domingo, 7 de abril de 2013

PROMETHEA - Alan Moore

Sinopsis. 

Sophie Bangs es una estudiante universitaria que busca toda la información posible sobre Promethea, un personaje ficticio que desde finales del siglo XIX  ha ido apareciendo intermitentemente en poemas, revistas pulp, comics e incluso en leyendas urbanas de diversa índole. Para su sorpresa esta investigación le llevará a vivir una aventura de dimensiones literalmente cósmicas. 

Comentario.  

Alan Moore anunció que iba a convertirse en Mago en 1993, justo el mismo día que cumplía 40 años. Esta drástica y en apariencia extraña decisión no tenía nada de sorprendente. Examinando la obra del barbudo cualquiera puede encontrar pistas suficientes como para comprobar hasta qué punto la Magia (o ciertas ideas que preparaban el camino hacia esa meta) ya estaba dando vueltas en su hiperactivo cerebro desde hacía mucho tiempo. Pero no sería hasta From Hell, cuya realización abarcó 10 años, cuando terminó por profundizar en el tema con páginas memorables en torno a cuestiones como la arquitectura masónica o los cultos paganos. Ya posteriormente, con la representación teatral Serpientes y Escaleras (adaptada después al comic junto a Eddie Campbell) o la serie que reseñamos aquí, Moore se lanzó a compartir de una forma mucho más desarrollada sus investigaciones y experiencias en torno al Tarot, la Cábala o la Magia Ritual.

Es necesario señalar, por eso de situarnos bien en el contexto, que si bien Serpientes y Escaleras estaba dirigido a un público relativamente minoritario, en el caso de Promethea hablamos de un comic que fue publicado a través de America's Best Comics, la misma línea editorial donde vieron la luz títulos tan comerciales de Alan Moore como Tom Strong o Top Ten. Esto significaba que sus lectores potenciales iban a ser los aficionados a los superhéroes, lo cual no tenía por qué plantear en principio ningún problema. Promethea ofrecía altas dosis de acción trepidante, individuos con poderes extraordinarios, parafernalia de ciencia-ficción y un tono tenebroso que lo acerca a cosas como Hellblazer, todo ello sazonado al gusto actual. Sin embargo, esta apariencia tan común de Promethea, algo así como una Wonder Woman modernizada, pronto se desveló como una treta para que Moore llevara a cabo su verdadero plan: bombardear la mente de los lectores con toda una extraña amalgama de conceptos provenientes del cabalismo, el tarot, Aleister Crowley, la Golden Dawn, Carl Jung, Austin O. Spare, el discordianismo y mil fuentes más entremezcladas en un coctel explosivo.  El trago no tuvo que ser fácil para los aficionados que esperaban seguir una sencilla y entretenida historia de superhéroes, de hecho, cuando la serie entró a saco en la parte de la Magia llegó a perder de golpe varios miles de lectores. [1]

Tal estampida de lectores no pudo ser evitada ni por la gran espectacularidad visual de la colección, la cual supera por mucho la media de calidad de las series comerciales yanquis. No obstante, más allá de lo puramente estético, el constante uso de simbología (no solo iconográfica sino en lo que respecta a los colores) y de recursos visuales muy diversos suele responder a razones muy determinadas por la historia. La fama de Moore de ser un guionista exigente y milimétrico que exprime lo mejor de sus dibujantes se confirma más que suficientemente en esta serie por lo que es justo señalar que todo este despliegue de páginas dobles, simetrías, juegos visuales, combinación de diferentes técnicas artísticas (dibujo, pintura, fotografía) y efectos cromáticos de todo tipo no hubiera sido posible sin el magnífico equipo de artistas que le acompaña, principalmente J. H. Williams III (Dibujo), Mick Gray (Tinta) y Jeromy Cox (Color).


Pero volvamos a la historia en sí. Como decíamos antes, Promethea es una serie claramente dividida en dos: es un comic de superhéroes y a la vez es una especie de manual de iniciación a la Magia. Es bastante complicado decidir si el conjunto está bien equilibrado, si realmente merecía la pena suavizar el contenido esotérico con los elementos típicos del género de superhéroes, puede que entretenidos y hasta ingeniosos, pero evidentemente chirriantes en relación a la atmósfera tan especial conseguida en la parte mágica. No obstante, hay que admitir que estas concesiones a la “normalidad” están más que justificadas en el plan global de la obra, fundamentalmente para recordarnos que después de todo Promethea es un tebeo. ¿Por qué es tan importante que Promethea sea un comic? 

