viernes, 30 de agosto de 2019

KURT VONNEGUT - Matadero 5 (o la cruzada de los niños) / El desayuno de los campeones


Matadero 5, o la cruzada de los niños (edición original en 1969)
Anagrama. 188 páginas.

El desayuno de los campeones (edición original en 1973)
Anagrama. 270 páginas. 

Kurt Vonnegut es considerado como uno de los escritores más importantes de la literatura norteamericana del siglo XX. Tras publicar durante los años 50 varias novelas y relatos adscritos al género de la ciencia-ficción que pasaron sin pena ni gloria, a comienzos de la década de los 60 comienza a hacerse muy popular en los ambientes contraculturales. Fue considerado algo así como un “escritor pop”, pero a la vez consiguió ser muy respetado por la crítica literaria y los corrillos universitarios. Ha sido clasificado en muchas ocasiones como postmoderno, y ciertamente, al menos en el aspecto formal, muchos de sus libros pueden entenderse como un ejercicio de deconstrucción de la narrativa tradicional: sin una línea argumental realmente definida, con bruscos saltos de estilo y sobretodo un evidente uso de lo meta-literario. Vonnegut escribía novelas con varios niveles de lectura, a la manera de puzles o cajas rusas. Matadero 5 y El Desayuno de los campeones, las dos novelas que reseñamos aquí, pueden ser buenos ejemplos de esta experimentación con la técnica narrativa y la razón de que haya decidido reseñarlas juntas es que ambas, pese a ser totalmente independientes, están muy relacionadas entre sí por su temática y por sus personajes. De hecho, por el mismo motivo se podría haber añadido otra novela escrita en 1965: Dios le bendiga, Mr. Rosewater, pero ya me parecía excesivo.

Dejando a un margen las cuestiones formales, si hay algo que defina realmente a este autor es que ya desde el comienzo de su carrera se posicionó en contra del racismo, la desigualdad, la belicosidad y otros aspectos reaccionarios que demasiadas veces han caracterizado la sociedad norteamericana. No debe extrañarnos, por tanto, que sus experimentos estéticos sean inherentes a una motivación que podríamos definir como política y humanista. Para más señas, en un momento dado de El desayuno de los campeones, Vonnegut pone en boca del narrador (que es un personaje más, a la vez que un trasunto de sí mismo) la siguiente afirmación:

“Cuando comprendí qué era lo que convertía a América en una nación de personas tan desgraciadas y peligrosas que no guardaban ninguna relación con la vida real, decidí de abstenerme de escribir narraciones totalmente inventadas. Decidí escribir sobre la vida. Todas las personas tenían que tener la misma importancia. Todos los hechos tenían que tener el mismo peso. No había que dejar nada de lado. Que otros se ocupen de ordenar el caos. Yo, en cambio, me ocuparía de introducir el caos en el orden, cosa que creo haber conseguido”.

Lo cual, creo que describe muy bien lo que vamos a encontrarnos en estas dos novelas, pues los personajes principales deben ceder permanentemente el protagonismo a otros que pese a ser fugaces condicionan enormemente la lectura. Igualmente, los protagonistas resultan inseparables de su contexto, ya sea en un sentido físico como psicológico. Los entornos hostiles, artificiales o en ruinas proyectan una degradación que los personajes viven tanto exterior como interiormente a través de la fealdad, la contaminación y la deshumanización. Por otra parte, esa referencia al caos que hemos leído antes también me parece crucial. Si el postmodernismo se funda en la imposibilidad de establecer un relato único de lo real (con su reflejo en la novela y el arte en general, pero también en la política, en la economía, etc), entonces Vonnegut parece querer añadir aún más confusión si cabe. Y, efectivamente, estas dos novelas son artefactos literarios anárquicos, resultado de mezclar la comedia negra y absurda, la crítica social, la ciencia-ficción, la autobiografía y que, por si fuera poco, en el caso de El desayuno de los campeones viene acompañado por los dibujos de estilo naif del propio Vonnegut. En suma, nos encontramos muy lejos de la narrativa clásica, más o menos lineal, donde las situaciones y personajes son expuestos de forma ordenada, cada cual con una función muy específica dentro de la trama. Aquí es el lector el que debe extraer algo de significado en un pulular de seres desgraciados y autodestructivos que son presentados a retazos, permanentemente instalados en el flashback y, en el caso de Matadero 5, atrapados en un literal viaje en el tiempo. No obstante, a medida que vamos desmadejando el hilo de estos libros, vamos descubriendo que bajo esta aparente confusión sistemática se esconde un intento desesperado de aportar algo de sentido. A través de un discurso rabiosamente crítico con la sociedad norteamericana Vonnegut busca trascender el caos mediante un reclamo que todos compartimos: la empatía, logrando así sortear de alguna manera los callejones sin salida de la literatura postmoderna, tomando partido de una forma contundente y con ello obligando al lector a posicionarse ante lo que le cuenta.

