viernes, 20 de septiembre de 2013

CHAVS. LA DEMONIZACIÓN DE LA CLASE OBRERA - Owen Jones

Primera edición en inglés 2011
Editado en castellano por Capitán Swing, Madrid, 2013.
Traducción: Íñigo Jáuregui.

 
Presentación:

El libro analiza desde una perspectiva marxista el proceso a través del cual el liberalismo inglés ha tratado de acabar con la lucha de clases destruyendo sistemáticamente a la clase obrera. Se denuncia explícitamente a Margareth Thatcher por llevar a cabo no sólo el proceso de desindustrialización, con la pérdida masiva de empleos que esto supuso, sino del descrédito de la lucha obrera liderada o no por los sindicatos, de la destrucción del sistema integrador de viviendas sociales y de la simple y llana criminalización de los denominados chavs. Estos jóvenes son constantemente acusados de inmorales, promiscuaos, drogadictos y violentos. Para Jones se trata de una nueva forma de odio a la nueva clase social más humilde, la que depende de los trabajos precarios y los subsidios, la que vive en los bloques de viviendas sociales, en definitiva, una escoria que sirve como coartada al elitismo de la clase política y al de aquellos que se consideran falsamente como clase media y que no quieren ser mezclados con los nuevos parias.

Comentario del libro:
 
Owen Jones parte de la investigación de un grupo socialmente señalado y muy mal visto como es el de los chavs, con este término se denomina en Inglaterra a los chavales (en el libro se nos indica que ambas palabras provienen del caló) que se pasan el día dando vueltas por las calles vestidos con sus chándales y sus deportivas de marca, sin estudiar, sin trabajar o con trabajos precarios. Según el libro, estos jóvenes están sirviendo actualmente como espectáculo de exorcismo de los peores miedos de los honrados trabajadores y padres de familia, instrumentalizados por los medios de comunicación que sacan buena tajada con infinidad de programas. Desde la primera página del libro se hace evidente que todo lo comentado en él es perfectamente extrapolable a la situación española (o de cualquier país de occidente), así, por ejemplo, cuando habla de este tipo de emisiones televisivas nos vienen a la cabeza programas como Hermano mayor o Callejeros. En estos programas, que en nuestro caso son emitidos por cadenas de televisión supuestamente progresistas, se lleva a cabo una caricatura desvergonzada de sus vicios, se señalan las personas más esperpénticas para dar una visión sumamente distorsionada de la vida en los barrios y en las familias de clase obrera, permitiendo al espectador que se mofe de ellos. De tal forma que a través de esta ideología, cuya versión más grosera se dramatiza en estos subproductos televisivos, se tiende a polarizar la sociedad en dos falsos bandos: de un lado la civilización burguesa con su culto al trabajo y al esfuerzo, con su gusto por la disciplina y la moral, con sus vidas que imitan la buena vida de las clases altas emulando, ante todo, su modo de consumo; y, del otro lado, los incívicos consumidores de drogas, que pasan el día trapicheando, que no tienen aspiraciones a nada, que abusan de los servicios sociales y de los subsidios, cuyas chicas se quedan embarazadas en la adolescencia y que se encuentran en muchas ocasiones cerca de la bestialidad.

Mediante toda una moralina que se sostiene sobre el liberalismo económico se trataría de mostrar cómo los nuevos bárbaros vienen a asolar la civilización capitalista, cómo ponen en peligro los servicios públicos con su derroche constante, cómo empeoran la seguridad ciudadana, cómo entorpecen con su desidia en las escuelas el porvenir de los buenos chavales, etc. Tanto en el caso inglés como en España se incluye a los inmigrantes dentro de esta categoría, pero Jones no se centra en la xenofobia, pues a pesar de ser absolutamente explícita en mucha situaciones, el libro adopta una perspectiva de clase en la que mayores y jóvenes o nacidos en Gran Bretaña e inmigrantes, pertenecen todos a la misma categoría vilipendiada y desterrada de la neolengua actual. Jones denuncia todos estos estereotipos en primer lugar por ser falsos y en segundo lugar por basarse en una estrategia deliberada para desestructurar a la clase obrera acabando con la lucha de clases. Para ello, el autor recorre en la segunda parte del libro los barrios obreros y recoge testimonios de las vidas reales de estos jóvenes y sus familias, denunciando los trabajos precarios a los que pueden aspirar, la destrucción deliberada del sistema de enseñanza pública, el proceso creación de barrios gueto, la desesperanza de las familias y también los constantes esfuerzos por mantener una mínima conciencia de clase con la que se consiga dar identidad al barrio e impulso de lucha y mejora. A este respecto es obvio que el autor solo entiende la posibilidad de mejora real en las condiciones de vida de estas personas con la capacidad para llevar a cabo una confrontación como clase al modo de la tradición de la lucha obrera. 


