viernes, 30 de agosto de 2019

KURT VONNEGUT - Matadero 5 (o la cruzada de los niños) / El desayuno de los campeones


Matadero 5, o la cruzada de los niños (edición original en 1969)
Anagrama. 188 páginas.

El desayuno de los campeones (edición original en 1973)
Anagrama. 270 páginas. 

Kurt Vonnegut es considerado como uno de los escritores más importantes de la literatura norteamericana del siglo XX. Tras publicar durante los años 50 varias novelas y relatos adscritos al género de la ciencia-ficción que pasaron sin pena ni gloria, a comienzos de la década de los 60 comienza a hacerse muy popular en los ambientes contraculturales. Fue considerado algo así como un “escritor pop”, pero a la vez consiguió ser muy respetado por la crítica literaria y los corrillos universitarios. Ha sido clasificado en muchas ocasiones como postmoderno, y ciertamente, al menos en el aspecto formal, muchos de sus libros pueden entenderse como un ejercicio de deconstrucción de la narrativa tradicional: sin una línea argumental realmente definida, con bruscos saltos de estilo y sobretodo un evidente uso de lo meta-literario. Vonnegut escribía novelas con varios niveles de lectura, a la manera de puzles o cajas rusas. Matadero 5 y El Desayuno de los campeones, las dos novelas que reseñamos aquí, pueden ser buenos ejemplos de esta experimentación con la técnica narrativa y la razón de que haya decidido reseñarlas juntas es que ambas, pese a ser totalmente independientes, están muy relacionadas entre sí por su temática y por sus personajes. De hecho, por el mismo motivo se podría haber añadido otra novela escrita en 1965: Dios le bendiga, Mr. Rosewater, pero ya me parecía excesivo.

Dejando a un margen las cuestiones formales, si hay algo que defina realmente a este autor es que ya desde el comienzo de su carrera se posicionó en contra del racismo, la desigualdad, la belicosidad y otros aspectos reaccionarios que demasiadas veces han caracterizado la sociedad norteamericana. No debe extrañarnos, por tanto, que sus experimentos estéticos sean inherentes a una motivación que podríamos definir como política y humanista. Para más señas, en un momento dado de El desayuno de los campeones, Vonnegut pone en boca del narrador (que es un personaje más, a la vez que un trasunto de sí mismo) la siguiente afirmación:

“Cuando comprendí qué era lo que convertía a América en una nación de personas tan desgraciadas y peligrosas que no guardaban ninguna relación con la vida real, decidí de abstenerme de escribir narraciones totalmente inventadas. Decidí escribir sobre la vida. Todas las personas tenían que tener la misma importancia. Todos los hechos tenían que tener el mismo peso. No había que dejar nada de lado. Que otros se ocupen de ordenar el caos. Yo, en cambio, me ocuparía de introducir el caos en el orden, cosa que creo haber conseguido”.

Lo cual, creo que describe muy bien lo que vamos a encontrarnos en estas dos novelas, pues los personajes principales deben ceder permanentemente el protagonismo a otros que pese a ser fugaces condicionan enormemente la lectura. Igualmente, los protagonistas resultan inseparables de su contexto, ya sea en un sentido físico como psicológico. Los entornos hostiles, artificiales o en ruinas proyectan una degradación que los personajes viven tanto exterior como interiormente a través de la fealdad, la contaminación y la deshumanización. Por otra parte, esa referencia al caos que hemos leído antes también me parece crucial. Si el postmodernismo se funda en la imposibilidad de establecer un relato único de lo real (con su reflejo en la novela y el arte en general, pero también en la política, en la economía, etc), entonces Vonnegut parece querer añadir aún más confusión si cabe. Y, efectivamente, estas dos novelas son artefactos literarios anárquicos, resultado de mezclar la comedia negra y absurda, la crítica social, la ciencia-ficción, la autobiografía y que, por si fuera poco, en el caso de El desayuno de los campeones viene acompañado por los dibujos de estilo naif del propio Vonnegut. En suma, nos encontramos muy lejos de la narrativa clásica, más o menos lineal, donde las situaciones y personajes son expuestos de forma ordenada, cada cual con una función muy específica dentro de la trama. Aquí es el lector el que debe extraer algo de significado en un pulular de seres desgraciados y autodestructivos que son presentados a retazos, permanentemente instalados en el flashback y, en el caso de Matadero 5, atrapados en un literal viaje en el tiempo. No obstante, a medida que vamos desmadejando el hilo de estos libros, vamos descubriendo que bajo esta aparente confusión sistemática se esconde un intento desesperado de aportar algo de sentido. A través de un discurso rabiosamente crítico con la sociedad norteamericana Vonnegut busca trascender el caos mediante un reclamo que todos compartimos: la empatía, logrando así sortear de alguna manera los callejones sin salida de la literatura postmoderna, tomando partido de una forma contundente y con ello obligando al lector a posicionarse ante lo que le cuenta.

 
 
Entonces, ¿de qué van estas dos novelas? Lo cierto es que ambas se resisten a una descripción realmente clara. Matadero 5 es, siendo muy sintéticos, un lamento que no puede encontrar las palabras adecuadas, de ahí que Vonnegut nos deje este párrafo inolvidable en su introducción:

“(..) si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan. ¿Y qué dicen los pájaros? Todo lo que se puede decir sobre una matanza; algo así como «¿Pío-pío-pi?».