 
 
Entonces, ¿de qué van estas dos novelas? Lo cierto es que ambas se resisten a una descripción realmente clara. Matadero 5 es, siendo muy sintéticos, un lamento que no puede encontrar las palabras adecuadas, de ahí que Vonnegut nos deje este párrafo inolvidable en su introducción:

“(..) si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan. ¿Y qué dicen los pájaros? Todo lo que se puede decir sobre una matanza; algo así como «¿Pío-pío-pi?».

Hace referencia al tema central de la novela: la destrucción de la ciudad de Dresde durante la segunda guerra mundial. Este hecho fue vivido por Vonnegut en persona y no por casualidad llega a introducirse él mismo como personaje fugaz, desdoblándose así con el protagonista principal, Billy Pilgrim, que también es en cierto modo su alter-ego. Pero donde otros escritores hubieran, quizás, plasmado un relato dramático más al uso, Vonnegut decide tirar de la sátira más salvaje y el absurdo (suficiente es decir que el protagonista de la novela se lleva toda la novela viajando por el tiempo sin que nadie lo sepa), siguiendo esa tradición tan noble de la literatura antibélica y que así bote pronto me trae a la memoria las aventuras del soldado Švejk que nos contara tan magistralmente Jaroslav Hašek. Lo que está claro es que Vonnegut evita a toda costa cualquier tipo de romanticismo bélico, asegurándose, como el mismo dice, “que no habría ningún papel para Frank Sinatra o John Wayne”. Los soldados americanos quedan en un lugar pésimo, aunque sin tener que mostrarlos como malvados sino más bien como seres inmaduros y faltos de cualquier control o autonomía. De ahí el significativo subtítulo del libro (que en el caso de la edición en bolsillo de la editorial Anagrama decidieron eliminar sin más): La cruzada de los niños.

Por su parte, fijar el argumento de El desayuno de los campeones tampoco es tarea muy fácil, así que dejemos que sea el propio Vonnegut quien nos lo diga otra vez con sus propias palabras:

“Esta es la historia del encuentro entre dos hombres blancos delgaduchos, solitarios y bastante viejos en un planeta que estaba agonizando. Uno de ellos era un escritor de ciencia-ficción que se llamaba Kilgore Trout. En aquel momento era un don nadie y suponía que su vida ya se había acabado. Se consideraba un fracasado. Pero, gracias a ese encuentro, se convirtió en uno de los seres humanos más queridos y respetados de la historia. El hombre con el que se encontró era un vendedor de coches, de Pontiacs, y se llamaba Dwayne Hoover. Dwayne Hoover estaba a punto de volverse loco”.

Si en Matadero 5 la historia ocurre en el contexto hostil de bosques gélidos, trenes de prisioneros, campos de concentración y ruinas humeantes, El desayuno para los campeones se sitúa en la fealdad de una pequeña ciudad norteamericana: autopistas, bloques de hormigón, cadenas de hoteles, tiendas de coches, solares vacíos, suburbios divididos racialmente… escenario banal y deprimente que Vonnegut aprovecha para hacer un repaso a la estupidez y la crueldad humana sin dejar títere sin cabeza.

Hace 20 años que había leído por primera vez estos dos libros y lo único que recordaba es que me habían causado una gran impresión y haber reído mucho, pero a la vez haber sentido pena por sus personajes. Leídas por segunda vez he vuelto a emocionarme, y debo admitir que resultan aún más tristes, nada parece haber cambiado en el mundo, por no decir que todo ha ido a peor: básicamente, Vonnegut tenía razón, si no cambiamos nos iremos definitivamente a la mierda. Todo lo que critica de la sociedad americana parece haberse extendido definitivamente al resto del mundo de forma incontenible. No obstante, pese al mensaje pesimista que transmiten, no dejan de tratarse de novelas divertidas y absorbentes, repletas de ocurrencias desternillantes, así como pobladas por personajes dotados de una potente vida sin necesidad de aportar muchos detalles o largas descripciones biográficas. Ocurre así con Kilgore Trout, el medio loco (y a la vez tan lúcido) escritor de ciencia-ficción que aparece en ambos libros. Este personaje, además, sirve de excusa para que Vonnegut haga pequeños resúmenes de muchos de sus libros y cuentos, folletines de ciencia-ficción que han acabado de relleno en libros baratos pornográficos. Son narraciones de apariencia absurda, pero que contienen algún tipo de enseñanza más profunda. Como por ejemplo:

Kilgore Trout escribió una vez un relato que trataba sobre un diálogo entre dos fermentos que discutían sobre las posibles finalidades de la vida mientras comían azúcar y se asfixiaban con sus propios excrementos. Debido a su limitada inteligencia nunca llegaron siquiera a imaginar que estaban haciendo champán.

