miércoles, 15 de mayo de 2013

PROVOCACIÓN - Stanislaw Lem

Si hay algo difícil de encontrar en los libros de Stanislaw Lem es complacencia, ni para sí mismo ni para el lector. Donde otros autores hacen triunfar a sus héroes mediante la razón, o en su defecto el amor o la valía ética, Lem siempre antepone el error y la confusión, las decisiones desastrosas, la falta absoluta de lucidez racional y moral ante unos enigmas que se muestran insuperables. Por eso sus tramas, pese a estar muchas veces repletas de sentido del humor, no suelen ser precisamente alegres y ni mucho menos optimistas, más bien transmiten una cierta sensación de pesadumbre, algo así como la añoranza de un sentido que se ha perdido o que nunca se ha llegado a tener.

El libro que reseñamos aquí es un ejemplo paradigmático del pesimismo de Lem, pero a diferencia de obras como Fiasco o La voz de su amo, no se trata de una obra de ficción, al menos en el sentido ordinario, pues pertenece a la llamada Biblioteca del Siglo XXI: un conjunto de obras donde el autor recurre a trucos literarios tales como reseñas o prólogos de libros imaginarios para explorar diversas ideas imaginativas o de carácter científico y filosófico. En el caso de Provocación, Lem simula reseñar sendas obras: El genocidio, de Horst Aspernicus y Un minuto humano de J. Johnson y S. Johnson. En apariencia son libros no relacionados entre sí, pero es inevitable que el lector termine por vincularlos de alguna manera (hasta que punto esto estaba previsto por Lem no lo sabemos). 

Al parecer, cuando este libro se publicó a mediados de los años 80, algunos críticos creyeron en su autenticidad, es decir, asumieron que Lem hablaba de autores y obras reales, no reparando en señales que dejó aquí y allá; por ejemplo, que la fecha de las reseñas de ambos libros sean anteriores a la propia publicación indicada. En todo caso se trata, efectivamente, de una situación que puede llevar a confusión. ¿Qué se reseña cuando se trata de un libro de reseñas de libros ficticios? ¿La labor del verdadero autor, en este caso Lem, o la labor del autor inventado? Como en el caso de algunos célebres escritos de Borges (comparación que Lem siempre declaró producirle mucha satisfacción), la obra alcanza una dimensión meta-literaria fascinante. Sin duda su escritura debió aportar al escritor polaco una libertad de movimiento sin igual, poder escribir sobre las ideas de “otro”, identificarse o discrepar con sus palabras a voluntad. Aunque el lector sabe en todo momento que se trata de un juego literario, es inevitable caer en él. Lem simula reseñar libros que en realidad no existen, nosotros simulamos leer esas reseñas como si fueran genuinas. Al margen de la calidad y del contenido de la obra, lo cierto es que resulta una experiencia muy interesante.

Como decíamos antes, este libro es un buen ejemplo del pesimismo de Lem, de hecho los conceptos que más se manejan en él son la muerte, la violencia, el sufrimiento, el absurdo y la sordidez de la condición humana. No siendo una ficción y tomando la forma del ensayo, el autor puede ir al grano, sin personajes, sin diálogos, sin requerimientos literarios que suavicen sus intenciones de presentar con crudeza unos hechos que de todas maneras serían muy difícil de maquillar.  

Provocación se abre con la crítica a El genocidio (Der Völkermord. 1980), un ensayo dividido en dos capítulos que versa sobre el Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Lem nos habla de la postura de Aspernicus respecto a las causas que condujeron al aparato nazi a perpetrar lo se vino a llamar el Endlösung (la Solución Final) y que se tradujo en más de seis millones de asesinatos entre judíos y otros colectivos de "indeseables" a ojos del Tercer Reich. Aspernicus señala que sin lugar a dudas no estuvo motivado por la búsqueda de un beneficio económico o estratégico, ya que supuso enormes gastos en infraestructuras y personal e impulsó el exilio de muchos científicos que después fueron clave en el desarrollo armamentístico de sus enemigos (por ejemplo en el desarrollo de la bomba atómica). Los líderes nazis falsearon y ocultaron sus verdaderas razones, ya sea de cara a la sociedad alemana o en cuanto a sus propios militantes (tendentes a seguir a pie juntillas el punto de vista de sus jefes), para llevar a cabo la enorme matanza, rodeando su discurso de oscuras referencias mitológicas, sociológicas e incluso biológicas (apelando por ejemplo a las leyes evolutivas darwinistas, algo que el autor refuta en pocas palabras).

