Entre la multitud de creadores y creadoras que surgieron en la segunda mitad del siglo XX, Roland Topor (París 1928 – 1997) emerge como una figura polifacética e inabarcable. Aunque su principal labor fue el dibujo, no tuvo ningún inconveniente en probar con muy diversos modos de expresión. Se destacó en la escritura de novelas y relatos, siendo su libro más famoso Le Locataire chimérique (publicado en 1964 y traducido en España como El quimérico Inquilino, que evidentemente tiene que ver con el nombre a este blog. <Aquí> se puede ver la reseña de este libro). Hizo diseño escenográfico y de vestuario para la ópera o el teatro. Participó en el cine y la televisión (junto a Henri Xhonneux creó el programa Telechat a mediados de los 80, con 234 episodios de 5 minutos). Incluso llegó a interpretar algunos papeles, siendo el más reseñable el de Renfield en Nosferatu (1979) de Werner Herzog, una reinterpretación de la película clásica de Marnau realizada en 1922, que a su vez se basaba en el Drácula de Bram Stoker.
Es importante señalar que
Roland Topor formó parte del Grupo Pánico junto a Alejandro Jodorowsky,
Fernando Arrabal, Olivier O. Olivier y Jacques Sternberg, pero sería difícil
establecer de qué manera influyó este hecho sobre su obra, pues antes de unirse
ya había logrado establecer claramente su estilo y actitud, abordando muchos de
los temas que serían permanentes en su carrera. No obstante, tras pasar por el
grupo nunca tuvo ningún reparo en calificar sus dibujos como ‘pánicos’.
Ciertamente, su imaginería y su tan especial sentido del humor se adaptaban
perfectamente a las sensaciones que esta palabra puede evocar: inquietud,
confusión, frenesí, éxtasis, terror,... Pánico surgió en 1962 como un hijo
díscolo del movimiento surrealista y, como tal, reutilizó gran parte de sus
planteamientos, pero con grandes diferencias respecto a ciertas cuestiones,
como puede ser, por ejemplo, la separación entre actividad poética y compromiso
político. La filosofía del Grupo Pánico se plasmó especialmente en el cine (la
maravillosa Fando y Lis, película de
1968 de Arrabal, es un buen ejemplo) y en acciones escénicas llenas de
extremismo y espontaneidad que, por otro lado, no dejaban de ser análogas a
otros experimentos (perfomances, happening, body art, etc) de muchos otros
artistas o colectivos de la época. En este <video> podemos ver una de las
pocas grabaciones que se conocen del grupo Pánico en acción, en la cual puede
apreciarse la colaboración de Topor en los trajes y en la escenografía.
Aunque su colaboración en el
Grupo Pánico le ayudó a visibilizarse mejor en el contexto cultural tan diverso
y agitado de la época, Topor quedó fuera del foco de la crítica más
‘respetable’. Tuvo algo que ver el hecho de que su proverbial capacidad para
dibujar se canalizó a través de medios relacionados con la cultura popular. Es
el caso de su participación en algunas películas de animación, sobresaliendo su
colaboración con Rene Leloux en 1973 para La
planète sauvage, una exquisita fábula que se balancea entre la psicodelia y
la ciencia-ficción. Por supuesto, también están sus dibujos para revistas como Bizarre y Hara-Kiri, famosas por blandir un humor chusco e irreverente, algo
que encajaba a la perfección con la personalidad de Topor. Sin embargo,
calificar sus dibujos para estas revistas como humorísticos sería restringir
demasiado su alcance y habría que especificar que cuando Topor cultivó el humor
siempre fue en su vertiente más negra y desquiciante. Si a eso le sumamos su
estética abigarrada y de trazo sucio, no nos debe extrañar que Topor fuera de gran
influencia entre muchos de los dibujantes que entre finales de los 60 y
comienzos de los 70 dieron comienzo al underground yanqui o al surgimiento del
comic para adultos en Francia. En el caso de España, comenzó a ser conocido a
comienzos de los 70 gracias a la edición de Mundo Inmundo, una antología de
dibujos publicada por la editorial Planeta. Incluso tuvimos un claro caso de
mimetismo con el dibujante OPS, el cual publicaba dibujos e historietas muy
parecidas a las de Topor en revistas como Triunfo
o Hermano Lobo (que, a su vez, eran
un evidente remedo ‘versión española’ del tipo de revista humorística-política
que se estaba publicando en Francia). OPS era un pseudónimo de Andrés Rábago,
el cual logró hacerse después con un estilo personal firmando como El Roto.
