Como han mostrado numerosos estudios y exposiciones, las diversas corrientes artísticas que fueron surgiendo en el periodo moderno se nutrieron en gran medida del acervo del ocultismo y el misticismo. La identificación entre el mago y el poeta fue recurrente a lo largo de los siglos XIX y XX, cuando movimientos como el romanticismo, el simbolismo o el surrealismo, manejaron ideas que en ocasiones eran tan antiguas como el propio ser humano, pese a sus intenciones renovadoras o incluso revolucionarias. La cultura popular también ha reflejado, aunque con más desparpajo, esta herencia de lo mágico y lo paranormal. En los quioscos, al menos hasta hace poco, nunca faltaron revistas y colecciones en fascículos que han tratado estas temáticas con mayor o menor rigor científico. Y por supuesto, los tebeos y la literatura pulp fueron un terreno especialmente fértil para numerosas ideas provenientes del ocultismo, adaptadas para caber en las historias de terror y ciencia ficción. Mientras estén bien contadas, los lectores de estos géneros están predispuestos a aceptar las historias más disparatadas, con tal de que sirvan para estimular eso que algunos llaman el sentido de la maravilla. Quizás por eso, cuando a mediados de los 90 corrió la noticia de que el guionista de comics más famoso del mundo se había convertido oficialmente en mago, a casi nadie que estuviera metido en el mundillo le pareció una locura, de hecho, era algo que se veía venir. Alan Moore había dado el paso y se había convertido en un personaje de sus propias historias.
No es la primera vez que hablamos en este blog de Moore y su relación con la magia. Hace unos años reseñamos (ver aquí) Promethea, una de sus obras maestras y, sin duda, de las más relacionadas con el contenido del libro que reseñamos ahora: Occulture. Alan Moore: al otro lado del velo, obra de Roberto Bartual y publicado por Ediciones Marmotilla en 2024.
Se trata de un tomo bellamente editado, con ilustraciones de Manu Gutierrez abriendo cada capítulo y numerosas imágenes de apoyo repartidas por todo el libro. Respecto al texto en sí mismo, decir que lo he disfrutado de cabo a rabo. En mi opinión, es lectura obligatoria para todo fan de Alan Moore y muy recomendable para cualquier interesado en los temas que trata: magia, enteógenos, psicogeografía, Lovecraft y unas cuantas cosas más. Por otro lado, avisar que no siempre se trata de una lectura fácil. Bartual se esfuerza en dejarlo todo muy claro, aunque el libro reclama toda nuestra concentración, dada la complejidad de los conceptos que aparecen y acaban relacionándose entre sí. Además, el autor exige y estira al máximo nuestra suspensión de la credulidad. A medida que avanzamos en el libro, nos vamos metiendo más y más en aguas conceptuales profundas y oscuras. De nosotros depende cuánto queremos sumergir la cabeza sin protestar. Pero, claro, si hemos acabado con este libro en las manos, ya sabíamos dónde nos estábamos metiendo.
Roberto Bartual |
Otro de los aspectos positivos del libro es que el autor no elude el sentido del humor, especialmente necesario cuando se habla sobre estos temas. El humor siempre es una forma de matizar lo que de otra manera podría parecer (y seguramente sea) una auténtica locura. Sin duda, el ocultismo y la magia están relacionados, a partes iguales, con muchas maravillas, pero también con innumerables gilipolleces de todo tipo. Se agradece, por tanto, que Bartual lo tenga en cuenta y lo señale cuando lo considera necesario. Son impagables las referencias a Iker Jiménez, por poner un ejemplo.