Pero la mayor parte del libro se centra en la especificación del proceso por el que se ha destruido a la clase trabajadora inglesa dejándola sin empleos ni servicios, destruyendo sus barrios y cualquier ilusión de prosperidad. Al margen de que la historia más reciente del capitalismo ha sido presentada por numerosos críticos en los últimos años de crisis, el libro presenta este panorama con exhaustividad y rigor, recogiendo declaraciones de sus protagonistas quienes hablan con una claridad que en algunos casos está cercana al cinismo y la desvergüenza, como muestra la siguiente explicación de las consecuencias de la destrucción de la minería hecha por Norman Tebbit, Secretario de Estado para el Empleo en el gobierno de Margaret Thatcher: “Muchas de estas comunidades (mineras) quedaron completamente devastadas, con gente en paro que recurrió a las drogas y sin ningún trabajo decente, porque todos los empleos habían desaparecido. No hay duda de que esto llevó a un desplome en esas comunidades, con familias que se rompían y jóvenes que perdía el control. La escala de los cierres fue excesiva”. Es completamente inverosímil que el gobierno no fuera capaz de imaginar estas consecuencias, en realidad las buscó consciente de los resultados. En este sentido, Jones señala la victoria de Thatcher en 1979 como la oportunidad de llevar a cabo el ideario radical de Milton Friedman y que solo había conseguido apoyos en el Chile de la dictadura de Pinochet. A partir de entonces se procedió a la desindustrialización de Inglaterra y la reconversión de fábricas y minas. Jones denuncia la actitud reaccionaria del gobierno que acabó con la derrota y humillación del movimiento obrero al negarse a negociar siquiera de manera simbólica, pero no ahorra responsabilidades a un partido laborista que miraba para otro lado como si con él no fuera la cosa y que no cambió sustancialmente la política liberal cuando volvieron al poder. Acusa a los neolaboristas, que se han hecho con el control del partido en las últimas legislaturas, de repetir con exactitud los clichés más conservadores y de despreciar a los votantes de los barrios obreros. Apunta también a cierta responsabilidad de los propios sindicatos, pero lo hace de manera muy tibia, sabedor de la campaña de desprestigio constante que han emprendido los medios de comunicación y los políticos liberales y cuyo resultado es la pérdida de cualquier apoyo al trabajador.

Jones destaca también el papel que jugó la Ley de la vivienda de 1979 por la que los arrendatarios de las viviendas sociales (y que constituían la mayor parte de la clase trabajadora) podían pasar a pagar una hipoteca para ser propietarios. A partir de su aplicación se destruyó el modelo de urbanismo integrador inglés, dando lugar a barrios gueto donde residen aquellos que no han podido acceder a la comprar de viviendas de mejor calidad. Igualmente, explica las condiciones de precariedad en la que quedó reducido el trabajo que existe actualmente y que no permite la independencia económica de muchos de estos trabajadores en situación de eventualidad y a tiempo parcial. El autor explica cómo en este ámbito de empleos temporales los sindicatos han perdido toda su capacidad de movilización y lucha, pues los trabajadores se han desentendido de cualquier posibilidad de afiliación o compromiso. Una vez el paro se ha convertido en el chantaje constante que esgrime el empresario, las condiciones laborales han empeorado hasta límites inauditos, además, tampoco puede usarse la presión del trabajo cualificado en la negociación con el jefe, pues poco importa la preparación y experiencia de un teleoperador o un reponedor de supermercado.

