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jueves, 23 de abril de 2020

EN BUSCA DE PHILIP K DICK - Anne R. Dick


Anne R. Dick estuvo casada con Philip K. Dick entre el final de los ‘50 y mediados de los ‘60. Siempre se ha dado por hecho que ella sirvió de modelo para muchas de las mujeres obsesivas, neuróticas y destructivas que pueblan las ficciones de Dick. El propio escritor se encargó durante años de contar a quien quisiera escucharle historias escabrosas sobre su matrimonio (por ejemplo, que Anne había intentado atropellarlo con un coche). Así pues, aunque está claro que nunca sabremos toda la verdad, era justo que Anne escribiera esta biografía para dar su propia versión de los hechos. Sin embargo, lo que podría haber sido un implacable ajuste de cuentas, sorprendentemente se convierte en un cuidadoso estudio de la figura de Philip K Dick, escrito con mucha mesura, incluso con excesiva indulgencia pese a la gravedad de lo que a veces nos cuenta. Y pese a todo, cuando este libro todavía estaba inédito y solo existía una autoedición que pasaba de mano en mano entre estudiosos, biógrafos y gente activa en el fandom de la ciencia-ficción, hubo quien montó en cólera por la imagen que se mostraba de Dick, hasta el punto de amenazar con acciones legales. Según la propia Anne, esto ocurrió porque su libro “(…) desvelaba una vertiente del escritor que parte de sus amigos y seguidores se negaron a aceptar. Al afecto que sentían por él se sumaba que Phil les había vendido una versión de su vida en la que yo no gozaba de ninguna credibilidad”. Quizás por eso, tardó tanto en ser publicada profesionalmente, aunque, mientras tanto, fue sirviendo de base (más o menos reconocida, según sea el caso) para algunos de los estudios más famosos que se han ido publicado sobre Dick, como es el caso de Divine Invasions: A Life of Philip K. Dick (1989) de Larry Sutin (no publicado en castellano), o la muy célebre biografía novelada de Emmanuel Carrère: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (1993). Hasta mediados de los años noventa no hubo una publicación oficial de En busca de Philip K. Dick, aunque dirigida exclusivamente a bibliotecas. Hubo que esperar hasta 2009 para que llegara una nueva edición revisada para librerías, que es la que ha servido de base para ésta traducción de Gigamesh.

En Busca de Philip K. Dick está dividida en dos partes bien diferenciadas. Por un lado,  está el periodo que la autora conoció de primera mano; por el otro lado, tenemos la infancia, juventud y el resto de la vida del escritor después de su divorcio con Anne. Evidentemente, es en la primera parte donde la autora puede aportar una visión más personal. Se trata de un periodo muy fructífero para Dick, con obras como El hombre en el castillo, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, Tiempo de marte o Aguardando el año pasado, lo cual hace que este libro sea del máximo interés para todo el que quiera profundizar tanto en la vida como en la otra de este escritor. Aunque se trata de un trabajo biográfico en el sentido estricto, en numerosas ocasiones sentiremos que estamos leyendo sobre las entrañas del proceso creativo que seguía Dick. Desde una perspectiva muy cotidiana, por las páginas de esta biografía recorreremos muchos de los sitios que después Dick plasmó en sus historias: Berkeley, Oakland, San Francisco, Marin County, etc. También sabremos de donde surgieron algunos de sus personajes, muchas veces basados en amigos y conocidos que le rodeaban, o veremos como pequeñas anécdotas de su día a día terminaron formando parte de sus historias. Por ejemplo: 

“Los jugadores de Titán, aunque imaginativa y bien construida, me resultó un poco decepcionante en comparación con El hombre en el castillo. El juego se basaba en nuestras partidas apasionadas al Monopoly. La sociedad que describía Phil en la novela estaba obsesionada con que las mujeres se quedasen embarazadas. Creo que Phil usó parte del material de la época de Berkeley.
A continuación, Phil me contó su nueva idea para una novela:
-Voy a escribir sobre el sindicato de fontaneros y la cooperativa de Berkeley. Voy a llevarlos a Marte.
Aquello se convirtió en Tiempo de Marte”. 