Aunque fuera un autor
paradigmáticamente de culto, el prestigio de Topor se mantuvo durante toda su
carrera y no disminuyó tras su muerte en 1997, llegando con el tiempo algunos reconocimientos
muy significativos. Es el caso de una magna exposición que tuvo lugar en
Estraburgo en 2004. No obstante, el verdadero ‘acontecimiento’ llegó a partir
de 2014 de la mano de la editorial francesa Les Cahiers Dessinés, la cual se mostró
decidida a publicar de forma ordenada la totalidad de sus dibujos. Más allá de
sus trabajos en Hara-Kiri o Bizarre, existe una enorme obra que se
haya dispersa en gran número de publicaciones de muy diversos géneros y
nacionalidades, como puede ser la ilustración de libros clásicos y de autores
modernos. Dibujó tanto que sería prácticamente imposible tener una visión de
conjunto de su obra si a lo largo de los años no se hubieran ido publicando
numerosas antologías con sus trabajos, a veces tomados de las revistas y libros
donde iba participando, otros con inéditos preparados expresamente para la
ocasión. Así pues, retomando ese afán antológico, Les Cahiers Dessinés comenzó
con el tomo Topor, dessinateur de presse,
recopilación de sus trabajos en revistas y prensa. Pocos meses después apareció
Topor voyageur du libre, dividiendo en
dos partes todas sus ilustraciones para novelas, poemarios, ensayos, etc. En
septiembre de 2019 se publicó el primero de dos tomos que pretende recopilar
sus ‘obras maestras’, en esta ocasión con dibujos en blanco y negro y el
siguiente que será en color. Este primer tomo, que es el objeto de esta reseña
(en realidad una buena excusa para hablar de Topor), viene con 170 imágenes que
pueden ser considerados una magnífica forma de introducirse en el universo de
este dibujante. Hay que decir que parte del contenido ya viene en los tomos
anteriormente citados, pero en muchos casos eran ilustraciones que venían en
tamaño reducido y en este libro ocupan toda la página. El conjunto de estos libros
editados por Les Cahiers Dessinés resultan, sin ningún margen de duda, una
auténtica joya para todo el que se interese en Topor y por extensión para
cualquier bibliófilo exigente, pues están editados con una calidad de papel y
una impresión que desgraciadamente son muy difíciles de ver por estos lares.
Para quien vea por primera vez
la obra de Topor, lo primero que quizás le llame la atención (especialmente en
su primera etapa hasta finales de los 60) sea el carácter anticuado y decadente
de sus personajes o los ambientes donde éstos se desenvuelven. Evidentemente, que
Topor eligiera está estética no es algo casual. Los personajillos anodinos con
apariencia de empleados de tercera categoría (cuya máxima expresión podemos ver
en Trekolvsky, el protagonista de su novela El
quimérico inquilino), la proliferación de bombines y bigotillos ridículos, las
mujeres con corsés, las niñas perversas vestidas de domingo, los viejos pobres
y decrépitos, etc., son una manera de señalar la puerilidad y represión que
proliferaba en la posguerra. De alguna manera, su iconografía parte del modelo
propuesto por Magritte, pero ahí donde el surrealista belga subvertía símbolos
pequeñoburgueses con enigmas poéticos y sofisticados juegos semánticos, Topor
prefería abordar su ruptura absoluta a través del humor negro, la escatología y
la violencia, con una rabia que parece heredada de los dadaístas o que
prefiguraba la actitud del movimiento punk. No hay en sus dibujos un ápice de
intención moralista (tampoco en Magritte, por cierto), lo cual le aleja de
grandes maestros como Goya, Grandville o Daumier. Está claro que están presente
en su ADN: el feísmo, la fuerza del claroscuro, la suciedad del trazo, la
potencia en la sátira y el absurdo, pero hay en ellos un cariz humanista
relacionado con los ideales de la ilustración que no es tan fácilmente
detectable en Topor. Evidentemente, Topor no era ajeno a su época, como gran
parte de la disidencia política y artística coetánea, puede decirse que su
empeño también fue señalar la hegemonía moral de un régimen retrógrado y
clasista. Sin embargo, Roland Topor, más que retratar el enemigo evidente (la
clase dominante, la iglesia, el ejército, etc), pone su punto de mira en la
docilidad del ‘pueblo’, en el patetismo de la gente común, pero, salvo en
algunas excepciones (por ejemplo, en su colaboraciones durante el Mayo del 68
parisino) lejos de mostrarlo mediante un mensaje que podríamos considerar como
explícitamente político, su expresión es más bien la del bufón dispuesto a
burlarse de todo y de todos, incluyéndose a él mismo en el lote.
