la represión, con la excusa de registros y detención por posesión o tráfico, del movimiento masivo contra la guerra de Vietnam o de la multitud de colectivos (feministas, afroamericanos, marxistas, anarquistas, etc) que por aquella época se declararon en guerra contra el gobierno. Internacionalmente supuso colocar oficinas de la DEA (en realidad cuarteles generales para operaciones encubiertas) en multitud de países y la imposición mediante coerciones de una política anti-drogas extremadamente restrictiva que en teoría pretendía erradicar el problema en su origen, directamente en las plantaciones de coca, amapolas o en los laboratorios químicos de donde procedían las drogas que circulaban por las calles de Norteamérica, todo ello mediante la ayuda económica y logística a los gobiernos que lo precisaran. En realidad era la excusa perfecta para introducir armas, dinero y personal (propio o mercenario) en territorios siempre a un paso de la sublevación. No importa que para ello tuvieran que aliarse secretamente (ya fuera para facilitar operaciones militares, ya fuera como forma de obtener financiación ilegal) con aquellos que supuestamente eran el objetivo de esa guerra iniciada por Nixon: los carteles de la droga que operan a lo largo del planeta. Lo irónico fue que, pese a las enormes inversiones de dinero destinadas a su erradicación, con el tiempo se pudo comprobar que el tráfico y consumo de drogas había conocido una expansión sin precedentes, algo que el gobierno yanqui no podía explicar fácilmente a la opinión pública.

Y es esa la paradoja que Don Winslow explora en su libro, el por qué un problema como éste ha terminado por ramificarse en un cáncer social y económico que no parece tener solución, al menos mientras se mantenga una posición de intransigencia respecto al consumo y venta de drogas y, por supuesto, mientras siga siendo un pretexto para la velada lucha por el mantenimiento de un estatus quo político que a estas alturas comienza a revelarse como insostenible. Así pues, el autor une eficazmente, mediante el hilo conductor del narcotráfico mexicano, una serie de cuestiones que van desde la corrupción gubernamental y los asesinatos a candidatos presidenciales, las guerrillas de las FARC, la implicación de la Iglesia Católica (especialmente en lo que se refiere al asesinato del sacerdote Juan Jesús Posadas, el cual aparece con otro nombre en la novela), la teología de la liberación, el Opus Dei, los roces entre la DEA y la CIA, etc., todo ello, como ya hemos visto, en el contexto de la serie de operaciones criminales que los servicios secretos yanquis han llevado a cabo impunemente durante décadas en América Latina. 

En suma, una novela que seguramente no va a pasar a la historia de la literatura, pero que personalmente encuentro más que interesante para conocer el grave problema en el que vive envuelto el Mexico de nuestros días.


Reseña de Antonio Ramírez