Respecto a los periodos donde ella no estuvo presente, lógicamente están tratados de una forma más impersonal. La autora está obligada a tirar más de los típicos elementos que suelen usar los biógrafos: material de archivo, manuscritos inéditos, cartas, pero sobretodo los testimonios de amigos, colegas de profesión, familiares, etc. Sin embargo, se nota que Anne aprovechó bien sus contactos, pues al ser alguien tan cercano a Dick pudo acceder a su círculo más íntimo, aunque debido a su fama de mala esposa (propagada, recordemos, por el propio Dick), también encontraría algunas resistencias. Al estar planteada la biografía de una forma muy original, casi como un documental, a medida que vamos avanzando en la lectura, la autora aprovecha para revelar algunas de las interioridades de su investigación. De esta manera describe, por ejemplo, la sorpresa de algunos de los entrevistados por encontrarse con una mujer que creían muy diferente. Es quizás en esos momentos cuando Anne R. Dick se muestra más satisfecha, como si fuera una victoria por la dignificación de su persona después de tantos años de rumores e historias malintencionadas.

Sin embargo, pese a los pequeños momentos de euforia, el tono general de esta biografía es de frustración, y no son pocos los pasajes donde la autora expresa su incapacidad para acceder al núcleo duro de lo que termina considerando un misterio: el propio Philip K. Dick. Sin duda, teniendo en cuenta su propia experiencia, sabía bien de los peligros de perderse en una historia tan confusa como la de su ex marido. Tal y como les había ocurrido a otros biógrafos de Dick, uno podía comenzar a tirar del hilo solo para acabar enredándose con él. Quizás, el caso más radical fue el de Paul Williams, el influyente periodista y crítico musical de la contracultura americana. En 1974 publicó una extensa entrevista con Dick para la revista Rolling Stone (1). El escritor aprovechó la ocasión para explayarse con algunas de sus teorías y mezclarlas con asuntos oscuros de su propia vida, especialmente sobre un robo que sufrió en su casa en 1971 y de cuya autoría culpaba intermitentemente a la CIA, el FBI, los Panteras Negras o los Minutemen. También afianzó, como el que no quería la cosa, su imagen de escritor drogata, negando tajantemente que el LSD hubiera tenido influencia sobre su obra y señalando al escritor Harlan Ellison como el culpable de haber propagado ese bulo, pero a cambio admitía abiertamente el uso masivo de anfetaminas. Lo cierto es que él mismo había redactado para la contraportada de sus libros frases como “Ha estado experimentando con drogas alucinógenas para encontrar la realidad invariable detrás de las ilusiones”. A partir de esta entrevista, la figura de Philip K Dick encajó perfectamente en el contexto de esa época, tan fascinada por lo marginal y lo freak. Su reputación de “maldito”, antes restringida al mundillo de la ciencia ficción, le impulsó fulminantemente al estatus de gurú en la cultura underground. Paul Williams, absolutamente magnetizado, se convirtió en una especie de profeta de Dick, hasta el punto de que tras el fallecimiento del escritor en 1982 su familia le pidió que fuera el guardián de sus archivos personales. Posteriormente, con la colaboración de algunos otros entusiastas, fundó la Phillip K Dick Society, publicando durante varios años un boletín que ahondaría en la mitificación del escritor. 


