domingo, 27 de octubre de 2013

PÍCNIC JUNTO AL CAMINO - Arkady y Boris Strugatsky


Primera versión en ruso serializada en 1972.
Editada en castellano por Ediciones B.
Traducción de Miquel Barceló.
239 páginas.

Sinopsis.

Han pasado ya varias décadas desde que Harmont, Canadá, fuera visitada por unos misteriosos seres extraterrestres.Tras este hecho, en muchos casos catastrófico para gran parte de la población, un sector de la ciudad quedó bajo el influjo de inexplicables fenómenos. Desde entonces, los stalkers se encargan de entrar en la Zona para robar objetos de naturaleza extraña, algunas veces milagrosos, otros sencillamente mortales.

Comentario del libro.

Leer este libro, tan breve según los cánones de la ciencia-ficción actual, resulta una experiencia bastante más enriquecedora y conmovedora que la aportada por muchos de los tochos de 700 páginas que actualmente acaparan el mercado editorial. Por si fuera poco se trata de una historia sin grandes ni espectaculares escenarios, sin momentos de acción desenfrenada, ni siquiera aparece el inevitable desfile de artilugios futuristas tecnológicamente verosímiles o de teorías sofisticadas y de moda entre los gurús científicos del momento. Hablamos, por tanto, de un libro de esos que son difíciles de clasificar y que emana más de las particulares preocupaciones filosóficas o morales de su autor (o autores, en este caso) que de la necesidad de cumplir con los fines pseudo-científicos del género. Pero con esto no quiero decir que no sea un libro disfrutable para la mayoría de los aficionados de la ciencia-ficción, todo lo contrario, opino que Picnic junto al camino refleja una parte del género que quizás se ha visto demasiadas veces eclipsada por los fuegos artificiales tecnológicos y la espectacularidad, un espacio del imaginario humano que responde más a los sentimientos de inquietud ante lo maravilloso que al deseo de arrojarse ciegamente a sus brazos.

Lo primero que me ha llamado la atención de esta novela ha sido su similitud con Pórtico de Frederik Pohl. Teniendo que en cuenta que la novela de Pohl y la primera edición en inglés de Picnic junto al camino (Roadside Picnic en su versión anglosajona) son ambos de 1977 existe la posibilidad de que el escritor estadounidense copiara de forma premeditada la idea base de los hermanos Strugatsky, lo cual no resta en el fondo demasiado valor a la obra del primero, pero sí debería ensalzar aun más la fama de los segundos. Y es que la idea es realmente buena: el ser humano tiene la posibilidad de extraer para su propio beneficio algunos artilugios pertenecientes a una cultura extraterrestre, pero a costa de numerosos peligros y sacrificios. Como decimos, Pórtico parte de esa misma premisa, aunque Pohl dirige su libro hacia la epopeya espacial. Y ahí comienzan las principales diferencias entre los dos planteamientos: donde Pohl abre el camino hacia la aventura galáctica los Strugatsky prefieren ahondar en espacios más bien cerrados y agobiantes, en los bajos fondos de un pueblo de mala muerte situado en Canadá. Los protagonistas de ambas novelas pertenecen a la clase trabajadora o incluso al lumpen, son buscavidas que aprovechan las circunstancias para intentar salir de la miseria, pero en el caso de Red Schuhart de Picnic junto al camino las posibilidades de escalar socialmente son mínimas, dado el carácter irremediablemente ilegal de su actividad. Él es un stalker, un cazador furtivo que se introduce en la Zona, la parte de la ciudad afectada por la visita de los extraterrestres y que quedó repleta de objetos extraños y poderosos, pero también bajo la condena de horribles e inexplicables peligros mortales. Como tantos otros lugareños y otros foráneos que llegarían después en busca de fortuna, Red vio en esta actividad una forma de hacer dinero rápido, pero a diferencia de muchos que fueron cayendo en el intento él se ha convertido en poco tiempo en un curtido veterano. Afectado físicamente (hasta el punto de alterar sus genes) y emocionalmente quebrado, alcohólico, entrando y saliendo de prisión, su vida se ha visto irreparablemente dominada por la Zona, o como él la llama: la puta.

Por lo demás, Picnic junto al camino no es solo un libro de ciencia-ficción, también es un libro con cierto aire de la serie negra centrada en los bajos fondos y los perdedores, como por ejemplo puede verse en la obra de Jim Thompon, James M. Cain o Raymond Chandler. Sus personajes son tipos duros o seres destruidos, tristes bufones, viciosos y alucinados, siempre bajo la mirada condenatoria de la autoridad, pero usados sin miramientos por ésta cuando le es conveniente. Igualmente, la novela bebe del espíritu de las novelas de espionaje de John le Carré o Graham Greene, con esos escenarios post-bélicos (como por ejemplo el Berlín inmediato a la segunda guerra mundial) convertidos en limbos de legalidad, repartidos en un precario equilibrio entre varias potencias enemigas, donde todos desconfían de todos. Los lugareños, a veces sumisos y prostituidos, otras taimados y traicioneros, pero siempre expuestos a ese choque de fuerzas, procuran extraer el poco beneficio que pudiera surgir de la situación. Red, una víctima colateral más de una fulminante brecha abierta en la historia, la geopolítica y la ciencia, sin ser fiel a nadie en particular, vende al mejor postor (ya sea a los numerosos traficantes que rulan en la ciudad, ya sea al propio instituto científico de la ONU que se encarga de estudiar el fenómeno) el producto de sus pesquisas en la Zona. Aunque en el fondo, como vamos viendo en el libro, bajo su dura apariencia hay un fuerte instinto ético que le impide llegar a las últimas consecuencias, a ser alguien capaz de abandonar o liquidar a sus compañeros furtivos para salvar el pellejo o consentir en vender objetos que solo podrían ser usados como herramienta de destrucción.