Ante la impostura nazi respecto a un hecho tan grave y trascendente en la historia de Europa y del mundo, el autor maneja varias teorías que si bien no son excesivamente originales (sería muy difícil para un tema que ha sido revisado y descrito de todas las maneras posibles por multitud de analistas, novelistas, cineastas, etc), son expuestas con garra y agilidad, enlazando una serie de ideas audaces hasta llegar a algunas conclusiones que dan que pensar. Partiendo de una dura crítica a los negacionistas, evidentes en su complicidad al querer convertir en mentira un crimen mayúsculo, o aquellos intelectuales que quisieron aparentar no haberse enterado de que iba la cosa, como por ejemplo el filósofo Heidegger, Aspernicus hace un análisis somero pero contundente en torno a nociones como el mal, la muerte en nuestra cultura o la guerra. Paulatinamente va desarmando las diferentes interpretaciones que se han hecho de este acontecimiento. Teniendo en cuenta la base ideológica sobre la que se armó el Tercer Reich, Aspernicus toma en consideración el sadismo implícito en el modus operandi de los nazis y se pregunta del porqué de esta crueldad institucionalizada y sin parangón en otros regímenes fascistas (ya de por si extremadamente cruentos) de la época. El autor procura hacer hincapié en desmitificar a los dirigentes nazis, a veces sobrevalorados por los analistas, tildándolos de palurdos, arribistas y nuevos ricos, señalando hasta que punto estas cualidades condicionaron su ulterior conducta. 




Los nazis necesitaban construir todo un simulacro para justificar una masacre sin sentido alguno, para ello desarrollaron el concepto del kitsch hasta unos extremos nunca antes vistos. Imitando la grandeza de Roma u otros imperios, pero ignorando las razones que los tiranos de la antiguedad esgrimían para su sed de dominación (intereses económicos o religiosos) o de exterminio de ciertos sectores de la población enemiga (estrategia militar y política). Según Aspernicus, para poder justificar lo injustificable, los nazis no pudieron sino asumir el modelo superior de la tiranía en la cultura occidental: Dios. "Bañados en tripas humanas hasta las rodillas, chapoteando en el matadero ¿como y aquien iban a imitar para no perder de vista sus aspiraciones? El camino más asequible para ellos, el del kitsch, los llevó muy lejos, hasta el mismo Dios...El severo Dios Padre, por supuesto, no ese llorica, Jesucristo" [1]. En el fondo era una manera de intentar trascender cualquier subordinación a lo divino tomando su lugar. Así, eliminando a los judios, el "pueblo elegido" designado por el propio Jehová según las escrituras, pretendían abrir una nueva era en la historia de la humanidad con el pueblo ario como libertador absoluto. Sin embargo representar el Juicio Final de forma convincente no era algo precisamente fácil. Una vez derrotada Alemania todo el simulacro se viene abajo, desvelándose sus motivaciones como meras cortinas de humo sin sentido, absurdas en su crueldad y salvajismo. Es un hecho que ningún lider nazi llegó a proclamar jamás un discurso coherente para explicar su conducta o para defenderse convincentemente, porque está claro que no había modo posible. La única salida era esconderse tras nebulosas excusas o la simple negación, hasta el punto de que los actuales neonazis tienden a denunciar el holocausto como un mero artificio sionista. "¿Cómo explicar esta perfecta ausencia de confesiones -ni siquiera bajo pseudónimo- que finalmente tuvo que ser sustituida por los apócrifos literarios, salvo con la indiferencia del actor ante un papel que ha olvidado hace mucho tiempo?" [2].

Tras desmontar las justificaciones del nazismo para llevar a cabo su terrible crimen (al margen queda el crucial análisis de la parte de culpa que tuvieron en todo este asunto los poderes económicos alemanes o de otros países), Aspernicus se dispone a vincular el espíritu del nazismo con el terrorismo moderno, con argumentos que seguramente fueron polémicos en una época (Provocación fue publicado en 1984) en que los movimientos radicales de izquierdas defendían con mucha pasión la violencia armada como herramienta política. 

La reseña del libro termina con una llamada de atención: el nazismo abrió una brecha en nuestra civilización. En un mundo (al menos en occidente) que ha terminado por arrinconar y reducir la muerte a un fenómeno exterior de lo cotidiano y la cultura oficial, hecho que se experimenta intimamente o bien colectivamente por medio de representaciones anestésicas y faltas del pathos que tradicionalmente se le reservaba como destino inapelable, el nazismo supo administrar la muerte mediante la mentira, convertiendo el mal absoluto en el supuesto camino para un gran bien. De nosotros depende cerrar esa brecha, o seguir permitiendo que las guerras, masacres y crímenes que asolan nuestra historia actual, ecos de un proceso que se abrió en el siglo XX con las matanzas de los kurdos por parte del ejército turco, las diversas masacres colonialistas en varios continentes, el Holocausto judio, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, las guerras de Vietnam, los regímenes fascistas en América Latina, el conflicto en Oriente Medio, las sucesivas guerras del Golfo... siga ocurriendo en total impunidad y en nombre de razones tan nebulosas como las esgrimidas por los cabecillas nazis.