En todo caso, llama mucho la atención la forma en que Anne R. Dick trata la turbulenta vida de su exmarido a partir de los años 70. El creciente abuso de drogas. La inmersión en los “bajos fondos”. Las estancias en los centros de desintoxicación. Las desastrosas relaciones sentimentales, que a veces acababan de forma violenta. Los sucesivos estados paranoicos, depresivos o de euforia desmedida y los varios intentos fallidos de suicidio… Lo cierto es que muchas de esas experiencias acabarían descritas en sus novelas, a veces de forma literal, otras en clave o muy exageradamente, a la espera de ser desentrañadas o interpretadas por sus crecientes seguidores y estudiosos. Sin embargo, en el caso de Anne R. Dick, ella prefiere para su biografía pasar de puntillas sobre algunos de estos episodios, sin negarlos, pero siempre esforzándose por minimizar el protagonismo de las drogas y de cualquier tipo de exceso, y, en todo caso, procurando mostrar una versión de Dick muy alejada de lo romántico o lo contracultural. Lo que para otros significó una etapa fascinante en la vida de su ex marido, para Anne R. Dick solo es motivo para la censura o la compasión. Por ello, nos ofrece el retrato crudo y, en ocasiones, francamente lastimero de una persona que, pese a todo su talento, no pudo evitar acabar inmersa en el patetismo y la autodestrucción. No obstante, estaría bien preguntarse hasta qué punto este retrato desmitificador que Anne nos muestra de Philip K Dick es el único y verdadero, pues lo cierto es que incluso ella termina admitiendo, a regañadientes, que parecía contener en su interior muchas versiones diferentes de sí mismo. Dicho en sus propias palabras: “Cuando creo haberlo descubierto me asaltan las dudas. ¿Acaso cambiaba de identidad como la gente se cambia de ropa?”. Así pues, muy a su pesar, es posible afirmar que Dick fue muchas cosas a la vez: ese marido perfecto y hogareño que describe al comienzo de su matrimonio, pero también el que después decidió mentir a las autoridades para obligarla a internarse en un manicomio. De la misma manera, fue el intelectual autodidacta de izquierdas, pero también el cuarentón que guardaba un revolver para proteger su botín de anfetas o el que mandaba al FBI pruebas de un complot del KGB, con el mismísimo Stanislaw Lem de por medio. Philip K. Dick se definió, para bien y para mal, a través de toda esa amalgama de contradicciones, donde verdad, mentira y fantasía parecían encajar sin errores de continuidad.

Ese perpetuo espíritu de contradicción que condicionó su vida también se plasmó en su literatura. Desde el comienzo jugó con una gran mezcolanza de conceptos filosóficos, políticos y religiosos cuyo resultado pueden llegar a lo paradójico. Aunque, sin duda, es en la etapa final donde todo este proceso se lleva al extremo, dándose, además, tantos paralelismos con sus propias experiencias que es inevitable tener la sensación de que obra y vida acabaron por retroalimentarse hasta llegar al punto de fundirse, lo cual puede resultar sorprendente si recordamos que Dick escribía ciencia-ficción. De hecho, si comparamos como ha sido tratado Dick respecto a otros autores de género fantástico, seguramente observaremos algunas diferencias muy significativas. Pongamos por caso a H.P. Lovecraft (por cierto, uno de los autores favoritos de Dick). Casi todos los estudios literarios o biográficos interpretan la obra de este escritor como una válvula de escape para una historia personal plagada de represión, complejos y traumas. Dejando a un lado la gran calidad e inventiva de Lovecraft, se asume que el hombre y la obra, por muy relacionados que pudieran estar simbólicamente (o incluso patológicamente para algunos), suponen los dos aspectos de un conflicto aparentemente irresoluble entre el estricto materialismo del autor y la fantasía descabellada de la obra. Desde esa perspectiva, para cualquiera que quiera ser tomado en serio sería muy arriesgado sostener que Lovecraft mantuvo contacto (más allá de lo imaginario) con la Gran Raza de Yith y que de ahí sacó algunas de sus ideas. Sin embargo, cuando se trata de Philip K. Dick veremos que este tipo de consideraciones no parecen tan rígidas. Gente como Robert Anton Wilson o D. Scott Apel, por poner ejemplos radicales, se mostraron encantados de examinar la relación entre la obra y la vida de Dick con una apertura de miras que pondría los pelos de punta a cualquier psiquiatra. Y aun sin llegar a esos extremos, son innumerables los comentaristas que prefieren concederle el margen de la duda entes que arrojar a Dick directamente al saco de los locos de atar. Pero, sin duda, esto es posible porque el propio Dick se esforzó para que fuera así, invirtiendo eso del escritor que escribe sobre lo que vive, para conseguir ser el escritor que vive dentro de lo que escribe. Su vida fue derivando poco a poco en algo tan extraño que los límites de lo racional y lo irracional se difuminaron totalmente. De alguna manera, la ficción terminó por filtrarse en lo biográfico, pero a la vez él aprovechó para a sacar de ahí más inspiración para sus libros, creándose así un juego de espejos en el que es muy fácil perderse. Tanto es así, que muchas de las personas que le rodearon terminaron siendo atraídas por la fuerza gravitatoria de lo que se podría definir como un verdadero mito, con todas sus consecuencias. Anne R. DicK lo expresa de esta manera: “Jugó con nuestras vidas y también con la suya, nos convirtió en seres de ficción y nos integró en los universos que creaba”.

