Nos movemos en ciudades construidas en base a
las leyes del mercado. Estamos rodeados por el feo hormigón, acorralados por
carreteras atestadas de coches y consumiendo un ocio prefabricado y banal. De
ahí la actualidad de Psicogeografía.
Trayectoria de un método, donde Julio Monteverde realiza una recopilación
de los textos fundamentales de la deriva como práctica sistemática, para
reconstruir la historia de esta particular geografía poética. Con este libro,
el editor continúa su trabajo en torno a la práctica de la poesía como
estrategia de desestabilización del principio de realidad y como resistencia
frente a la alienación. Algo que también se puede ver en sus anteriores
ensayos, De la materia del sueño y Materialismo poético.
Tal y como se explica en el libro, la
psicogeografía es una práctica poética y política en la que nos reapropiamos
del espacio en el que se desarrolla la vida, liberándolo de los usos del mercado.
Es, por tanto, una mezcla singular de sentir subjetivo y análisis racional
dirigido a la transformación. La psicogeografía no será un simple paseo, un
andar filosófico, un senderismo dominguero o un salir a la caza del rincón más
exótico de El Rastro, para subirlo a las redes sociales. Según la definición de
Abdelhafid Khatib, que dio como miembro de la Internacional Situacionista (a
partir de ahora IS) en el 58, la psicogeografía es el “estudio de las leyes y
efectos precisos de un medio geográfico, dispuesto o no de manera consciente,
que interviene de forma directa sobre el comportamiento afectivo” (p. 174). La
IS consideraba que dicho estudio se sostenía a través de la práctica de la
deriva, como paseo guiado. Además, debía desembocar en la propuesta de un
“urbanismo unitario”, que se adaptara al devenir de la existencia y con el que
se podría superar el condicionamiento y el distanciamiento, que son señaladas
como herramientas básicas de alienación del capitalismo. Por tanto, el saber
psicogeográfico adquiere valor y rigor en la medida en que logra materializarse
en una modificación positiva del entorno.
Su
editor ha organizado el libro alrededor de los textos más significativos de la
Internacional letrista y la IS, a quienes dedica el bloque central. Antes de
ellos, reserva la primera parte a sus antecedentes históricos y al surrealismo,
con su desarrollo de la deriva en sí misma. La última parte se articula como
una panorámica que abarca las últimas décadas hasta llegar al presente. Como
hemos indicado antes, no se plantea como una visión de un fenómeno histórico,
sino como la memoria de un hacer que sigue estando al alcance de cualquiera. Se
trataría de una herramienta política válida para la recuperación del espacio
cotidiano frente a la museificación y gentrificación de los centros históricos.
Pero, más interesante aún, sería capaz de subvertir los usos utilitarios del
tiempo y la fealdad deprimente del hormigón, que rodea a quienes vivimos en los
barrios del extrarradio. Como nos indica Monteverde en las primeras páginas, se
trata de “devolver la ciudad a su escala humana” (p. 21).
Así
pues, la primera parte del libro está dedicada a románticos, decadentes,
simbolistas, dadaístas, expresionistas y surrealistas. En sus textos se va a ir
mostrando progresivamente el doble impulso de atracción y repulsión que
producía una ciudad que se industrializaba aceleradamente. Los paseantes se
sienten fascinados por el movimiento, la moda, los escaparates, el ruido, la
iluminación nocturna o, incluso, el caos de los barrios obreros. París comienza
a ser recorrida por los flanêurs y
los movimientos de vanguardia, que se lanzarán a las calles en busca de
aventura.
El surrealismo comienza a organizar un corpus
poético nítido en torno al vagabundear en la ciudad sin rumbo fijo. La única
regla será el azar, dejarse llevar por el espacio sin planificación alguna. El
azar objetivo será entendido por Breton o Aragon como un afuera absoluto, que
permitiría la irrupción del inconsciente. Eso sí, los surrealistas no se
lanzaron al encuentro de lo maravilloso desde la complacencia con la ciudad
burguesa. Como escribe Monteverde, el caminar era una más de las estrategias
liberación, que conduciría a una ciudad mítica en la que “todas las
percepciones sensibles se resuelvan en la creación de más vida” (p. 38).
Este primer apartado se cierra con un fragmento
la novela La derrota de Pierre Minet
(2018), quien había pertenecido al grupo El Gran Juego, cercano al surrealismo.
Su descripción psicogeográfica es especialmente interesante y bella cuando el
caminar por las calles le introduce, directamente, en otro estado de
conciencia. Si de Quicey se había abdandonado a un deambular sin destino a
partir de su consumo de opio (p. 41), Minet opera a la inversa y detalla
claramente cómo sus pasos le sumergen en un auténtico trance en el que “la
cuesta de la Rue des Martyrs equivalía a una huida, o para ser más exacto al
paso de un mundo a otro” (p. 88).
El segundo de los bloques del libro está
dedicado a la psicogeografía situacionista. Al inicio, el editor hace una
reconstrucción del debate fundamental de la IS, que enfrentó a dos posturas
radicalmente distintas. Por un lado, Gilles Ivain, con su proyecto poético de
transformación de la ciudad a través del desvío. Por el otro, Constant Nieuwenhuys,
que provenía del grupo CoBrA, con su Nueva Babilonia, que concebía unas
“ciudades móviles que, suspendidas sobre altos pilares, permitían la
circulación de vehículos por debajo de ellas, dejando libre la zona dedicada a
la vida” (p. 99). A partir de ambos, la IS imaginará una ciudad en constante
cambio, repleta de recodos, tomada por la vegetación, en la que poder
extraviarse o jugar al escondite.