La segunda parte de Provocación, la más breve en comparación, versa sobre Un minuto humano, un libro que se propone representar "lo que todo el mundo esta haciendo simultáneamente durante un minuto" [3]. Tal idea nos remite obligatoriamente al Aleph de Borges, ese punto ideado por el escritor argentino que contendría todos los puntos del universo. Pero en el caso de la propuesta de Lem, mucho más humilde pero igualmente fantástica, se trataría de un libro que mediante gran cantidad de estadísticas expresara todas las experiencias humanas durante sesenta segundos.

Lem comienza con una explicación (francamente divertida y llena de corrosivo sarcasmo) donde sin pelos en la lengua arremete contra el mundo editorial (por cierto, aprovecha para meterse con el mundillo de la ciencia-ficción), la televisión, la publicidad o los mass-media en general. Según él, la ambición de los autores (J. Johnson y S. Johnson) es aprovechar el éxito popular de los libros de records Guinness, pero de una manera respetable para un público serio e intelectual. En suma, Un minuto humano es un ensayo lleno de cifras en apariencia absurdas, pero que en esencia pretende describir la condición humana durante un lapso de tiempo determinado.

En una serie de apartados que por métodos estadísticos pueden interrelacionarse, los autores van desgranando una exhaustiva descripción de todas las experiencias que el ser humano es capaz de vivir en todos los ámbitos posibles de su cotidianidad y variedad cultural. Pero tratándose de Lem todo se centra en aspectos bastante truculentos, porque según él los propios autores (que no olvidemos son el propio Lem) han tendido a ello. Hay en los apartados de la obra un desequilibrio entre la belleza y fealdad de la existencia humana. Por ello el apartado dedicado a las estadísticas de mortandad es amplia: sus causas naturales (señalando la infinidad de muertes por enfermedad o en consecuencia de los elementos atmosféricos: rayos, huracanes, tifones, etc) o por accidentes de todo tipo, por suicidio (con un repaso de todas sus variantes conocidas), por homicidio (premeditado o por negligencia), por torturas, por atentado terrorista, a causa de la guerra, del hambre, etc. También son amplios los diagramas que se ocupan de la criminalidad en todos sus formas, las infinitas maneras de ejercer la violencia, el robo, el fraude, el chantaje, la opresión, la manipulación, la humillación al prójimo... en suma, la maldad humana en todo su esplendor. "El libro solo puede deprimir a los que todavía se hacen ilusiones sobre la naturaleza humana"[4].

Sin embargo esta representación cifrada no se centra solo en los hechos y actividades, sino también en la propia carnalidad de la vida humana: cuantos litros de sangre recorren nuestras venas, cuanta comida tragamos, cuantos litros de semen, orina, mucosidad, menstruación o cuanta execrencia de nuestro cuerpo podamos concebir. Dándose así imágenes dantescas, como que la cantidad de semen que la humanidad eyacula en un minuto puede medirse en 45.000 litros. También son cifras que llevan a la reflexión: si la cantidad de sangre que fluye por las venas de la humanidad en un minuto fuera vertida a los oceános no habría un cambio perceptible en su volumen.

Según Stanislaw Lem, la idea que motiva este libro puede llevarnos a unas conclusiones siniestras: es fácil pasar de la estadística a la probabilidad, estos datos no nos dicen simplemente lo que está ocurriendo, sino lo que es probable que pase minuto tras minuto, con variaciones mínimas, con una certidumbre que nos hace pensar en un mecanismo matemático y determinista sin alteración posible. En un momento excepcional de optimismo, Lem arremete contra los autores del libro recordando la figura del Hombre del Subsuelo de Dostoievski, aquel que para escapar del racionalismo decide volverse loco, escapando de las garras de la objetividad y la ciencia a través de aquello que no es medible. Por ello Lem recuerda a J. Johnson y S. Johnson que sus estadísticas no contienen ningún apartado llamado "Dignidad humana", o que en ninguno de sus diagramas se habla de la existencia psíquica del ser humano, de su mundo interior, de su imaginación, de sus sueños. No obstante, Lem termina por admitir que la realidad material se acerca bastante a lo que el libro describe, que poco importa cada vida individual, las aspiraciones y motivaciones personales, cuando alguien o una institución es capaz de empaquetarlas en hechos objetivos medibles. El género humano, considerado como un solo ser, es una criatura atroz, capaz de contener dentro de sí hechos tan graves como los descritos en la primera parte de Provocación. "Nuestro mundo no está a medio camino del infierno y del cielo: parece estar mucho más cerca del primero" [5].

Notas:

[1] Pagina 66.
[2] Página 68.
[3] Página 111.
[4] Página 153.
[5] Página 155. 
 

Reseña de Antonio Ramírez