Para ilustrar lo que acabo de sugerir, señalaré un ejemplo que espero sea lo suficientemente claro. Como es bien sabido, Philip K Dick ganó el premio Hugo en 1963 gracias a su novela El hombre en el castillo. Se suele hablar de esta novela como una ucronía, que en este caso trata sobre los Estados Unidos de una realidad alternativa donde Alemania y sus aliados habrían ganado en la segunda guerra mundial. La geopolítica, la sociedad y la cultura de esa Historia alternativa de Estados Unidos podrían haber sido elementos interesantes para otros escritores, pero para Dick son cuestiones totalmente secundarias. Su principal interés, como en tantas otras novelas suyas, es presentar un contexto para unos personajes que sospechen de la realidad que viven. Por ejemplo, tenemos al señor Tagomi, japonés adepto al budismo. En un momento dado de la novela, a este personaje le sobreviene una visión al observar atentamente una joya de forma triangular (2). De pronto, siente que está en un mundo diferente (que de hecho es el nuestro, el de Philip K Dick y el propio lector). Es como si estuviera dentro de una pesadilla, pero a la vez intuye que esa terrible visión es más auténtica que la realidad que él vive normalmente. A partir de ese momento el señor Tagomi no puede obviar lo que sabe una verdad: el mundo que vive es de alguna manera una falsificación. Ahora bien, la cuestión es que este pasaje de El hombre en el castillo anticipó casi literalmente algo que una década después viviría el propio Philip K. Dick. El dos de marzo 1974 tuvo una experiencia que, al igual que le ocurriera al personaje de la novela, se desencadenó al observar una joya, aunque en su caso se trataba de un colgante en forma de pez (antiguo símbolo del cristianismo). De esta visión y otras que se sucedieron los días posteriores, surgió en Dick una verdadera obsesión que le condicionó lo que le quedaba de vida. Incansablemente, extrajo toda una serie de teorías contradictorias y enrevesadas que, resumiéndolo mucho, venían a decir que nuestro universo estaba muerto porque había sido abandonado por Dios. Al igual que el señor Tagomi, Dick había recibido la información de  que este universo era una falsificación. Luego, todas estas ideas se plasmaron en un larguísimo diario denominado Exegesis, y en una serie de novelas, principalmente Valis, que, en cierta manera, seguían ahondando en la esencia de El Hombre en el castillo, pues en esa novela había un libro dentro del libro, solo conocido por unos pocos, que rebelaba cual era el “mundo real”. Parece ser que la intención de Dick era similar con Valis,  convertirnos a nosotros, los lectores, en seres de ficción al enterarnos de que también este mundo es una falsificación.

Así pues, cuando hablamos de Dick, ¿Dónde comienza la realidad y dónde la ficción? ¿Dónde el delirio y dónde la lucidez? Mirándolo así, quizás sean muy comprensibles las precauciones de Anne R. Dick, pues su intención era huir de la mixtificación de Philip K DicK a toda costa. En esta biografía que hemos reseñado, aparece el hombre tras el mito, pero también sabemos que eso es imposible sin arruinar su intrínseca naturaleza ubicua. Ciertamente, Philip K Dick es a estas alturas un mito literario, y no es arriesgado afirmar que también sea mucho más que eso. Sus ideas han influido en numerosas aspectos de nuestra cultura durante las últimas décadas, porque, entre otros asuntos, vaticinaban la paulatina virtualización y falsificación de lo real. Su obra, tan dada a la contradicción y la ambigüedad, permanece ahí para ser descifrada de muchas maneras posibles. Algunos, como si asumieran ser agentes de la entropía, han querido ver en él un apóstol de la postmodernidad y de la desintegración de cualquier discurso coherente o definitivo, pero también sus ideas puede ser interpretadas en el sentido contrario: como un apasionado llamamiento a la búsqueda de la verdad por encima de tantas falsedades y simulacros. 