Hemos nombrado a Goya, Daumier
y Gradville, pero puestos a encontrarle hermanos mayores, prefiero pensar en
las creaciones retorcidas y perturbadoras de Alfred Kubin, dibujante (también
escritor, por cierto, destacando su novela El
otro lado) difícil de ubicar moral e ideológicamente y que considero su más
evidente antecesor. Kubin y Topor comparten el sadismo en el tratamiento de sus
personajes, siempre dispuestos a humillarles, trocearles o matarles, éstos son usados
como marionetas para escenificar una profunda brecha en la racionalidad y las
buenas costumbres. Siempre a un paso de la fascinación o la náusea, la
complicidad o el espanto, las imágenes de ambos beben de lo grotesco y lo
fúnebre, gustan de explorar la perversidad y la crueldad, no hacen ascos de
embarrarse en lo abyecto. Sin duda, Kubin es más fantástico que Topor, más
dispuesto a dejar volar la imaginación hacia el exotismo orientalista, las
visiones oníricas y las creaciones monstruosas; en contraposición, el segundo
es, si cabe, aún más irreverente y perturbador que el maestro, quizás porque
sus ocurrencias, por mucho que luzcan como delirantes, resultan más
terriblemente cercanas y cotidianas. Cuando Topor habla de la fatalidad del
amor, siempre resulta dolorosa su crueldad con los amantes. Si se burla de la
soledad del individuo, de su vulnerabilidad ante la muchedumbre, de nada sirve
que busquemos un ápice de compasión. Si el tema es la muerte, es inútil buscar
algún tipo de consuelo ni gran enseñanza que aplicar a la vida.
Podríamos preguntarnos si al
carecer de su contexto histórico, los dibujos de Topor mantienen actualmente su
fuerza. Quizás, desde una perspectiva más bien superficial, estos dibujos
podrían quedar reducidos a meros objetos para la admiración estética, curiosidades
artísticas de un tiempo cada vez más lejano. No obstante, considero que merece
la pena examinar detenidamente que sentimientos e ideas pueden provocar estos
dibujos hoy en día, porque, en mi opinión, conservan la capacidad de sacar a la
superficie cuestiones que pueden parecer enterradas y superadas: miedos,
dobleces morales, complejos, resquicios de una sociedad que lejos de ser
superada fue sencillamente revestida con los brillos de la modernidad
tecnológica y las engañosas banalidades de la realidad virtual. Precisamente,
la genialidad de Topor está en su capacidad de trascender lo anecdótico de una
época concreta y haber logrado retratar la estupidez, la soledad, la
vulnerabilidad, el terror y otras lindezas inherentes a la condición humana de
maneras que siguen estando vigentes. Aunque no sea ésta, precisamente, una
época que acepte fácilmente la ironía y lo grotesco como formas de ‘autoconocimiento’,
mirarse en el espejo propuesto por Topor conlleva identificarse con su risa
salvaje, hacerla nuestra y asumir como de patética es la existencia que
llevamos, ya después depende de nosotros que nos conformemos con regodearnos en
esta verdad o nos planteemos cambiarla.
Reseña de Antonio Ramírez
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