Evidentemente para Vonnegut la ciencia-ficción siempre fue más un pretexto que otra cosa, la libertad del género le permitía tirar de lo absurdo sin demostrar nunca el más mínimo interés por ser plausible. Confesó no sentirse cómodo cuando le invitaban a convenciones del género y sabía que podía ser decepcionante para quien buscara un apasionado por los temas recurrentes de la ciencia-ficción, la fantasía o incluso las especulaciones científicas complejas. Más bien, sobretodo al principio de su carrera, se mostró crítico con los científicos y especialmente con los usos de la tecnología
(tengamos en cuenta, no obstante, que su hermano Bernardf fue un científico a quien se le atribuye el descubrimiento del yoduro de plata). En ese aspecto, como en todos los demás, más que un interés por convertirse en un escritor serio (sea del género que sea) demostró ser lo más cercano al bufón que en el pasado decía las verdades terribles a la cara disfrazándolas de bromas, pero sabiendo adaptar su sátira a los modos modernos y colando en las estanterías de las librerías un compromiso humanista y político cada vez más escaso en los medios literarios. Frente a la estupidez y la autocomplacencia, la obra de Vonnegut permanece ahí con plena vigencia, recordándonos con total desparpajo que somos un absoluto desastre.
Reseña de Antonio Ramírez

(Autorretrato de Kurt Vonnegut)



viernes, 23 de agosto de 2019

YASUTAKA TSUTSUI - Hombres salmonela en el planeta Porno


Editorial Atalanta, Gerona, 2016.
Traducción: Jesús Carlos Álvarez Crespo.
184 páginas


No conozco mucho de la literatura japonesa, aunque soy una profunda admiradora de la desgarradora y poética obra de Kenzaburo Oe. Sin embargo, el libro que voy a reseñar no se asemeja en absoluto a este autor moralista y desesperanzado. De hecho, el tono directo y humorístico del primer relato de los Hombres salmonela en el planeta porno me chocó mucho, lo que no impidió sentirme inmediatamente absorbida por la lectura de estos cuentos que combinan el humor más disparatado, el amor más loco y el apocalipsis más devastador.


Yasutaka Tsutsui es un escritor, actor, crítico literario y músico japonés que ha publicado unas 600 obras a lo largo de su vida, aunque en España tan sólo han aparecido tres de ellas en la editorial Atalanta. En concreto,  Hombres salmonela en el planeta porno es una recopilación de cuentos publicados en Japón en 2005, cuando el escritor contaba ya con 71 años. La mayor parte de la obra de Tsutsui desarrolla el género de ciencia ficción en su vertiente más humorística, cercana a lo sarcástico y está escrita con un tono irreverente, caustico, rebelde y provocador. De ahí que se le encuadre dentro del género dotabata kigeki, que se considera como una especie de comedia bufa o slapstick. En cualquier caso, las afinidades confesadas de Tsutsui le emparentan con el humor negro más corrosivo de Roland Topor, dando lugar a una extraña mezcla de narrativa manga, paisajes oníricos, situaciones absurdas, crueldad inmisericorde y diálogos delirantes. De hecho, debido a la mordacidad de su escritura, Tsutsui llegó a sufrir la censura de las editoriales japonesas cuando en los años 90’ recibió las críticas de la Asociación de Epilépticos de Japón, por lo que se declaró en huelga entre los años 93 y 96.


Con esta introducción podemos hacernos una idea de la visión que Tsutsui nos ofrece de la sociedad nipona, instalada desde hace mucho en las convulsiones de una crisis financiera y humana. Tsutsui no es en absoluto complaciente cuando trata de comprender el proceso de deshumanización creciente que está generando oleadas de depresión, angustia y suicidio en Japón. A través de un lenguaje sumamente directo, narrado en primera persona y con una estructura clásica muy cercana al cómic manga, Tsutsui va componiendo un retrato pesimista del futuro de la humanidad, señalando como culpables a la tecnología, pero, también a la “tendencia gregaria de los japonenses a seguir a la multitud”, como dice uno de los personajes de sus relatos. En este sentido, casi todos los cuentos enfrentan a los protagonistas al mismo dilema. El de estar atrapados en una estructura que no sólo es social, sino existencial y a la que permanecen desesperadamente sujetos mientras el mundo se descompone. Al principio de la historia el deterioro es apenas perceptible y el obediente ciudadano trata de adaptarse sin alzar la voz. Sin embargo, rápidamente los signos de degeneración son cada vez más caóticos y angustiosos, de modo que los esfuerzos por mantenerse a flote se convierten en una auténtica lucha por la supervivencia descarnada, aberrante y de una crueldad inconcebible.


Para Tsutsui, el mundo se ha convertido en una comedia trágica cuyo final es irremediable. En ese escenario cada persona realiza un esfuerzo cotidiano por aparentar normalidad, mientras que por dentro le recorre un dolor, un odio y un asco abismales. El ser humano se ha convertido en una máscara vacía con la que finge que es feliz. Por eso, a pesar de la descarnada violencia de algunas escenas descritas por Tsutsui, resulta creíble el comportamiento de los personajes por adaptarse y de sobrevivir. Del mismo modo que nos horroriza, pero no nos sorprende que ante un accidente de tráfico haya personas que saquen sus teléfonos móviles para gravar, en lugar de prestar ayuda. O que un gobierno presuma de no rescatar náufragos en sus costas como si se tratara de una machada entre los amigotes del barrio. Tsutsui nos alerta de la afasia emocional y ética que nos convierte en obedientes corderos camino del matadero.