Reseña de Antonio Ramírez


(1). Ver aquí:

(2). Es interesante señalar que la joya que mira el Señor Tagomi está inspirada en una pieza real realizada por Anne R. Dick, pues durante la época en que Dick escribía esta novela ella había iniciado, con gran éxito, un negocio de artesanía.


Enlaces de interés:

Lecturas recomendables:
Pablo Capanna. Idios Kosmos. Claves para Entender a Philip K. Dick
Aaron Barlow. Cuánto te asusta el Caos?: Política, Religión y Filosofía en la obra de Philip K. Dick

viernes, 1 de marzo de 2013

AGUARDANDO EL AÑO PASADO - Philip K Dick

Edición original en inglés en 1966.
Editada en castellano por Jucar en 1988.
Traducción de Domingo Santos
235 páginas.

Sinopsis.

Eric Sweetscent es un médico de éxito aunque profundamente infeliz a causa de un matrimonio fracasado. Ve como su vida va enredándose cada vez más en el sin sentido de una guerra interplanetaria, los estragos de una misteriosa droga y los caprichos de un lider político hipocondríaco.

Comentario del libro.
  
 Esta novela no suele figurar en esas listas de mejores obras de Philip K Dick que la crítica especializada realiza de vez en cuando, pero lo cierto es que entre sus fans más acérrimos es normalmente muy bien valorada. La razón de ello es que Aguardando el año pasado aglutina gran parte de las obsesiones de Dick, todas ellas condensadas en una trama lo suficientemente consistente y frenética como para mantener el interés desde la primera a la última página. Son tantas las ideas típicamente dickianas contenidas en sus 235 páginas, que muchos de ellas figuran como meros apuntes, retazos de planteamientos argumentales que no son desarrollados del todo. Quizás esa sea una de las razones por las que esta novela suele calificarse como menor, ya que adolece de una cierta ligereza argumental que la hace parecer inferior de lo que es. Pero por otro lado, irónicamente, esto deja ver también porqué esta novela debe ser tenida en cuenta, pues resulta sorprendente comprobar (una vez más) como Dick es capaz de plantear (aunque sea apresuradamente) multitud de conceptos y reflexiones complejos en un envoltorio de apariencia prácticamente pulp. 

Esta tensión entre simpleza y complejidad es permanente en la obra de Dick. La sencillez de su prosa y la poca espectacularidad de su ciencia-ficción (normalmente nula en cuanto a especulaciones científicas serias) se contraponen a la complejidad psicológica de sus personajes, a sus planteamientos filosóficos vertiginosos, al fino sentido del humor que hay por debajo de su aparente fatalismo y sobre todo al constante espíritu de cuestionamiento que logra transmitir con tan pocos medios. El resultado suelen ser libros electrizantes, a veces algo confusos, pero siempre dotados de interés para quien ha conectado con las ondas dickianas. La novela que reseñamos aquí es un perfecto ejemplo de ello. 