Hace referencia al tema central de la novela: la destrucción de la ciudad de Dresde durante la segunda guerra mundial. Este hecho fue vivido por Vonnegut en persona y no por casualidad llega a introducirse él mismo como personaje fugaz, desdoblándose así con el protagonista principal, Billy Pilgrim, que también es en cierto modo su alter-ego. Pero donde otros escritores hubieran, quizás, plasmado un relato dramático más al uso, Vonnegut decide tirar de la sátira más salvaje y el absurdo (suficiente es decir que el protagonista de la novela se lleva toda la novela viajando por el tiempo sin que nadie lo sepa), siguiendo esa tradición tan noble de la literatura antibélica y que así bote pronto me trae a la memoria las aventuras del soldado Švejk que nos contara tan magistralmente Jaroslav Hašek. Lo que está claro es que Vonnegut evita a toda costa cualquier tipo de romanticismo bélico, asegurándose, como el mismo dice, “que no habría ningún papel para Frank Sinatra o John Wayne”. Los soldados americanos quedan en un lugar pésimo, aunque sin tener que mostrarlos como malvados sino más bien como seres inmaduros y faltos de cualquier control o autonomía. De ahí el significativo subtítulo del libro (que en el caso de la edición en bolsillo de la editorial Anagrama decidieron eliminar sin más): La cruzada de los niños.

Por su parte, fijar el argumento de El desayuno de los campeones tampoco es tarea muy fácil, así que dejemos que sea el propio Vonnegut quien nos lo diga otra vez con sus propias palabras:

“Esta es la historia del encuentro entre dos hombres blancos delgaduchos, solitarios y bastante viejos en un planeta que estaba agonizando. Uno de ellos era un escritor de ciencia-ficción que se llamaba Kilgore Trout. En aquel momento era un don nadie y suponía que su vida ya se había acabado. Se consideraba un fracasado. Pero, gracias a ese encuentro, se convirtió en uno de los seres humanos más queridos y respetados de la historia. El hombre con el que se encontró era un vendedor de coches, de Pontiacs, y se llamaba Dwayne Hoover. Dwayne Hoover estaba a punto de volverse loco”.

Si en Matadero 5 la historia ocurre en el contexto hostil de bosques gélidos, trenes de prisioneros, campos de concentración y ruinas humeantes, El desayuno para los campeones se sitúa en la fealdad de una pequeña ciudad norteamericana: autopistas, bloques de hormigón, cadenas de hoteles, tiendas de coches, solares vacíos, suburbios divididos racialmente… escenario banal y deprimente que Vonnegut aprovecha para hacer un repaso a la estupidez y la crueldad humana sin dejar títere sin cabeza.

Hace 20 años que había leído por primera vez estos dos libros y lo único que recordaba es que me habían causado una gran impresión y haber reído mucho, pero a la vez haber sentido pena por sus personajes. Leídas por segunda vez he vuelto a emocionarme, y debo admitir que resultan aún más tristes, nada parece haber cambiado en el mundo, por no decir que todo ha ido a peor: básicamente, Vonnegut tenía razón, si no cambiamos nos iremos definitivamente a la mierda. Todo lo que critica de la sociedad americana parece haberse extendido definitivamente al resto del mundo de forma incontenible. No obstante, pese al mensaje pesimista que transmiten, no dejan de tratarse de novelas divertidas y absorbentes, repletas de ocurrencias desternillantes, así como pobladas por personajes dotados de una potente vida sin necesidad de aportar muchos detalles o largas descripciones biográficas. Ocurre así con Kilgore Trout, el medio loco (y a la vez tan lúcido) escritor de ciencia-ficción que aparece en ambos libros. Este personaje, además, sirve de excusa para que Vonnegut haga pequeños resúmenes de muchos de sus libros y cuentos, folletines de ciencia-ficción que han acabado de relleno en libros baratos pornográficos. Son narraciones de apariencia absurda, pero que contienen algún tipo de enseñanza más profunda. Como por ejemplo:

Kilgore Trout escribió una vez un relato que trataba sobre un diálogo entre dos fermentos que discutían sobre las posibles finalidades de la vida mientras comían azúcar y se asfixiaban con sus propios excrementos. Debido a su limitada inteligencia nunca llegaron siquiera a imaginar que estaban haciendo champán.

Evidentemente para Vonnegut la ciencia-ficción siempre fue más un pretexto que otra cosa, la libertad del género le permitía tirar de lo absurdo sin demostrar nunca el más mínimo interés por ser plausible. Confesó no sentirse cómodo cuando le invitaban a convenciones del género y sabía que podía ser decepcionante para quien buscara un apasionado por los temas recurrentes de la ciencia-ficción, la fantasía o incluso las especulaciones científicas complejas. Más bien, sobretodo al principio de su carrera, se mostró crítico con los científicos y especialmente con los usos de la tecnología
(tengamos en cuenta, no obstante, que su hermano Bernardf fue un científico a quien se le atribuye el descubrimiento del yoduro de plata). En ese aspecto, como en todos los demás, más que un interés por convertirse en un escritor serio (sea del género que sea) demostró ser lo más cercano al bufón que en el pasado decía las verdades terribles a la cara disfrazándolas de bromas, pero sabiendo adaptar su sátira a los modos modernos y colando en las estanterías de las librerías un compromiso humanista y político cada vez más escaso en los medios literarios. Frente a la estupidez y la autocomplacencia, la obra de Vonnegut permanece ahí con plena vigencia, recordándonos con total desparpajo que somos un absoluto desastre.
Reseña de Antonio Ramírez

(Autorretrato de Kurt Vonnegut)



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