Arkady y Boris Strugatsky tuvieron que lidiar bastante a lo largo de su carrera con la censura del régimen soviético. De hecho esta novela, aunque serializada en una revista en 1972 tuvo que esperar para poder ser publicada en libro y solo después de pasar por algunos retoques. Pero, ¿que podía molestar tanto de esta historia a los censores comunistas? Según mi libre interpretación, pudiera deberse a que Picnic junto al camino encierra una sutil metáfora del aislamiento voluntario y los miedos a las influencias del exterior por parte del régimen soviético. Los objetos de la Zona, difíciles de controlar, a veces de efectos devastadores, representan las imprevisibles consecuencias de las ideas y comportamientos provenientes del mundo exterior al Telón de acero. La “visitación” de los extraterrestres podría simbolizar la presencia de todo un mundo ajeno al modo de vida instaurado por el comunismo en su versión soviética. Quizás esta interpretación esté demasiado pillada por los pelos, no lo sé, pero lo que está claro es que esta novela de los hermanos Strugatsky introduce en la mente del lector un sentimiento contradictorio de fascinación y de terror ante lo Extraño, lo Exterior, lo Desconocido. Se podría leer esto también como una descripción de los límites del antropocentrismo más imbécil, que no es otra cosa que la frecuente incapacidad del ser humano por reconocer su dimensión ante el universo que le rodea. Pero, qué duda cabe que cualquier totalitarismo, nacionalismo o simple y llano racismo es, al fin y al cabo, una extrapolación de un sentimiento primario antropocentrista que nos aísla frente a lo no humano, que hace que incluso lo humano deje de serlo a través del prisma del fanatismo y la ignorancia.

De todas formas, la novela no ofrecen una lectura simple ni unilateral. Si Picnic junto al camino podría ser, seguramente, una metáfora contra el aislamiento que se vivía en el régimen soviético, esta metáfora no se nutre de una simple alabanza de su tradicional contrario. Es decir, en ningún momento nos encontramos con una posible loa del mundo capitalista o de los supuestos valores democráticos que éste enarbola como bandera. La Zona, ese mundo tras el límite de lo normal, de lo conocido, es un mundo amenazante lleno peligros y horrores… pero también de milagros. Por lo tanto, la novela prefiere plantear la duda, transmitir un sentimiento de inseguridad que huye de consignas claras, no tanto por relativismo como por una medida intención de hacer pensar al lector. Quizás eso era lo que se temía el régimen soviético, que los lectores pensaran en esos términos tan ajenos al orden y el oficialismo tan propios del Partido.

Una vez dicho todo esto, también es necesario hablar de esta novela como una magnífica obra de ciencia-ficción, porque al fin y al cabo eso es lo que es. Al margen de interpretaciones libres, la idea tal cual sobre la que se asienta la novela, la descripción de los objetos y fenómenos derivados de la Zona, la narración de las incursiones, los diálogos, algunos de ellos repletos de contenido especulativo… todo en esta novela lleva a revivir la ciencia-ficción más auténtica y fascinante. Por lo demás, es inevitable encontrar algunos ecos del maestro Stanislaw Lem, ya no solo por el tema de la incomprensión ante otra cultura inteligente, sino por ciertos detalles de la novela que recuerdan a Solaris o La investigación.

En definitiva, se trata de un libro que todo aficionado a la ciencia-ficción o cualquier lector en general debería leer tarde o temprano. Su lectura deja en evidencia que su adaptación cinematográfica (que contaba con un guión de sus propios autores) es magnífica en su estética y en su poética, pero muy limitada en cuanto a transmitir el verdadero espíritu de la novela. En todo caso, ambas obras pueden disfrutarse de formas diferentes.

Totalmente imprescindible.

Reseña de Antonio Ramírez.


5 comentarios:

  1. Una Obra Maestra del género para mi gusto, como suele ser norma en estos dos enormes autores. Abundantemente rica en lecturas, junto con Solaris, la novela que mejor trata la soledad y extrañeza inherente al ser humano. Aunque la adaptación cinematográfica de Tarkowsky no es precisamente fiel, el conjugar ambas obras para mi ha sido uno de esos momentos claves de mi vivencia como aficionado. Imposible disociar al Stalker de la novela con el de la película, las imágenes absolutamente epatantes de la película con el tono triste y desesperanzador de la novela. Una muestra de la mala leche de estos autores necesarios y la poética del a veces irregular director ruso.

    Hay de hecho tanta fuerza en la Zona de ambas riberas que la influencia posterior no ha sido precisamente débil. Desde el magnífico videojuego de Pc, S.T.A.L.K.E.R, con el original planteamiento de colocar la Zona en Chernobyl, a las novelas de Metro (y sus también adaptaciones a modo de videojuego), o los FallOuts, de alguna manera todo el imaginario conceptual ha quedado ahí colocado a modo de elemento propio del inconsciente colectivo.

    Para mi su lectura filosófica más profunda, ese apunte sobre la imposibilidad de una apertura completa a la soledad individual que es al final algo propio de lo colectivo, es de largo lo más rico que ha dado. Es triste y nada complaciente, muy al estilo de Solaris (y Fiasco en menor medida), pero forma parte de una autocrítica nada complaciente y necesaria, difícilmente evitable, y que es imposible ilustrar desde cualquier otro ámbito que no sea el artístico. Un ejemplo de las funciones del arte. Maravillosa.

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