Ante todo, tengamos en cuenta que Moore sugiere una teorización de la magia que toma como punto de partida la imaginación, o eso que él llama la Inmateria, ya sea como vivencia interior de un individuo (mediante la meditación, los sueños, las visiones provocadas por las drogas u otros medios), ya sea tomando parte de  un contexto simbólico que se vive intersubjetivamente (los mitos, las religiones y en muchos casos la ideología). A medio camino entre estas dos vías nos encontramos con las ficciones, según Moore equiparables a los mitos y las parábolas religiosas. Bajo este punto de vista, dioses, ángeles y demás imaginería sobrenatural no son más que ficciones, aunque cargadas de tal potencia simbólica que en ciertas circunstancias pueden llegar a aparentar autonomía, por no decir vida propia (especialmente para quien cree en ellas de forma literal). Moore no tiene ningún problema en conceder ese poder a las ficciones ordinarias (personajes de cuentos, novelas, películas, comics). Incluso nos recuerda que los Magos de la antigüedad transmitían su sabiduría a través de ideogramas y jeroglíficos, por lo que dioses como Osiris o Seth serían los protagonistas  de relatos transmitidos de una manera muy similar a los comics. De ahí su defensa de que la enseñanza de la Magia (teórica y práctica) pueda aplicarse perfectamente a una ficción como Promethea. 


Este concepto de lo imaginario, tan caro en su más reciente trayectoria creativa, lo aleja radicalmente de otros autores que también han tratado el tema en un contexto similar. En este caso hay que señalar las argumentaciones de Henry Corbin [2] sobre la diferencia entre lo IMAGINARIO (el producto meramente psicológico de la mente por estímulo del mundo sensible) y lo IMAGINAL (el estado intermedio entre el espíritu humano y la naturaleza incognoscible de lo divino). Lo imaginal sería, por tanto, el mecanismo interior donde se forman (tras una serie de prácticas muy precisas) los símbolos que por analogía harán posible al místico comprender lo sagrado. La evidente divergencia entre Moore y Corbin está en que el primero no desprecia en ningún momento los sueños comunes, los merodeos mentales o incluso, como ya hemos visto, las fantasías incitadas por un tebeo de superhéroes,  pues bajo su punto de vista suponen posibles puentes hacia estados más complejos. Corbin es mucho más estricto, alertando sobre el caracter perversamente mundano de la imaginación cotidiana. Sin embargo, lo irónico es que lo imaginal ideado por Corbin, así como toda la simbología de gnósticos, cabalistas, místicos de cualquier tipo y cuantas tradiciones esotéricas han existido en torno a la idea de que el mundo material es una emanación de Dios, dependen de los productos de lo imaginario, aunque insertados en unas tradiciones que por antiguas y herméticas se revisten de una profundidad y sentido arcano que le falta a la imaginación común. De todas formas, la correspondencia de estos símbolos con una existencia objetiva  es imposible de demostrar, ya que solo depende de la fe, por mucho que Corbin u otros exégetas se hayan esforzado por crear jerarquías. Alan Moore intenta, al menos, buscar un nexo entre la mera fantasía y el contenido de las visiones místicas y lo hace a través de una ficción que recorre en igualdad muchos posibles estratos de la invención humana, ya se trate de elementos realistas y cotidianos, superhéroes, ciencia-ficción, demonios o dioses. Pero siempre queda claro que nunca hemos abandonado un tebeo de 24 páginas. Eliminando con verdadera soberbia el carácter secretista de los textos mágicos que le sirven de inspiración (algunos son incunables de más de 1000 años), Moore se las ingenia para hacer convivir ideas por las que han ardido multitud de místicos con invenciones para adolescentes llenos de granos, elevando así la fantasía de los comics a la más profunda especulación mística, o si se prefiere, rebajando los altos vuelos del misticismo a la humildad de los superhéroes. Igualmente podríamos decir que socializa la noción de lo mágico, dejando claro que, al margen de liturgias y grados de iniciación, cualquiera puede investigar los laberintos de la Magia. Si la capacidad de imaginar es común a todos, entonces la Magia también lo es, pues todo ser humano es libre de sumergirse en el océano de símbolos que surgen del subconsciente para interpretar lo que nos rodea o por el mero hecho de sentir ese placer. 