Aguardando el año pasado fue escrito en 1963 (aunque publicada en 1966). Este hecho es importante si tenemos en cuenta que uno de los ingredientes cruciales de este libro es la droga. Según parece Dick no tomó alucinógenos hasta el siguiente año, aunque ya había escrito algunas historias con claras referencias a este tipo de substancias posteriormente admitió que las descripciones de sus efectos se basaban en lo que sabía de oídas (y en algunos episodios psicóticos que presumiblemente habría sufrido en su vida hasta ese momento y que después se intensificarían). Incluso después, cuando ya pasó por la genuina experiencia del LSD, Dick nunca llegó a escribir directamente bajo los efectos de esta substancia (en una entrevista realizada en los años 70 recordaría que lo único que logró en esas condiciones fue hacer una página en latín [1]) ni, pese a su actitud pro-LSD durante un breve periodo de tiempo, nunca llegó a ser un verdadero “creyente” de la religión lisérgica tan en boga en la contracultura de los 60. En la práctica, su relación con las drogas casi se restringió a los estimulantes (que le provocaron una larga adicción y graves daños físicos irreversibles) y el alcohol. Por ello es muy interesante señalar que en Aguardando el año pasado el tema de la droga es expresado en un sentido muy negativo y siniestro. Aparte de describir con detalle un terrible retrato de la adicción, Dick aprovecha también para transmitir la idea de que las drogas pueden ser usadas como un eficiente medio de control por parte de los gobiernos. En esta cuestión Dick se adelantó bastante a las posteriores teorías de conspiración que rodearon el consumo de alucinógenos durante los años 60. 

Todavía en 1963 este tipo de drogas eran un secreto para iniciados, aunque después su consumo, como ya sabemos, conoció una intensa expansión. Estén fundadas o no las diferentes teorías de conspiración alrededor de este tema, ahora está comprobado que una de las principales fuentes de suministro fue el ejército americano, ya que éste llevaba años investigando con substancias como la psilobicina y el ácido lisérgico con intenciones de usarlas como arma o suero de la verdad. A través del llamado proyecto MKUltra se experimentó con presos, enfermos mentales o personal del ejército (muchas veces sin aviso previo); también con voluntarios civiles, muchos de ellos de cierta influencia en la cultura underground, como es el caso del escritor Ken Kesey, a la postre uno de los mayores apólogos de las drogas psicodélicas durante los años 60. Pero a partir de la década de los 70 se comenzó a sugerir desde varios frentes que el gobierno americano había provocado adrede el consumo masivo de drogas para debilitar el compromiso político que había surgido en gran parte de la población a causa de la guerra de Vietnam o la lucha por los derechos civiles [2]. Las detenciones por posesión de drogas, a veces por cantidades irrisorias, fue uno de los medios que la CIA y el FBI usaron para esquilmar durante años las filas de disidentes. Igualmente, tal y como refleja Dick en este libro que reseñamos, las drogas fueron usadas para comprar confidentes. A los alucinógenos se sumaron después los opiáceos, como por ejemplo quedó patente en la inundación de heroína en los ambientes relacionados con los Panteras Negras u otros grupos revolucionarios. Poco importa que en el caso de este libro la droga sea la frohedradina o JJ-180, una substancia evidentemente imaginaria que provoca en que quien la consume la capacidad de viajar en el tiempo y las realidades paralelas. Dick en ningún momento se permite abandonar un tono crítico con la cuestión de la drogadicción (especialmente con las substancias adictivas), aunque por otro lado se explaye en describir sus efectos de una forma fascinante. Esta actitud crítica es más o menos palpable en toda su obra, pero en libros como Una mirada en la oscuridad está expresada con toda su fuerza a través de la desesperación, autodestrucción y estado de irrevocable paranoia en que viven sus personajes, incluyendo referencias explícitamente autobiográficas.