Esto es lo que relata Tsutsui en sus cuentos más pesimistas, El límite de la felicidad o El mundo se inclina, donde se muestra el pánico de una sociedad que se va acercando a la catástrofe. Es el momento en el que aflora el darwinismo social más puro, cuando ya no reconocemos a nuestra pareja o nuestros hijos como compañeros. Ahí se evidencia la completa soledad de unos seres humanos que no se comprenden entre sí, que están a la vez amontonados en las ciudades y aislados en sus cubículos diminutos, ciegos al dolor de los demás. Esa lucha por la supervivencia comienza cuando usamos a los demás según su capital financiero o erótico, es decir, cuando la mujer espera el sueldo del marido para gastarlo en una televisión nueva y el marido espera la contraprestación sexual de su mujer. Y termina en el desasosegante momento en el que se percibe a esa mujer como un objeto inútil del que poder desprenderse o al hijo como un lastre. 



Frente a este proceso de descomposición social, algunos de los protagonistas optan por aferrarse a los valores más tradicionales o delirantes como una forma de defender su identidad y su libertad. El ejemplo más claro es el de El último fumador, que lucha por el derecho a fumar como si se tratara de un privilegio “masculino” a pesar de lo absurdo o perjudicial que pueda ser. El protagonista, un escritor mayor y de éxito, encarna la voluntad de resistencia cuando fumar o jugar al pachinko se han convertido en pequeños pecados veniales que no deberían ponerse en cuestión por las mujeres. Y en esta ocasión las mujeres son presentadas por Tsutsui como una especie de feministas aberrantes, convertidas en amazonas estériles, dominantes y arbitrarias. Parecería que en el fondo el control proviniese de un superordenador femenino implacable con las debilidades humanas, frente a cuyo intento de castración se defiende un hombre-niño (porque es de una ingenuidad casi infantil). Es el lamento de una generación que habla así por boca de uno de sus personajes: “O sea que hemos pasado por los horrores de la guerra, hemos sobrevivido a la austeridad de la posguerra, y todo ¿para qué? (…) y ahora nosotros ni siquiera somos libres. ¿Por qué?”. Los hombres y las mujeres habitan en universos cada vez más separados y una cama de matrimonio puede convertirse en un espacio solitario y hostil.

Pero el libro contiene un relato inicial y otro al final, que es el que da título a la recopilación, cuyas conclusiones son diametralmente opuestas y vitalistas. Se trata de dos relatos eróticos sumamente divertidos y de un humor absurdo y onírico. De hecho, el primero de ellos resulta una celebración de lo efímero, del amor libre, de la locura erótica y arrebatadora. El sexo se convierte en la única energía capaz de devolvernos la humanidad al reconciliarnos con esa naturaleza irracional, impulsiva y abismática de la carne, que se contrapone a la frialdad del positivismo y la tecnología. Por eso no debe extrañarnos el punto de partida del último de los relatos, Hombres salmonela en el planeta porno. En esta ocasión nos encontramos ante un grupo de científicos, todos hombres, discutiendo cómo resolver el embarazo no consentido de una científica joven y hermosa. Algo que ha sucedido en el infame planeta porno donde todas las cosas suelen pasar de lo normal a lo obsceno. Un planeta donde las plantas, los animales y las personas son esencialmente obscenos, donde no hay depredadores al acecho de una presa fácil, sino fornicadores ofreciendo sus cuerpos a la lubricidad universal. De modo que Tsutsui considera que la perversión sólo está en la mirada de los “civilizados” nipones, que se avergüenzan, se escandalizan y se sienten culpables con cada obscenidad. Porque en Nudalia, la comunidad humana del planeta Porno, sólo podrá entrar una “persona que no tenga un concepto metafísico del acto sexual, pero que, al mismo tiempo, tenga un suministro inagotable de potentes necesidades filantrópicas hacia el propio acto sexual”. La generosidad erótica es la única Ley que rige a todas las especies del planeta Porno.


De esta forma, en su relato más largo, Tsutsui nos coloca frente a esa utopía erótica poniendo a prueba los límites sexuales estereotipados y ofreciéndonos la posibilidad de dejarnos llevar por el placer de sus “plantas acariciadoras”. El final termina por ser optimista, en la medida en que confía en que hasta el más frígido y moralista de los científicos esconde en su cuerpo ese apetito sexual desenfrenado y que, tarde o temprano, acabará por liberarse. Cotidianamente, no sólo en Japón, vivimos en entornos antinaturales en los que la congestión humana exige un pudor, una distancia y una frialdad que va convirtiéndose en asco y odio en las calles, los metros, los ascensores y las oficinas. Sabemos que hay personas que nos rodean, pero procuramos no mirarles, ni hablarles, tratarles como simples cuerpos que se desplazan acercándose peligrosamente, escondiendo sus intenciones bajo una máscara de cortesía. Por eso, no habría nada más subversivo que la propuesta de Tsutsui: dar rienda suelta a nuestros apetitos y convertir todos esos espacios en oportunidades para el encuentro erótico.