La psicogeografía se volvió urgente, con un
impacto inmediato a la hora de insuflar vida a la ciudad, alejar el
aburrimiento y subvertir la fealdad, que se extendía por los nuevos edificios
de la Europa de postguerra. El enemigo será Le Corbusier, apodado Le
Corbusier-Sing-Sing, empeñado en suprimir la calle. Su urbanismo era cómplice
del capitalismo al controlar, vigilar y aislar a los trabajadores, para evitar
cualquier posibilidad de insurrección.
Finalmente, en el debate entre Ivain y Nieuwenhuys,
la IS termina por inclinarse hacia el primero. A esto se sumará la
reivindicación de los medios de embellecimiento más poéticos, para hacer frente
a la tristeza del hormigón. Debord y sus compañeros recordarán al cartero
Cheval, exponente del arte bruto u outsider
y que construyó su palacio ideal piedra a piedra, escamoteando tiempo a la vida
pragmática o las locuras de Luis II de Baviera, que dilapidó su fortuna en
grandiosos e inútiles castillos. Ambos ejemplifican la experiencia del desborde,
un sentir que se ha vuelto inaccesible a esos espectadores pasivos,
consumidores de banalidades, que se desplazan como zombis en los ambientes
artificiales de los centros comerciales, en los que no se siente el paso de las
estaciones, ni la oscuridad de las noches. Para curarnos de la enfermedad
mental que supone esta banalización, Ivain nos enfrenta a una evidencia: “el
hombre de las ciudades cree alejarse de la realidad cósmica, y por eso ya no
sueña” (p. 166). Como nos advierte Monteverde, estas palabras marcarán
profundamente a la IS.
La última parte de Psicogeografía recoge una diversidad textos que van desde los Diggers de San Francisco y los provos holandeses, influidos directamente
por la IS, hasta las derivas actuales de diversos colectivos poéticos y
políticos. Entremedias, aparecen fragmentos de Ian Sinclair, con su reacción al
thatcherismo, y de la London Psychogeographical Association, en la
que participó Stewart Home.
Pasada la efervescencia del mayo del 68’, que
fue alimentado por un buen puñado de ideas de la IS, el propio surrealismo
reclamó la psicogeografía como algo propio. Lo hizo a través de prácticas como
las de l’Ekart en Lyon y de los
grupos surrealistas de Estocolmo o Madrid. En este sentido, en el libro se nos
ofrecen varios textos en los que se documenta la práctica de la deriva
realizadas por estos colectivos. Entre ellos, los de José Manuel Rojo o Eugenio
Castro, pertenecientes al Grupo surrealista de Madrid, y de amigos de este
colectivo, como el traductor y editor de la Internacional letrista y la IS,
Luis Navarro o Servando Rocha. A través de estos últimos textos se puede llegar
a elaborar una nueva cartografía de Madrid en la que se descubren latencias,
deseos y sentidos ocultos capaces de producir hermosas alucinaciones, como el
mar de Atocha descubierto por Emilio Santiago (p. 328), o pequeños terremotos,
como el documentado por José Manuel Rojo, entorno a una acción poética en el
barrio de Malasaña (p. 285).
En general, la psicogeografía de las últimas
décadas se ha desarrollado con fines de agitación política y guerrilla de la
cultura, prestando especial atención a los espacios baldíos, como lugares aún
no colonizados y abiertos a lo posible. Poco a poco, queda clara la dificultad
para el encuentro de lo maravilloso en una ciudad que está moldeada para los
usos del mercado y movida por las necesidades laborales. La clave sigue siendo
retomar la vida en común, habiendo una reivindicación del juego como algo
colectivo. Estar juntos en la calle se convierte en una reivindicación en sí
misma.
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Eugenio Castro en 2021 (Fuente El País)
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Dentro del Grupo surrealista de Madrid, cabe
señalar el texto de Eugenio Castro, poeta recientemente fallecido. En él se
propone la deriva como una recuperación erótica del tiempo, que giraría en
torno al concepto clave de desacción (“no hay objetivo, ni finalidad” (p.
276)). Escribía Castro que el “derivar
inicia la revelación del instante y uno queda a merced del flujo erótico del
devenir” (p. 276). Y en ese
singular desplazamiento, se abre la posibilidad de acceder a un estado onírico
en el que se siente la presencia de lo maravilloso, capaz de subvertir el
principio de realidad. Con él, volvemos a la posibilidad de una poesía hecha
por otros medios, con un ánimo que nos empuja a la calle, en un juego guiado
solamente por el deseo.
Por último, me gustaría señalar las páginas
dedicadas a la especial psicogeografía de Iain Sinclair, cuyos recorridos por
Londres rastrean los signos de la historia subterránea. Sinclair explica en sus
textos cómo siente sus pasos empujados por las fuerzas secretas, que se han
mantenido activas durante siglos. El caminante cae presa de las emociones que
despiertan los vahos del pasado. Alan Moore se basará en esta cartografía
descrita en Heat Lud para los paseos
del protagonista de su cómic From Hell.
Hoy, en sintonía con ambos, Servando Rocha reconstruye para Madrid esta mezcla
de contra-historia y mito.
Como nos insta Monteverde desde las primeras
páginas, la psicogeografía sigue siendo un saber práctico para hacer frente a
nuestras ciudades, que cada día se parecen más a una necrópolis. El pasear en
sí mismo nos ofrece la oportunidad de crear nuevos vínculos con el espacio, con
los que se abren las posibilidades del mundo, mientras el cuerpo retoma una
voluptuosidad olvidada. Al desplegar este caminar como un hacer poético, se
descubre “una ciudad oculta, pero accesible a nuestros pasos y nuestras miradas,
a nuestro cuerpo doblando esquinas y atravesando plazas” (p. 11).
Más información en la página de Pepitas de Calabaza
Reseña de María Santana