En todo caso, el papel de Philip K Dick en la expansión del consumo de drogas es bastante contradictorio. Como decimos, su interés por las drogas y sus efectos es más que evidente, pero más allá del hedonismo o de la vacua búsqueda de iluminación que animaba a muchos de sus contemporáneos (aunque no puede negarse que algo de eso también habría en Dick) puede decirse que este interés está motivado por las mismas razones que le llevaron a tratar las realidades paralelas, los entornos simulados o los androides. En este autor todo suele llevar a un cuestionamiento de lo aparente, de todo aquello que es tenido por definitivo. Y en el caso de Aguardando el año pasado esta actitud se torna sistemática: las drogas, las realidades paralelas, la manipulación a través de los medios de comunicación o las simples y llanas mentiras enquistadas de un matrimonio en decadencia sirven a Dick para expresar la precariedad de lo real y las apariencias. Su imagen como escritor "drogata" es en muchos sentidos una impostura, tanto como lo es su posterior leyenda como escritor "majara". La entera obra de Dick se fue desenvolviendo alrededor de unas obsesiones constantes y en realidad ninguna de las piezas que la forman es independiente unas de las otras. Su fijación por la religión al final de su vida puede considerarse una extrapolación de sus primeras especulaciones en torno a los simulacros en sus relatos de los años 50. En suma, sean las drogas o la locura, sea la religión o sea la invectiva a la manipulación de los medios de comunicación, todo responde a una actitud que podríamos calificar tan vital como filosófica, tan trágica como heroica, de enfrentamiento a la falsedad y de búsqueda (siempre fallida) de una realidad última y verdadera.

En ese sentido, Aguardando el año pasado, es todo un compendio del espíritu dickiano en todo su esplendor. Su protagonista, Eric Sweetscent, se ve inmerso en un vórtice de constantes vuelcos argumentales que a veces solo duran un párrafo (para volver a transformarse todo en el siguiente) que permanentemente le dejan en un estado de total inseguridad y confusión. Un proceso que a medida que avanza la novela se va acelerando. Como una hoja al viento, Sweetscent se ve impelido por fuerzas mayores, ya sea la maquinaria de una guerra que implica a tres civilizaciones, los efectos de una droga impredecible que altera la percepción del continuo espacio-tiempo, las oscuras motivaciones de un líder hipocondríaco o las meras contradicciones emocionales de una relación matrimonial desastrosa. Dick utiliza a su personaje para ir desgranando una serie de análisis sobre los procesos de simulación o alteración de lo real. Como por ejemplo ocurre con su exposición de Gino Molinari, llamado la Mole, el líder supremo de un planeta Tierra totalmente globalizado bajo el manto de las Naciones Unidas. Es sabido que Dick, por muy izquierdista que fuera (aunque con muchos matices), sentía una intensa fascinación por los líderes carismáticos con tendencias dictatoriales. Pero en este caso Dick utiliza ese rol para plantear la dudosa consistencia del liderazgo en un mundo donde es posible manipular a la población mediante los medios de comunicación o las exigencias del estado de guerra. Durante todo el libro Molinari es una figura no definida del todo, repleta de misterios y posibilidades. Dick plantea la interesante idea de que Molinari sufre un descomunal caso de empatía por la gente que le rodea que le lleva a sufrir (o a simular psicosomáticamente) las enfermedades de los demás, y que pese a eso es un dirigente férreo dispuesto a ordenar fusilar a quien considere necesario. Esto sirve a nuestro autor para equiparar sucesivamente a Molinari con Mussolini, Lincoln o incluso Jesucristo. Y aun así Dick no se queda ahí. Las propiedades de la JJ-180 permiten una serie de planteamientos en torno a la verdadera identidad de Molinari, además de apuntar algunas ideas sobre las conspiraciones y los asesinatos políticos. Todo esto escrito en una época inmediata al asesinato de Kennedy, hecho que con total seguridad impresionó mucho a Dick, como a tantas otras personas. 

En relación a esto, está claro que este libro fue escrito con la mira puesta en el conflicto bélico de Vietnam que se iniciaba en ese momento, siendo un periodo de tiempo bastante lúgubre en la política americana (aunque, por otro lado, ¿acaso han salido alguna vez de eso?). Dick muestra a un planeta Tierra aliado de los lilisterianos, una civilización directamente emparentada con los seres humanos; en contra de los reegs, unos seres de apariencia insectoide, eternos enemigos de Lilistar. Los humanos se han visto así arrastrados a una guerra donde pintan poco, expuestos a las exigencias de un poderoso imperio que en el fondo desprecia a los terrícolas. En mi opinión Dick hace aquí una metáfora de la situación de la población americana a mediados de los años 60, manipulada para aceptar una guerra a miles de kilómetros cuyas motivaciones solo podían encontrarse en el colonialismo ideológico o los intereses económicos de la clase dirigente. Los lilisterianos simbolizan los poderes financieros y políticos, dispuestos a asesinar presidentes más o menos aperturistas, líderes disidentes y en suma criminalizar y perseguir a todo aquel que se opusiera a las exigencias del estado de guerra. Los reegs bien podrían ser una alegoría del eterno enemigo, ese Otro absoluto tan usado por los gobiernos para manipular y dominar los sentimientos nacionalistas belicosos, ya sea en la figura de los rusos, los vietnamitas o más recientemente los afganos e iraquíes.