Reseña de María Santana

jueves, 15 de agosto de 2019

NICK LAND - Fanged Noumena Vol 1, 1988-2007

Editorial Holobionte.
Traducción, glosario y notas de Ramiro Sanchiz.

304 páginas
 
Nick Land o el discurso de la post-subversión
Fanged Noumena es una recopilación de los artículos del filósofo Nick Land previos a su “autoexilio” a Shanghái. El libro fue editado originalmente en 2011 por Robin Mackay, que estaba vinculado al propio Land en los años 90’ dentro del grupo de pensadores CCRU, y Ray Brassier, a quien se considera dentro de la corriente del Realismo especulativo junto a los filósofos Quentin Meillassoux y Graham Harman, de la que actualmente reniega . La publicación de estos ensayos en español viene precedida de cierta polémica política y filosófica, debida al tránsito de Land desde las posturas aceleracionistas de superación del capitalismo, hacia la defensa de un mito neorreaccionario y autoritario. Para colmo, su militancia actual en el movimiento NRx se encuentra unida al sugerente membrete de Ilustración Oscura (The Dark Enlightenment), permitiéndole mantener un halo de malditismo nietzscheano con el que consigue reverberar como enfant terrible contra-academicista. En consecuencia, Land muestra un enorme desapego hacia su pensamiento anterior, como si se tratara del producto de una mente ajena en la que no se reconoce. Lo primero que debemos señalar es que Fanged Noumena sacia las expectativas de quien se acerca desde la leyenda negra elaborada por el propio Land.

Por eso, para comprender con mayor exactitud la resonancia y la altura del libro, resulta imprescindible la lectura del prólogo escrito por Robin Mackay, El inhumanismo experimental de Nick Land, que contextualiza y da el tono preciso. Mackay, que fue alumno suyo, nos presenta la primera obra de Land como una escritura subversiva, más cerca de la literatura que del ensayo riguroso. En ese momento, el inquietante vocabulario ciberpunk y antihumanista, unido a las desafiantes tesis anticapitalistas, lo convirtieron en un revulsivo en el circuito del pensamiento crítico. Para el Land de aquella época la filosofía trascendía el ámbito académico, plasmándose en su vida cotidiana, poniendo en riesgo su trabajo y hasta su salud mental. Mackay describe con estas palabras la fascinación que Land despertaba entre sus alumnos de la Universidad Warwick: “Era imposible no quedar impresionado ante la certeza de que la vida de ese hombre estaba volcada por completo en su trabajo, y que para él la filosofía no era algo que hacer de nueve a cinco ni tampoco un atajo hacia la autoafirmación personal en su sentido más convencional1”.

Land fundamentaba sus reflexiones en la lectura de Nietzsche, Deleuze, Guattari, Freud, Bataille o Artaud, pero añadiendo el cine popular y los libros de ciencia-ficción, la cultura rave y las drogas. La mención, las citas y los desvíos (détournement) de estos autores son constantes en sus artículos, añadiéndole el pesimismo escéptico y morboso del Baudrillard más postmoderno o la escritura críptica y enardecida de la Economía libidinal de Lyotard. Todo esto mezclado dio lugar a una serie de artículos cercanos al manifiesto o el poema, cuya lectura pública solía convertirse en una perfomance de difícil digestión. Su escritura es un intento de plasmar una cosmología de lo inhumano, rozando lo inorgánico, sumergiendo al lector en imágenes más cercanas a las pesadillas eróticas y biomecánicas de Giger, que a las tribus recorriendo el desierto de Deleuze. Mackay lo resume así: “En estas prácticas Land vio al tánatos (la pulsión de muerte, el afuera desconocido) insinuar su avance por lo humano a través del eros2”. Su planteamiento podría resumirse en un intento de superación de la dialéctica del deseo, tratando de seguir la senda marcada por el Anti-Edipo, para ir más allá del capitalismo por el lado de la producción deseante.

En este marco, adquiere más sentido el texto Deseo maquínico, escrito en 1993 y contenido en Fanged noumena, donde se evidencia su papel como impulsor de muchos conceptos de la corriente aceleracionista, que desarrollarán varios de sus colaboradores. En este artículo, Land se separa de la visión clásica del capitalismo, entendido como un modo específico de producción, para convertirlo en una especie de ente monstruoso cuyo devenir es imparable e incomprensible, si nos mantenemos en la perspectiva humanista y conservadora de la izquierda. La provocación ideológica se puede apreciar en fragmentos como el siguiente, donde se evidencia el batiburrillo filosófico que maneja:

Está siempre en movimiento hacia un no-espacio terminal y hace colapsar la tierra en una fusión que desemboca en el cuerpo sin órganos (…). El capital no es una esencia sino una tendencia, la fórmula de aquello que decodifica, o inmanencia propulsada por el mercado, que subordina progresivamente la reproducción social a la replicación tecnocomercial3.