El libro hace un recorrido bastante ambicioso por las diferentes temáticas ocultistas, paranormales, psicodélicas y oníricas que Alan Moore ha explorado en su obra desde que se autoproclamó como mago. Y más importante aún, las relaciona entre sí. Comenzando por la psicogeografía, noción un tanto difícil de concretar, pero que de una manera u otra ha estado presente en muchas corrientes de pensamiento y artísticas a lo largo del siglo XX. Por cierto, hace poco hemos publicado en este blog una reseña (ver aquí) de un excelente libro que también trata sobre este tema. Respecto a Bartual, su enfoque es muy interesante, sobretodo porque cuestiona al propio Moore y su utilización (o más bien tergiversación) de los escritos de Aian Sinclair, uno de los autores que más han explorado la psicogeografía. En este capítulo, From Hell es la obra más referida, subrayando la liberalidad con que Moore recurre a la psicogeografía tomando como base los textos de Sinclair. Bartual no se corta en señalar cómo el barbudo de Northampton cae en las mismas exageraciones que otros autores respecto a la arquitectura de Nicholas Hawksmoor, o cuando analiza la interpretación tan arbitraria que hace del mapa de Londres. Pero, en todo caso, lo que Bartual quiere dejar claro es que Moore es genial incluso cuando hace trampas. From Hell, al fin y al cabo, no deja de ser una potente obra de ficción, a la vez que una fuente de innumerables ideas sobre la relación que existe entre nuestra conciencia y las calles que recorremos y habitamos. Según Moore, “la psicogeografia es el único tipo de geografía que podemos habitar", porque la ciudad está cargada de información, de historia, de símbolos que percibimos y a la vez creamos, que nos condicionan, o que pueden liberarnos dentro del juego de velos, apariencias y autoengaño que nos envuelve sin cesar.
Y a partir de ahí el libro es una montaña rusa de conceptos fascinantes que van enlazándose entre sí siguiendo una lógica bien construida. Bartual tiene la virtud de saber esquivar los tópicos, manejando mucha bibliografía y, más importante aún, aportando experiencias de primera mano que no duda en compartir con el lector, ya sea en referencia a las drogas, la meditación o el misticismo. También sabe, pese al terreno resbaladizo que pisa en todo momento, tirar del sentido común, rebajando la grandilocuencia que muchas veces acarrea hablar de cosas relacionadas con la magia y lo paranormal. Por ejemplo, cuando compara dos mitos no tiene reparos en decir lo siguiente: “Todos sabemos que Prometeo robó el fuego a Zeus para dárselo a los seres humanos. Pero resulta que en Hawaii existe un mito similar. Maui, el tramposo, le quita el fuego a Mahuika, su guardiana, y se lo entrega a sus vecinos para que puedan utilizarlo. La pregunta que plantean hechos como este es la siguiente: ¿cómo pueden parecerse tanto estas dos historias si los griegos y los polinesios nunca tuvieron el menor contacto? Pues por la sencilla razón de que el fuego no se hace: siempre se roba. Es algo que producen los elementos, los dioses, en este caso los volcanes (representados por Mahuika) o los rayos (Zeus). Uno simplemente va con un palo, lo coge y ya está”.
Por supuesto, el libro termina y Bartual no agota las posibilidades del tema, ni ofrece respuestas definitivas a los planteamientos de Alan Moore, pero al menos aporta lucidez y una lectura ordenada en unas cuestiones que en ocasiones pueden resultar un tanto obtusas. Establece un hilo conductor que nunca pierde y que tiene que ver con la conciencia, como verdadero campo de juegos donde todos estos experimentos mágicos tienen lugar. Porque, en definitiva, si la magia tiene algo de realidad, ésta se mide en la manera que altera nuestra percepción y vivencia del mundo, tanto interior como exterior. No obstante, Bartual no deja de avisar de los peligros de la magia, llevándonos a sacar a la luz aspectos de nuestra propia conciencia que quizás no podremos soportar. Pero, en todo caso, no cabe duda que Moore ha sabido relacionar la magia con la creatividad y el arte, y quizás esa sea la clave de este libro, reafirmar esa interpretación: la magia como una fuente de belleza y maravilla que puede transformar nuestra conciencia y nuestra vivencia de lo real. En un mundo cada vez más virtual (que no mágico) y dominado por algoritmos e inteligencias artificiales, individuos como Moore no dejan de operar como anticuerpos contra un sistema que intenta extirpar la imaginación y la poesía.
Más información en Ediciones Marmotilla
Reseña de Antonio Ramírez
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