Aunque haya abundante bibliografía sobre los temas que estamos reseñando, resulta imprescindible hoy día repasar todos los factores de la estructura económica que condiciona nuestras vidas, pues se mantiene en todo momento como contexto sobre el que entender la reflexión de Jones sobre la ideología que ha cambiado las conciencias hasta hacer aparecer a la clase trabajadora como los despojos inservibles de nuestra sociedad. Así es como adquiere pleno sentido el análisis sobre el desastre de Hillsborough de 1989 y el espectáculo televisivo que se explotó durante meses a su alrededor. En esta ocasión se produjo un auténtico ejercicio de criminalización de los seguidores menos pudientes del equipo de fútbol de Liverpool y que ocupaban las gradas sin asiento, cuando murieron 96 de ellos durante una avalancha. Tras las investigaciones y el juicio se aclaró que el desastre había sido causado por una mezcla de caos y negligencia policial, siendo declarados culpables los policías que impidieron que los seguidores aplastados accedieran al campo para salvar sus vidas o que las ambulancias atendieran a los heridos, tratando a las personas como auténticas bestias incontrolables. Mientras, la policía contaba mentiras a los medios de comunicación que la difundían constantemente. El medio que se llevó la palma a las injurias fue The Sun quien refirió escenas dantescas y absolutamente falsas, como indica Jones: “Seguidores robando a los muertos y moribundos, clamó. Los policías, los bomberos y el personal de ambulancia siendo atacado por hinchas radicales. Aficionados del Liverpool orinando sobre los cadáveres. (…) Incluso se había visto el cadáver de una chica con signos de haber sufrido “abusos””. A partir de entonces los seguidores del fútbol se convierten en ultras descerebrados y borrachos con ganas de bronca y la policía se permite tanto en Inglaterra como en muchos otros países reprimir muy duramente cualquier clase de altercado que se produzca alrededor del fútbol.

Cuando se leen las páginas en las que se relata la muerte de estas personas, es imposible no acordarse de la situación que se vivió en el Madrid Arena en la fiesta de Halloween de 2012 cuando se produjo la muerte de cinco chicas en una avalancha. No hay más que rememorar el modo en el que se organizó la fiesta, la falta de seguridad, el hacinamiento, el incumplimiento de los mínimos sanitarios. Pero sobre todo, resultaba insultante el desprecio de la Oficial responsable de la Policía Municipal que hablaba aquella misma noche de un “mal corte de droga” para escurrir el bulto además de los comentarios desvergonzados e injuriosos de los medios de comunicación reaccionarios que se permitían juzgar moralmente a las víctimas y que recalcaban que el resto de la gente continuó la fiesta como si nada hubiese pasado (dejando al margen delirios de Intereconomía en los que se habla de la “trinidad del pecado, el vicio y la perversión). La responsabilidad recae en los jóvenes que deberían haber honrado a sus muertos quedándose en casa en una noche que debería ser de recogimiento y no de algarabía.

Pero también podemos hacer referencia a las informaciones que se dieron durante la resaca del huracán Katrina en 2005, como explica el filósofo Zizek en Sobre la violencia (Editorial Austral, Barcelona, 2013): “Todos recordamos los reportajes sobre la desintegración del orden público, la explosión de violencia entre la población negra, los saqueos y las violaciones. Con todo, investigaciones posteriores demostraron que en la gran mayoría de los casos estas supuestas orgías de violencia simplemente no ocurrieron: los rumores no comprobados se reprodujeron como hechos probados por los medios de comunicación”. Zizek explica también que estas reacciones de difamación se basan directamente en un mensaje ideológico y prejuiciado, es lo que se esperaba que ocurriera, incluso lo que se deseaba debido al papel que cumple Nueva Orleans en el imaginario estadounidense: “En Estados Unidos, Nueva Orleans se cuenta entre las ciudades más marcadas por el muro interno que separa a los ricos de los negros recluidos en guetos. Y es sobre quienes están al otro lado del muro sobre quienes fantaseamos: viven cada vez más en otro mundo, en una tierra de nadie que se ofrece como pantalla para la protección de nuestros miedos, ansiedades y deseos secretos”.

De esta forma aparece en el discurso liberal la necesidad de endurecer la disciplina de los jóvenes, de reforzar la autoridad del docente, de castigar las infracciones más leves con penas de trabajo para la comunidad o de endurecer el código penal para tratar de controlar una juventud de delincuentes. Chavs destaca la implantación de las ASBO, que son las órdenes de arresto por conducta antisocial, es decir, la implantación de trabajos sociales para quienes estén implicados en incidentes menores y que si no se cumplen pueden acarrear una condena carcelaria de hasta 5 años. Jones explica cómo “(…) cerca de la mitad se imponían a los jóvenes. En su inmensa mayoría los penalizados por las ASBOs eran pobres y de clase trabajadora, y, según un estudio de 2005, casi cuatro de cada diez citaciones fueron para chicos con problemas de salud mental como el síndrome de Asperger”.
Tampoco las chicas jóvenes salen mejor paradas en la crónica de los chavs. Los políticos y los medios de comunicación las describen como deseosas de quedarse embarazadas cuanto antes para poder recibir un subsidio, malcriando a sus hijos, cambiando continuamente de pareja, sin ganas de trabajar, fumadoras y groseras. En España actualmente se las acusa de vestir de manera demasiado descarada y de ser promiscuas. Pero lo más llamativo fue el discurso en el Congreso de la diputada del PP Beatriz Escudero, quien afirmó que las mujeres con menores estudios interrumpían el embarazo hasta seis veces más que aquellas con estudios, cuando se le pidió que rectificase la falsedad de esa afirmación, argumentó que se refería a las chicas de entre 12 y 15 años y, sin embargo, en este otro caso dicha aseveración tampoco era cierta.