Frente a esa dinámica, que va devorando lo real hasta convertirlo en parte de una maquinaria caótica, el socialismo ha quedado como un movimiento nostálgico, que trata de recuperar un estado subdesarrollado o anterior al capital. Como intento de superación de esta ideología de confrontación caduca, Land esgrime un fragmento del Anti-Edipo, colocándose en la lógica de desterritorialización del capitalismo y buscando ese momento de aparente colapso, que permita cartografiar un nuevo mundo. Una cita que está recortada, probablemente como recurso estético, para dotar de más dramatismo a la escena. En este punto, no puedo resistirme al impulso de reproducir algo más del fragmento del Anti-Edipo al que hacemos referencia, reivindicando la lectura del original frente a la recuperación ambigua que se realiza en la obra de Land. La parte citada por él se encuentra en cursiva:

Por tanto, debemos decir que nunca se irá bastante lejos en el sentido de la desterritorialización: todavía no has visto nada, proceso irreversible. Y cuando consideramos lo que es profundamente artificial en las re-territorializaciones psicóticas hospitalarias, o bien neuróticas familiares, exclamamos: ¡aún más perversión! ¡aún más artificio! Hasta que la tierra se vuelve tan artificial que el movimiento de desterritorialización crea necesariamente por sí mismo una nueva tierra4.

Todavía no has visto nada. La frase es lanzada no sólo a modo de advertencia, sino de maldición. Para alcanzar su significado pleno en un mundo como el nuestro, donde se ha consumado el simulacro, cuando resulta tan difícil sostener que algo haya realmente acontecido. Una realidad donde ser humano se ha convertido en adicto a las nuevas tecnologías y los ansiolíticos, para sobrevivir a la angustia de la desterritorialización. Por eso, no nos extraña que la Tercera Guerra Mundial pueda comenzar con el enfrentamiento entre el emperador de EEUU y “Neo-China” para el control del 5G.

Para escapar de las miserias del capital, Land invocó a las fuerzas creadoras presentes en el caos. Esto lo hizo en su manifiesto Colapso (Meltdown) de 1994, donde explica cómo el mundo que ha de venir será el de la transgresión de la naturaleza humana a través de la biotecnología y las drogas de síntesis; con el fin del orden mundial y el triunfo de Neo-China; alcanzando la fusión de la mente humana con las máquinas; superando el orden binario (hombre/mujer, verdad/mentira, realidad/fantasía, bueno/malo,…). Será, pues, la nueva fase del esquizoanálisis, “software de red para acceder a los cuerpos sin órganos5”.

En el punto de partida de estos dos artículos es donde se tocan Land y la corriente del aceleracionismo de izquierdas. En la medida en que ambos tratan de alimentar el impulso revolucionario del caos capitalista, para conseguir trazar ese nuevo territorio. Tal y como Armen Avenassian y Mauro Reis nos indican, en el prólogo a su interesantísima recopilación de textos afines y divergentes del aceleracionismo, se trata de “la insistencia en que la única respuesta política radical al capitalismo no es protestar, agitar, criticar, ni tampoco esperar el colapso en manos de sus propias contradicciones, sino acelerar sus tendencias o desarraigo, alienantes, descodificantes, abstractivas6”. Con este marco tan general, los diferentes teóricos del aceleracionismo han oscilado desde la delectación en la brutalidad del presente (como es el caso de Land) a la propuesta utópica más radical, rozando lo delirante. En 2013, el Manifiesto por una Política Aceleracionista7 de Nick Srnicek y Alex Williams marca un punto de inflexión que separa, definitivamente, a esta corriente de la lectura neorreaccionaria de Land o, en palabras de Avanessian y Reis, de su “fatalismo esquizoide anárquico o tecnocapitalista”. Desde entonces, Srnicek y Williams han publicado varios textos en torno a la superación del capitalismo a través de la economía colaborativa, analizando las fuerzas revolucionarias que podrían emerger con la crisis del capitalismo. Para ellos, la necesidad más urgente es enfrentarse a un mundo donde el trabajo y el proletariado han desaparecido. En consecuencia, acelerar el capitalismo es apropiarse de las herramientas tecnológicas que la izquierda tradicional ha rechazado, para construir un futuro que podría parecerse a lo sucedido en la plaza de Tahrir, en el movimiento del 15M, en la resistencia a la troika de Grecia o en Occupy Wall Street. Significativamente, en la lista de agradecimientos de Inventar el futuro8, Srnicek y Williams nombran a gran parte de los colaboradores más señalados de Land, como fueron los teóricos Mark Fisher, Ray Brassier, Robin Mackay o el escritor Reza Negarestani (escritor de la críptica novela Ciclonopedia, editada en español por Materia oscura). Pero el filósofo oscurantista ha quedado repudiado, tachado como influencia de la utopía humanista que Srnicek y Williams ofrecen.

