sábado, 12 de enero de 2013

OLVIDADO REY GUDÚ - Ana María Matute

Primera edición en castellano en 1996.
Editada por Espasa Narrativa.
869 páginas.
 
Sinopsis

En el remoto reino de Olar la joven reina Ardid prepara a su hijo para la venganza, consciente del dolor que ésta va a causarle. La infancia, el olvido, el amor y el desamor, la magia, las promesas y la crueldad del ser humano son los temas que recorre esta novela de Ana María Matute.

Comentario del libro

Olvidado rey Gudú es un libro de una belleza bastante singular y de naturaleza inclasificable, mezcla de cuento de hadas y novela de fantasía, parece dirigido a lectores de una edad difícil de establecer. Además, sus primeras setenta páginas resultan una lectura bastante enojosa, por la sucesión de personajes esbozados en una acumulación casi sin hilo conductor, sin embargo, esta escritura acelerada cambia radicalmente cuando aparece su protagonista y comienza verdaderamente la historia. En el extraño Olvidado rey Gudú se unen personajes infantiles de una inocencia abrumadora con unos adultos que espían sus movimientos sin comprender las risas, los juegos y la inconstancia de los niños, por eso su princesa no puede más que llamarse Tontina. Y para rematar el desconcierto, conforme avanza la obra, ésta se va sumergiendo poco a poco en la desolación de la vejez de unos personajes que han perdido todo en manos de un destino absurdo. 

Ana María Matute sigue la tradición de los cuentos de hadas con esa combinación de inocencia infantil y crueldad de los mayores, quienes arrojan a los niños a la edad adulta a través del desprecio, la falta de amor o el olvido. Parecería que el ser humano cae consciente o inconscientemente en esta forma de actuar, introduciendo así el mal en el mundo, sembrando el dolor en los seres más inocentes, es decir, en los niños y los amantes. 

De este modo, Matute nos presenta un universo en el que las personas, a pesar de compartir las pasiones (el amor o la sed de aventuras), acaban dividiéndose en la clásica distinción entre malos y buenos, tal y como los niños comprenden el mundo que les rodea. Los malos, con una oscuridad innata que anida en ellos, que repele y exhala daño, están movidos por fuerzas incomprensibles que les llenan de pena, que les provoca la frustración por la que son tan ruines. Como el pequeño Gudulín, ese príncipe borracho, torpe, pálido y desmañado que se recrea en el descuartizamiento de pequeños animales y en la tortura de la única criatura que le quiere, el Trasgo. Unos malos que son imbéciles, desvalidos e incapaces de superar sus taras. 

Mientras que al otro lado se encuentran las víctimas de los brutales ataques, los inocentes que no saben protegerse, que no pueden hacer otra cosa que sucumbir en ese afán de preservar su propia bondad y ante la ausencia de alguien que les proteja. La impunidad rodea al mal, aunque de vez en cuando alguien es castigado, justo a tiempo de permitirnos creer en la necesidad de la justicia. 



Solo la reina Ardid trata de escapar a esta dualidad estancada e intenta superar el dolor sufrido a través de una trama de venganza en la cual sabe que conseguirá que caiga su odiado rey, pero también ella misma, pues el mal no se siembra impunemente. El conjuro que pone en marcha Ardid es aquel imposible de cumplir, el que se romperá de la manera más dolorosa e inevitable. Y ella misma acabará por darse cuenta de su fracaso y su incapacidad maternal para salvar a los suyos. 

Mientras tanto, Matute presenta, de manera constante y desde diferentes enfoques, esas dos pasiones que son el amor y la atracción por lo desconocido. Los bárbaros con su fuerza indomable, su voluntad inquebrantable y su belleza son la fuerza atractora para los reyes conquistadores. El misterio que rodea a las mujeres bárbaras y su indocilidad sexual es la razón última que empuja a la guerra más sanguinaria y estúpida. En este universo opresivo, el fabuloso dragón aparece prometido y nunca visto en el temblor de la tierra, en la fuerza de los hombres y en la sangre derramada. Por otro lado, el amor es tanto momento de tránsito a la edad adulta, de pasión platónica con esa predestinación mágica que reúne a los amantes, como en la historia de Tontina y Predilecto. Y, sin embargo, en la perspectiva contrapuesta, Matute coloca el placer sexual más hedonista, ese que ciega a Ardid en la isla de la reina Leonia, cuyo trasgresor placer la provoca el olvido del verdadero amor que aguarda su vuelta. En este sentido, la obra resulta innecesariamente moralista, pues el sexo acaba convirtiéndose en otra de las formas de hacer daño, un modo inconsciente, quizá difícil de evitar, pues viene disfrazado de goce. 

El reino húmedo, oscuro, pobre y triste de Olar bien podría haber sido una metáfora de la España de posguerra que tanto ha retratado Matute y en este caso a nadie le extraña la necesidad de que dicha historia sea barrida por el olvido sin dejar rastro. Es difícil abandonar Olar, su tristeza y el declive de sus protagonistas acaban por dejar un gustoso regusto amargo en la memoria.

Reseña de María Santana

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