Además, el libro tiene al final un epílogo a la segunda edición inglesa que aborda las reacciones ante la publicación de Chavs y explica de manera sucinta los acontecimientos del distrito londinense de Tottenham en agosto de 2011. Durante una semana se produjeron disturbios en protesta por la muerte a manos de la policía de Mark Duggan de 29 años y pronto se extendieron a Birmingham, Manchester, Liverpool o Leeds. Jones entiende que su libro puede servir para comprender las causas sociales y materiales que condujeron a sembrar el caos a estos jóvenes que se dedicaron a saquear y quemar tiendas porque ya no tienen nada que perder. Entiende que se trataba de una minoría que se atrevió a cruzar la línea de la violencia, porque en seguida se comprobó que los detenidos no tenían antecedentes penales. “Una combinación letal de desigualdad y consumismo también tenía algo que ver, indudablemente (…). No es como París, donde los ricos se concentran en el centro y es más probable encontrar a los pobres en la balieue (la periferia). En Londres, los ricos y los pobres pueden vivir casi uno encima del otro.” Precisamente los banlieue franceses a los que se refiere fueron en 2005 escenario de una rebelión aún más prolongada y virulenta, porque en ambos casos uno de los inductores fundamentales de estos incidentes es la exclusión de estos chavales del sistema de consumo del que viven rodeados sin poder disfrutar: mientras la televisión les bombardea con anuncios y la ideología dominante explicita que no eres nada si no compras, ellos descargan su rabia contra aquello que más veneran. En el caso de los franceses los coches, en el caso de los ingleses las tiendas de marca (también es verdad que no debe de haber muchas tiendas de marca en los banlieue franceses).

Lo cierto es que con los disturbios de Tottenham se acaban convirtiendo en la encarnación de los peores temores a la barbarie de la chusma, esa “subclase salvaje”. Es como si los chavales a fuerza de oír que son unos abusones, unos drogadictos, unos violentos pensaran “pues ahora se van a enterar de lo que pasa si nos ponemos chulos” y desplegaran sus mejores galas para adoración de la televisión. No hay más que recordar el gran espectáculo de las llamas, de los jóvenes saqueando, aderezado por primeros planos de los chavales para que los honrados ciudadanos les identificaran y delataran a la policía. Las supuestas clases medias reaccionaron de manera previsible, nos informa Jones: “A los días de iniciarse los disturbios, el 90% de la población aprobaba el uso del cañón de agua; dos tercios querían que se mandase al Ejército y un tercio estaba a favor de emplear munición ligera contra los alborotadores.” Se perdió una oportunidad de oro al no seguir las sugerencias de la masa, pues podría haber tenido consecuencias inestimables en el control de la población, igual que Jonathan Swift sugería que nos comiéramos a los niños que mendigaban por las calles de Londres, bien podrían haber tiroteado a unos cuantos chavales como sustitución de la caza del zorro. En realidad la justicia en su afán de hacer escarmentar a los jóvenes fue especialmente dura con las penas que se impusieron a muchos de ellos: “Nicholas Robinson, un hombre de 23 años sin antecedentes, fue arrestado ruante seis meses por robar una botella de agua de 3,50 £. Dos jóvenes fueron condenados a cuatro años de cárcel –más de lo que a muchos les cae por asesinato- por usar Facebook para alentar disturbios que nunca ocurrieron en sus ciudades.”

Jones en este epílogo hace un esfuerzo por comprender esa violencia desatada a la par que explica el desconcierto y miedo que le produjeron unos acontecimientos que ocurrían en su propio barrio. Para él los motines no son el futuro de la conciencia de clase, sino que este sólo puede encontrarse las manifestaciones de estudiantes del 2010, las huelgas de funcionarios, las movilizaciones sindicales y Ocupy de Street. Movimientos que han surgido alrededor de la crisis y que a estas alturas podemos dudar que vayan a tener la continuidad y contundencia necesarias para sustituir a los anteriores movimientos obreros y cambiar realmente el sistema de clases. 
Reseña de María Santana

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