Versión castellana por editorial Benerice (2013).
Traducción de Juan Bonilla.
304 páginas.
Sinopsis.
Paul Bondi está en la cárcel de su ciudad esperando ser trasladado a un edificio federal donde va a pasar dos años de condena por insumisión. El no lo sabe, pero Jack Burns se acerca cruzando el desierto, con su caballo, su guitarra y su sombrero negro lleno de polvo, su plan es liberarlo y llevárselo de allí.
Comentario del libro.
Después de haber leído dos novelas de Edward Abbey he terminado de comprobar que es uno de esos escritores que saben dotar a sus ficciones de un afán político sin caer en el panfletismo o la mera consigna. Evidentemente, su mensaje se deriva de una sólida base teórica e ideológica (no por casualidad se diplomó en la carrera de filosofía con una tesis titulada “La Anarquía y la moral de la violencia”), pero todo eso queda debidamente inmerso en el proceso creativo, traduciéndose sutilmente en personajes que lejos de acomodarse a los tópicos, las fórmulas o los programas políticos saben transmitir los dilemas y contradicciones que se cruzan en la vida de todo individuo (y por extensión de toda sociedad). Por un lado son nuevos arquetipos de una actitud refractaria frente al orden establecido, pero por otro también son personajes de ficción creados con habilidad literaria y mucha sensibilidad.
El vaquero indomable fue publicado en 1956, por lo tanto puede ser considerado, por su espíritu abiertamente libertario, un libro pionero en el periodo de posguerra en Estados Unidos. Es en ese contexto histórico de tensa paz interior y abierta beligerancia hacia el exterior (era en plena guerra fría) como debe entenderse la verdadera importancia de las manifestaciones culturales que por esa época contradijeron el American way of life. En la literatura, en el cine o la televisión, en la música, incluso en el comic (no debemos olvidar la represión sufrida por los autores de E.C. Comics, supuestamente un foco de corrupción para los jóvenes lectores), toda la sociedad y su cultura fue férreamente examinada con lupa a la búsqueda de infiltrados del “peligro rojo”, una designación que englobaba a todo aquel que repudiara el capitalismo, el militarismo, el racismo, la dictadura consumista o sencillamente la hipocresía moral que reinaba en la versión oficial del supuesto paraíso democrático norteamericano.
Jack Burns, el protagonista de esta novela, ejemplariza el rechazo de todo eso. Se ha convertido en el típico y curtido vaquero que va a caballo y se dedica al transporte de ganado por cuenta ajena, no tanto como defensor de los valores tradicionales norteamericanos (si es que eso ha existido alguna vez) como por la posibilidad de poder vivir en el espacio simbólico de libertad y autonomía que encuentra materializado en el desierto, las montañas y los cañones del suroeste del país, siempre en contraposición con la vida en las ciudades, ahí donde a sus ojos se concentran todos los males derivados del capitalismo. Poco llegamos a conocer del pasado de Burns, solo lo justo para saber que en la universidad formó un grupo anarquista clandestino junto a su amigo Paul Bondi.
Así pues, también tenemos a Bondi, el cual representa al intelectual que repudia el sistema, pero que antepone la cautela, la responsabilidad cívica y lo pragmático. Y aun así, pese a sus reticencias de pasar a la acción, se ha visto moralmente obligado a rechazar el reclutamiento militar (una ley de aquella época establecía que todo varón mayor de edad hasta los 25 años estaba potencialmente llamado a filas en caso de una movilización bélica), hecho por el que es condenado a dos años de cárcel por insumisión. Ese es el motivo por el cual Jack Burns vuelve a la ciudad, con la intención de liberar a su amigo sea como sea, por las buenas o por las malas. Como no podía ser de otra manera, el plan resulta un total desastre, comenzando por la poca cooperación del propio Bondi, nada dispuesto a convertirse en un prófugo. Como consecuencia del frustrado intento de liberación Burns debe huir a los cañones y barrancos que rodean la ciudad.
Ahí entra en escena un tercer personaje: el sheriff Johnson. Su función en el libro es dejar claro cuan deshumanizado y preciso es el mecanismo que garantiza que las leyes sean cumplidas. Jack Burns se ha convertido en su objetivo, en el fondo admira su coraje y su habilidad, incluso puede caerle bien en comparación con los individuos (matones de la ciudad, militares de un cuartel cercano, etc) que pretenden apuntarse a la búsqueda como si de una cacería se tratara. Pero, sea como sea, Burns es un germen peligroso que hay que extirpar del organismo sano de la ley, por tanto su obligación es localizarlo y ponerlo en cuarentena (encarcelarlo) lo antes posible, poco importan sus sentimientos o las consideraciones personales del tipo que sea. No obstante, su actitud es de entera profesionalidad en comparación con el talante patentemente sanguinario de los que están deseosos de apuntarse a la “caza del anarquista”. Donde aquellos ejemplarizan los bajos instintos de la turba el sheriff sirve como modelo de la supuesta rectitud de las fuerzas represoras del estado, base para la justificación moral de sus acciones ante la sociedad.