No es de extrañar esta forma de interpretar y aplicar conceptos tan tradicionales pueda resultar arriesgado y poco riguroso para los puristas. De hecho Moore admite que se toma muchas libertades en sus conjeturas, como por ejemplo cuando interpreta el Tarot y sus conexiones con la Cábala, ambos sistemas considerados por él como vivos y cambiantes, y por tanto susceptibles de ser desarrollados libremente. En este sentido, pongamos como perfecto ejemplo el número 12 de la serie, donde se las ingenia para contar la historia del universo y el porvenir de la humanidad a través de la simbología de los 22 arcanos del Tarot. De esta manera, si en From Hell se permitía hacer una interpretación imaginaria de un hecho histórico (los asesinatos no resueltos de Jack el Destripador) en esta ocasión lo hace nada menos que con el destino del ser humano. Aun así, pese a su libertad de inventiva, muchos aspectos de Promethea dependen de ideas que abiertamente han sido fusiladas de aquí y de allá, en una mezcla de heterogeneidad y sesudo estudio de los maestros mágicos. Es el caso de su deuda con Aleister Crowley, del que, por ejemplo, toma prestada su fascinante (seguro que incluso para muchos ateos, como es el caso de un servidor) interpretación de Dios como el Yo supremo, la Voluntad (concepto especialmente crowleyano) del universo encarnado en el ser humano. El ascenso exitoso por el Arbol de la Vida cabalístico, supondría, por tanto, el reencuentro con nuestra verdadera naturaleza cósmica, la cual quedó escindida en algún momento del pasado (aunque toda noción temporal sea también simbólica en lo que respecta  la Magia). Y lo cierto es que ésta no es, ni mucho menos, la única referencia a las ideas del tan mitificado como denostado Aleister Crowley [3], ya que se trata de una presencia permanente en todas las fases del viaje que la protagonista de la serie emprende en su búsqueda de la Magia. Así, Moore también parece asumir enteramente su doctrina (aunque rebajada en cuanto al evidente machismo que hay en los escritos de Crowley) de que hay principios mágicos femeninos y masculinos, con símbolos e instrumentos rituales que representan ambos polos. La Espada (masculino) como fuerza motriz y creadora; el cáliz (femenino) como fuente y recipiente de compasión; tales son los símbolos del juego de atracciones (el Amor) que fundamenta el universo y que designa que todos los magos (sean del sexo que sean) son hombres que buscan la feminidad. En ese sentido, Moore nos cuenta un pequeño chiste en el número 10 (especialmente dedicado a la magia sexual): todos esos valientes y robustos caballeros que buscaban el  Grial en la leyenda artúrica adoraban inconscientemente la feminidad, su más profundo deseo era convertirse en mujeres. [4]

Vale, es muy posible que a estas alturas se nos haya disparado la alarma del escepticismo. Pero tranquilos, tengamos en cuenta que Moore desarrolla en Promethea su personal apología de la no lateralización de la Magia. Lo cual significa que lo mágico no está en los símbolos como tales, por mucho que éstos puedan parecer dotados de autonomía y poder en sí mismos, sino en el efecto que mediante su representación ritual producen en la realidad humana. Por tanto, creer que el Mago produce cambios físicos y tangibles a voluntad, como podría ser levantar una mesa del suelo con solo la fuerza de su deseo o con ayuda de entidades sobrenaturales, es caer en la burda literalidad del mito creado alrededor de su figura. La intervención sobrenatural o los poderes paranormales no son más que aspectos simbólicos (aunque cargado de significados especialmente trastornadores) de un proceso que depende del ser humano, y solo del ser humano. Caer en la literalidad de esos símbolos, depender de la creencia de su existencia objetiva, nos arrebata irremisiblemente nuestra libertad de imaginación (y podríamos que toda libertad), la cual ha caído atrapada en sus propias redes. 

Es necesario conservar la distancia y la ironía, tal y como propugna el discordianismo (del que Moore ha tomado muchas cosas) y otros movimientos contraculturales que han jugado con ideas religiosas sin por ello dejar de burlarse ferozmente de la religión [5]. No obstante, con Moore no podemos hablar tanto de burla como de una falta absoluta de prejuicios para mezclar lo que le venga en gana, siempre sin perder la perspectiva de la salida de emergencia de la cordura. A esta heterogeneidad se suma una enorme y apasionada capacidad especulativa, resultando de ello tal combinación de ideas que el lector puede terminar por desear que sean verdaderas. Al fin y al cabo son ideas que se refieren a los fundamentos de la existencia... ¡sería muy bonito y fácil encontrar el sentido del universo en un comic! Pero Moore repite incansablemente que “[…] no existe la Magia salvo en la ficción. No existen los dioses, salvo en la mente del ser humano. La Magia no existe, y por lo tanto, fuera de la ficción y el engaño, los magos no existen[…] Como cualquier niño te diría, la Magia solo es apariencia”. [6]