Resumiendo mucho la cuestión, lo que el Manifiesto por una política aceleracionista proponía era construir una política prometeica con la que superar, por un lado, el pesimismo de los diagnósticos de los teóricos de izquierda y, por otro, el estancamiento de la discusión de las organizaciones militantes en cuestiones metapolíticas. De esta forma, sus autores señalan lo siguiente:

Los aceleracionistas quieren liberar las fuerzas productivas latentes. En este proyecto, la base material del neoliberalismo no necesita ser destruida, necesita ser redirigida hacia objetivos comunes. La infraestructura existente no es un escenario capitalista que deba ser demolido, sino una plataforma de lanzamiento hacia el postcapitalismo9.

Por eso, resulta imprescindible recuperar el sueño utópico de trascender “los límites del planeta y nuestras formas corporales inmediatas10”. Una idea que nos remite a las novelas de ciencia ficción y a los sueños espaciales del siglo XX, pero que resulta imprescindible ante el potente relato ideológico que están recuperando las corrientes reaccionarias.

En cualquier caso, Land se convirtió en el difusor de las concepciones acelerionistas presentes en la obra de Deleuze y Guattari, pero también de Marx, con la recuperación del Discurso sobre el libre comercio de 1884 o el Fragmento sobre las máquinas, recogido en los Grundrisse (Lineamientos fundamentales para la crítica de la economía política). Textos que son esgrimidos a modo de trofeos o fetiches, separados del resto del pensamiento marxista, como si se trataran de una anomalía o lapsus. Desde esta perspectiva, la máquina capitalista dejaba de ser un medio de producción, desapasionado o ciego, que utiliza al proletariado como mera fuerza convirtiéndolos engranajes. Para mostrarse como un poder que, al reunir a los trabajadores bajo su yugo, se transforma en algo casi orgánico o vivo. Una entidad con múltiples conciencias coordinadas por un dispositivo interiorizado.

Hay que recordar que Land se encuentra en el germen de la CCRU (Cybernetic Culture Research Unit), que alumbró el concepto de hiperstición. De hecho, fueron las actividades y textos del grupo las que tuvieron como consecuencia la expulsión del propio Land de la Universidad de Warwick en 1998, un elemento que agrandará la leyenda negra del grupo. La CCRU estaba formada fundamentalmente por Land, Robin Mackay y Mark Fisher (de quien se están publicando sus artículos por parte de Caja negra y Alpha Decay). Además, durante una temporada contaron con la colaboración de Sadie Plant, una de las teóricas pioneras del ciberfeminismo, autora de un interesante estudio sobre la Internacional Situacionista y un sugerente libro donde recorre el histórico vínculo entre la literatura, la filosofía, la música y las drogas11.

La CCRU se puso en marcha de manera progresiva en los años 90, dando lugar a publicaciones propias a partir de 1997 y hasta 2003. La noción de hiperstición jugará un papel fundamental en su andamiaje teórico, presentándose como una suerte de conjuro de lo real, una invocación de posibilidades que juega con el equívoco entre ficción y verdad. Así, por ejemplo, Land se permite crear un alter ego aún más delirante, el profesor D.C. Barker, con quien dialoga en torno a temas como la alteración de la esencia humana en virtud del trauma tectónico o cómo las neurosis surgen de nuestra catastrófica postura erecta. En este sentido, el concepto de hiperstición retoma de alguna manera la veta abierta por movimientos underground como el discordianismo (siendo el escritor Robert Anton Wilson uno de sus integrantes con más recorrido), con un cóctel de ideas tan sugerente como pretendidamente equívoco resultante de mezclar el ocultismo, la ciencia ficción, el activismo radical o, elemento crucial que falta en Nick Land, un ácido y subversivo sentido del humor. En todo caso, la finalidad de la hiperstición era crear un nuevo mito, alumbrar pequeñas ficciones que fueran penetrando en la conciencia colectiva para alterar el imaginario y de ahí llegar a eclosionar en la propia realidad. Era la puesta en marcha de la máquina deseante guiada por una pulsión de vida desbordante. Aunque, en la práctica su alcance fue mucho más modesto ofreciendo una especulación poética, donde plasmar las ideologías ocultas en la cultura popular y con la intención de generar una respuesta intelectual más o menos subversiva.