Entre otros elementos que son imprescindibles de señalar de esta novela se encuentra el protagonismo de Katherine Sweetscent, la esposa del personaje principal. Como bien es sabido los personajes femeninos dickianos, muy especialmente las esposas de los antihéroes que pueblan sus ficciones, suelen cumplir un rol de juez y verdugo, siempre en una labor de desestabilización. Se ha querido interpretar esto como una señal de misoginia, algo que en cierta medida es cierto, pero por otro lado es evidente que se deriva de la tormentosa relación que Dick mantuvo con sus 5 esposas y otras tantas relaciones. Tal y como él admite en Aguardando el año pasado a través del personaje de Eric Sweetscent, parecía sentirse atraído una y otra vez por el mismo tipo de mujer incompatible con su carácter. Todos estos fracasos sentimentales terminaron por reflejarse en sus ficciones, ya de por si plagados de detalles autobiográficos. Aun así, Katherine Sweetscent, aun cumpliendo todos los requisitos del personaje femenino dickiano, especialmente por su comportamiento esquizoide (que en realidad se debe a sus excesos con las drogas) y la constante presión que ejerce en su marido para que suba de escalafón social y económico, es un elemento que cumple una función importante para la trama más allá de ese rol tiránico. Tanto que su punto de vista es expresado ampliamente en primera persona en bastantes pasajes del libro, lo cual no es muy común en la obra de Dick (de hecho, aparte de algunos relatos, solo escribió una novela de ciencia-ficción donde el protagonista principal fuera una mujer y además en primera persona, se trata de La transmigración de Timothy Archer).

En fin, con esta reseña que querido demostrar que Aguardando el año pasado, pese  a que no suele ser muy recordada dentro de la bibliografía de Dick, no es precisamente una novela falta de interés. Además de los citados, son muchos otros los elementos a tener en cuenta. Por solo poner un par de muestras más: el personaje de Bruce Himmel, un trabajador de baja categoría que se dedica en sus ratos libres a reparar componentes robóticos desechados para después dejarlos libres por la ciudad “porque se lo merecen”. Y en segundo lugar, el fragmento del Washington de 1935 que Virgil Ackerman, el jefe de Eric Sweetscent, se está erigiendo en Marte como fiel reconstrucción hasta en los más mínimos detalles del limitado mundo de sus recuerdos infantiles. Este concepto de un entorno simulado o artificial, ya sea físicamente como por medios virtuales, es una constante en Dick, algo que puede comprobarse en muchos de sus relatos y en novelas como Tiempo desarticulado o Un ojo en el cielo. Algo que después también ha podido verse en el cine más deudor de Dick, como pueden ser películas como El show de Truman o Matrix. 

Así pues, Aguardando el año pasado es un libro que con seguridad apasionará a los lectores asiduos de Philip K Dick. Es una novela que arranca despacio pero a medida que avanza va cogiendo velocidad hasta un puro vértigo de incansables giros argumentales. Su final quizás dejará un poco frío a mucha gente, pero resulta totalmente coherente dentro del universo dickiano. En definitiva, este libro es una muestra más del genio de un escritor que a estas alturas se ha ganado por méritos propios el estatus de legendario. 

Reseña de Antonio Ramírez

1. Ver referencia en esta entrevista 
2. Bibliografía sobre el tema: Sueños de ácido. Una historia social del LSD, la CIA y todo lo demás. Editorial Castellarte 2002.