Sin embargo, aunque no exista tal y como la ha soñado el ser humano en su niñez y en tantos relatos legendarios, con portentos y señales que escapan al orden natural, según Alan Moore en la Magia si está en la posibilidad tangible de reordenar el mundo que nos rodea a través del agente que posibilita la apariencia y el truco: el lenguaje y sus mecanismos. El Mago (como el Artista o el Poeta, pero también los medios de comunicación, las técnicas publicitarias, el totalitarismo ideológico) manipula el lenguaje para manipular nuestra forma de entender y vivir el mundo, en suma transformando nuestra consciencia. Por ejemplo, creemos que el dinero es real o asumimos la autoridad de ciertas instituciones políticas o sociales porque hemos interiorizado el mito que los hace posibles (aunque claro está, con la ayuda de un alto grado de coerción). Toda civilización depende de un condicionamiento colectivo a unos factores provenientes (y a veces permanecen ahí) de lo imaginario, mediante símbolos que cristalizan a través un proceso que podríamos definir con toda razón como mágico. En ese sentido, Alan Moore propone la Magia como una herramienta de escapar a ese condicionamiento, una forma de contrarrestar los símbolos que apresan nuestra consciencia con otros que nosotros podríamos escoger y manipular. Y aunque en un primer paso lo plantea como una forma individual de percibir la realidad desde una perspectiva imposible para el pensamiento pragmático y reduccionista que parece haber colonizado todos los aspectos de nuestra vida, en un segundo movimiento podría ser algo generalizado. Por ello Promethea se cierra con una catarsis y un gran cambio a nivel colectivo, una de las principales constantes en la obra de este guionista. Ya sea a través de la destrucción de gran parte de Nueva York en Watchmen, la rebelión de las masas por incitación de V, el sacrificio final en From Hell o la batalla final en Miracleman… en casi todas las historias de Moore sobreviene un profundo aunque doloroso cambio de paradigma. En el caso de Promethea se trata del mismísimo apocalipsis el que llega para traer una nueva era donde lo material y lo inmaterial puedan convivir. 

Moore ha logrado por el momento introducir en la cultura popular una serie de conceptos y cuestionamientos que por sí mismos son perturbadores, más allá de una simple (aunque necesaria) crítica al burdo materialismo o la excesiva proliferación de la tecnología en el mundo contemporáneo (mientras tanto no parece olvidar también otras formas más concretas y tangibles de lucha, como su apoyo al movimiento Ocuppy London y otros frentes), Promethea escenifica (aunque de una manera muy peculiar) una exigencia presente en buena parte del pensamiento crítico y utópico de los últimos siglos: frente al desencantamiento del mundo llevado a cabo por el totalitarismo racionalista/patriarcal/capitalista, el ser humano debe rebelarse y oponer su reencantamiento. Habrá de verse si la Magia será o no una verdadera herramienta de liberación.

[1] Lo comenta el propio Moore en una entrevista incluida en Serpientes y Escaleras. Recerca/Aleta 2005.
[2] Filósofo e islamista francés especializado en el sufismo. Sobre lo imaginal ver por ejemplo su libro El Imán Oculto. Losada. 2005
[3] Un interesante biografía, que ni cae en el culto ni en la demonización, es Su Satánica Majestad, Aleister Crowley. Melusina. 2008
[4] Todas estas ideas de Crowley (y al fin y al cabo de Alan Moore) sobre el sexo, al menos en lo que suponen de liberación en las relaciones sexuales o en las convenciones sobre la noción de género, pueden ser equiparables a las que circularon en las décadas de los 60 y 70 durante eso que se vino a llamar la Revolución sexual, una amalgama de discursos y prácticas provenientes de Freud, Wilhem Reich, el surrealismo, el feminismo, Sade y todo un extenso repertorio de conceptos a medio camino entre el pensamiento libertino y libertario.
[5] Ver mucha información en http://es.wikipedia.org/wiki/Discordianismo
[6] Serpientes y Escaleras. Recerca/Aleta 2005.

Reseña de Antonio Ramírez