Si bien ya tenemos expuesta la coral principal, debemos tener en cuenta también un cuarto personaje importante (muy a su pesar, como bien verán los que se lean el libro) en la trama ideada por Abbey. Nos referimos al camionero Hinton. Él representa el ciego avance del mundo moderno, la megamáquina alimentada ya sea inconsciente como premeditadamente por todos y cada uno de los que cada día hacemos funcionar el mundo con nuestros actos cotidianos, por nimios que sean. Hinton es, por tanto, un engranaje más, tan inocente como cómplice, tan prescindible como necesario, del inmenso e imparable mecanismo global que irremediablemente choca contra los valores de emancipación, libertad y dignidad que Jack Burns proclama con sus actos.
Quizás sería justo señalar en este comentario, aunque no sean personajes en el sentido estricto, dos elementos más que resultan imprescindibles en el funcionamiento de la historia y cuya presencia es permanente. Comenzaremos por la naturaleza salvaje. El desierto, las montañas y los cañones cobran un sentido similar al que Abbey les otorgaba en La banda de la tenaza (ver reseña aquí), siempre con una bellísima y viva capacidad descriptiva. La luz, la vegetación, las rocas, los diferentes colores y texturas del terreno árido y polvoriento, según la perspectiva del que observa el paisaje salvaje cobrará un sentido u otro: para Burns significa el refugio, incluso el alimento, pero sobretodo la posibilidad de resistir frente a sus perseguidores y, quizás, recobrar la libertad; para el sheriff Johnson representa el límite tras el cual se acaban los dominios del orden y las leyes. Así, podemos leer en un magnífico párrafo que resume esta ambivalencia:
“Miró arriba a las montañas, olvidándose de Burns de nuevo, consciente de una vaga molestia, compartiendo por unos momentos el común e indiferenciado resentimiento social hacia esa montaña, cierta impaciencia ante su masa y complejidad, su absurdo, su exasperante falta de propósito o utilidad. Al este se extendían las llanuras, lisas y razonables, manejables para el hombre; del otro lado había áreas similares, preparadas para acoger aeropuertos, proyectos urbanísticos, cementerios y picnic fraternales. En contraste la montaña aparecía como una gran erupción horrible de granito, no solo carente de significado sino hasta maligna, y peor que maligna: un pedazo de insolencia vertical”.
Por lo demás, es inevitable señalar aquí el tema de la violencia. De igual manera que en La banda de la tenaza, también el espíritu de antagonismo y desobediencia está presente en cada una de las páginas de esta novela, aunque de una forma más sutil y embrionaria. Si bien en La banda de la tenaza la violencia es ejercida por sus protagonistas de forma explícita y directa, en El vaquero indomable es palpable que el que más sufre (aunque desde luego no sin revolverse) es el propio Jack Burns, es decir, en este caso la mayor violencia se ejerce contra él, fruto del rencor y miedo que produce un individuo que de forma tan desvergonzada contradice las reglas impuestas por la autoridad. Por ello, podríamos decir que Abbey retrata aquí, de una forma delicada y lúcida, el estadio más embrionario de la acción revolucionaria, aquella en que la violencia es todavía una herramienta de defensa contra la propia violencia del sistema. Un segundo paso sería el descrito en La banda de la tenaza, el del paso a la clandestinidad, el sabotaje, la destrucción de los objetos (en este caso la maquinaria) queridos por el poder. Aun quedan más pasos, aquellos que llevan al camino sin retorno del asesinato político, el terrorismo o la revuelta armada generalizada. Ignoro si en la bibliografía de Abbey figuran libros que lleguen hasta ahí, pero sería muy interesante conocer su punto de vista sobre estos extremos.
En todo caso, quedan ahí El vaquero indomable y La banda de la tenaza como dos interesantes (y yo diría incluso que imprescindibles) ficciones que tratan sin cortapisas sobre un tema que cada día es más tabú en nuestra sociedad o que es pasto del buenismo y la majigateria. Un ejemplo de ello es la recepción de estos libros por parte de gran parte de la crítica española, con un énfasis en un supuesto mensaje de no violencia (apoyándose en el carácter no sangriento de sus personajes), o interpretándolos como utópicos (en el sentido tan condescendiente que hoy en día se usa para esa palabra) o directamente como una oda al activismo social buenrollista y sin implicaciones verdaderamente radicales. Pero creo que es evidente que Edward Abbey no iba por ahí cuando escribió sus libros, es absolutamente injusto que su grito frente a los desmanes del capitalismo caiga en el saco roto de la mala conciencia burguesa o las baboserías del pacifismo más corderil. Alguno dirá que al fin y al cabo se trata de ficciones, pero también es cierto que la tendencia actual es relativizar y banalizar las implicaciones de cualquier concepto o idea lanzado directamente a la cara y que rebase el nivel aceptable de radicalidad, se deriven de una novela o del ensayo más sesudo del mundo.
En definitiva y aunque solo fuera por la oportunidad de leer un escritor valiente perdido en una época de mansos, merece la pena hincarle el diente a la obra de Abbey.
Reseña de Antonio Ramírez.
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