A partir de su expulsión de la Universidad de Warwick, Land desarrollar una serie de artículos que constituyen un corpus más evocador que comprensible y que se encuentran en la segunda parte de Fanged Noumena. En ellos se suceden las referencias al comandante Kurtz, a la película Terminator, la oscuridad gótica, Lovecraft, el Anti Edipo, la cibernética,… Todo ello con una escritura alucinógena y tumultuosa, que debía infectar la mente del lector, como el lenguaje parasitario propuesto por William Burroughs. Dentro de esta serie de artículos, como en el caso de Criptolito (publicado en 1999), Land ya dejaba claro el devenir de su propio pensamiento cuando escribe: “Creen que Barker está loco. O quieren creerlo. No porque piense que las galaxias hablan y la tierra grita: todo el mundo lo sabe, se diga lo que se diga12”. Con estas palabras Land está marcando el límite de su propia cordura, para sumergirse en el abismo de lo Real donde las dimensiones se vuelven monstruosas. A partir de entonces, su pensamiento se va perdiendo en la angustia y el vértigo.

Para Land romper con el vínculo entre el lenguaje y el significado permitiría abrir las conciencias a lo desconocido, forjando un futuro caótico, esquizoide y oscuro. El problema es que toda esa oscuridad conducía a una utopía cada vez más terrible y deprimente. La pulsión de muerte había ganado la partida, ya no había superación de la dialéctica del deseo, sino el descenso a los infiernos de una mente en estado de delirio. De hecho, Land perdió completamente la cordura y se dejó llevar por sus propias ensoñaciones transgresoras. Como señala Mackay, ya no sabía si sus “epifanías especulativas” habían sido “destellos de acceso a lo trascendental, o si fueron apenas el deterioro patético de una psique forzada13”. Ya no necesitaba narrar ningún mito, él mismo encarnaba a un dios caído en desgracia, arrasado por la vivencia extática del deseo productor, seducido por el torbellino de su propio imaginario. El camino por el que transita desde entonces es bastante más prosaico y triste: tras el pertinente ingreso en una institución mental y proceso de desintoxicación, Land reniega actualmente de todo ese intento por gestar un pensamiento subversivo y anticapitalista. Hoy se dedica, sin complejos, a extender nociones totalitaristas y oscurantistas con las que seducir a universitarios sedientos de un nuevo relato reaccionario.

Podríamos decir que, de todas formas, no había tanta distancia entre ambos discursos. Sabemos del fácil deslizamiento que se puede efectuar desde el pensamiento trasgresor del último Baudrillard, que negaba la realidad de cualquier acontecimiento, hacia el postmodernismo más ramplón, que abandona cualquier voluntad de cambio fascinado por la catástrofe inminente. Hay que reconocer que si dejamos al margen el carácter deliberadamente oscuro del vocabulario empleado por Land, con el que se acerca peligrosamente a la impostura intelectual, es fácil caer cautivado por el discurso de los primeros artículos de Fanged noumena. Acunados por las referencias que maneja, enardecidos por su tono mesiánico y rebelde, los lectores podrán contemplar o imaginar que contemplan un nuevo territorio donde escapar del malestar del capitalismo, para producir esa nueva Babilonia extática, turgente y viva. Ese encantamiento se mantiene en el origen de la hiperstición, donde invoca las posibilidades de lo real a través de una palabra liberada del sentido. Sin embargo, con esta herramienta se va separando de una voluntad crítica para acercarse al placer superficial de la simple transgresión estilística a partir de la ruptura con cualquier discurso con sentido. La intención de Land acaba siendo ir más allá de la diferencia entre verdad y ficción, consiguiendo que su discurso se alce como un simulacro entre otros. De esta forma, Land acaba por construir el espejismo de una provocación que es puramente intelectual, imposible de anclar en la existencia cotidiana. Su paso por el aceleracionismo se torna una impostura más en la elaboración de una leyenda que sólo podía conducir a la autodisolución y el renacimiento filofascista.
Reseña de María Santana
Notas:


[1] Robin Mackay en El inhumanismo experimental de Nick Land, dentro de Fanged Noumena Vol 1, 1988-2007, Nick Land. Traducción,glosario y notas de Ramiro Sanchiz. Barcelona: Holobionte, p. 13.

[2] Íbid., p. 16.

[3] Nick Land (2019), op. Cit., p. 67.

[4] DELEUZE, G. y GUATTARI, F. (2010), El anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Madrid: Paidós, p. 332.

[5] Nick Land (2019), op. cit., p. 74.

[6] AVANESSIAN, A. y REIS, M. (2017), Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo. Buenos Aires: Caja Negra, p. 9. En este libro se encuentra una primera traducción de Colapso de Land.

[7] Recogido en AVANESSIAN, A. y REIS, M. (2017), op. Cit., pp. 33-48.

[8] SRNICEK, N. y WILLIAMS, A. (2015), Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo. Barcelona: Editorial Malpaso, p. 5.

[9] SRNICEK, N. y WILLIAMS, A. (2017), Manifiesto por una política aceleracionista en Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo. Op.cit., pp. 40-41.

[10] Íbid., p. 47.

[11] El gesto más radical, editado por Errata naturae, y Escrito con drogas, en la Editorial Destino.

[12] LAND, NICK (2019), op. Cit., p. 190.

[13] MACKAY, ROBIN en El inhumanismo experimental de Nick Land, op. Cit., p. 22.