Desde el comienzo, el libro autobiográfico de Pierre Clémenti
resulta absolutamente subyugador por la crudeza y lucidez con las que
muestra el mecanismo de funcionamiento de la cárcel.
Aparecen descritos de manera breve, pero muy esclarecedora, la
frialdad del sistema judicial y penitenciario de la Italia de los años
70’. A lo que se añade una reflexión sobre el encierro
absoluto, la pérdida del contacto con los seres queridos, la
inocencia de gran parte de los presos, la crueldad de los funcionarios
de prisiones o el fingido paternalismo de los directores de las
cárceles. Queda en evidencia que el cineasta y actor trataba de
mantenerse cuerdo con cada palabra pronunciada sobre su encarcelamiento,
intentaba sostenerse frente a una institución que buscaba
quebrarle sistemáticamente. Clémenti ve con sus propios ojos cómo la
cárcel tritura a las personas y se aferra a la escritura como una
suerte de exorcismo que le permita volver a ser quien era.
De ahí que el texto pase de ser una crítica al sistema carcelario, a
un relato de resistencia y de afirmación de la propia identidad más
allá de los muros de la prisión.
El análisis realizado por Clémenti surge desde las tripas del
encierro y guarda una viveza que aún hoy resulta conmovedora. Desde la
primera conversación que mantiene con el director de la cárcel
de Regina Coeli se percibe la humillación constante de ese biopoder
en estado puro. “Aquí todos somos niños”, nos dice. Desposeídos
de la voluntad se convierten en niños a merced de la
buena disposición del gran padre que restringe o concede libertades
de manera arbitraria. Esa denuncia del mecanismo de reeducación y
enderezamiento que supone la cárcel entronca directamente con
el análisis de Michel Foucault realizado algo después. Y queda
enmarcado en la propia biografía de Clémenti a partir del periplo por
orfanatos, centros de menores y demás instituciones por las
que tuvo que pasar debido a su desarraigo familiar antes de
conseguir dedicar su vida al teatro y el cine. Por tanto, el sistema
represor y punitivo no le era en absoluto ajeno. Tal y como él
escribe, quienes se quedan en los márgenes de la sociedad siempre
sufren el peligro de ser encerrados: “Encerradlos para empezar en los manicomios, los cuarteles, las prisiones, las escuelas.
(…) Es la sociedad del canguelo y de la porra: primero se golpea, después se discute”.
Por eso, para quienes no han tenido que pasar por ese tipo de
instituciones, el autor trata de insistir
en la descripción de sentimientos como el miedo que rodean al preso
de manera constante. Con la certeza, por ejemplo, de que si el
funcionario de turno ha tenido un mal día puedes acabar
recibiendo una paliza de manera impune.
A pesar de que el sistema que padeció Clémenti se forjó por
Mussolini y se mantuvo durante un tiempo desconcertantemente largo,
muchas de las características que denuncia se siguen manteniendo
hoy en día. Por un lado, queda en evidencia que la cárcel no tiene
como objetivo la verdadera reinserción del preso (haya sido condenado o
permanezca en prisión preventiva), sino el
estigmatizarlo para que se mantenga siempre en una situación de
marginación. El sistema penitenciario se sostiene a sí mismo a partir de
la creación de una materia prima fija, que son los propios
presos. Gracias a ellos tienen trabajo los jueces, los funcionarios y
los psiquiatras (hoy añadiríamos a los trabajadores sociales). Además,
con la amenaza de la cárcel se amedrenta a gran parte
de la población para que no muestre su descontento social, mientras
que también se regulaba el paro que estaba creciendo en las grandes
ciudades italianas. El negocio sigue siendo redondo, pues
se justifican partidas económicas constantes y puestos de trabajo
fijos, mientras se saca del sistema a parte de la población para
escarmiento del resto.
Clémenti, del mismo modo que lo hace Foucault, señala la
legitimación del sistema represivo que suponen procesos judiciales como
el suyo. Y en este sentido, hay que recordar que el cineasta fue
víctima de un montaje policial cuyo fin principal era atacar a una
parte de la bohemia más crítica, de la cultura underground, que ponía en
duda la industria del espectáculo tratando de
mantenerse al margen con una clara conciencia política. Y que en
aquel momento estaba ligada a acontecimientos políticos como el
surgimiento de las Brigadas rojas o la acusación de Valpredi por
el atentado de la Piazza Fontana. En la convulsa Italia de aquella
época, el juicio a Clémenti tenía un afán ejemplarizante: no gustaba su
modo de vida, su cine o su aspecto dandy. Y de hecho, el
juicio acabó por convertirse en un circo mediático en el que
declararon a su favor directores de cine como Fellini o De Sica. Aún
así, la inevitable absolución tardó mucho en producirse y el
actor tuvo que aguantar 18 meses en la cárcel. Además de quedar
marcado de por vida, siendo siempre sospechoso.
Clémenti junto Catherine Deneuve en Belle de Jeur, película de Luis Buñuel de 1967
La agudeza de su descripción es impagable, por ejemplo, cuando
indica el papel que comienzan a jugar los psiquiatras penitenciarios,
quienes tienen como labor juzgar el verdadero castigo moral,
el acto de contrición que debe dejarse traslucir en el
comportamiento del preso: “La represión ya no tiene pues como objetivo únicamente los actos pasados, el gesto criminal, sino el alma
misma, embrutecida, destruida”. Palabras directamente
emparentadas con Vigilar y castigar o con los seminarios en el Collège
de France de Foucault en los que describe el paso del castigo
físico al sistema de control y vigilancia de las cárceles modernas,
de la represión del cuerpo a la del alma. De ahí que, como anota
Clémenti, se escrute a los encarcelados, se espíe su
correspondencia, se lean sus rostros en busca de las señales que el
crimen ha dejado, esa mancha de la que jamás habrán de librarse y que
les hace permanecer estigmatizados, carne de institución.
Además, el cineasta recuerda las revueltas en las cárceles que se
produjeron en Francia e Italia por aquella época, y que en España se
produjeron a finales de los años 70’ principios de los 80’.
Y señala que, curiosamente, dichas revueltas fueron más intensas en
la cárcel de Rebibbia, donde el régimen interno era mucho más tolerante,
que en la vetusta Regina Coeli. Visto en la
actualidad, lo que continua resultado sorprendente es que mientras
en la mayor parte de los países europeos la situación en las cárceles ha
ido mejorando de manera progresiva, en Italia las
condiciones se mantienen casi como las describe Clémenti. El índice
de suicidios de presos en Italia resulta inadmisible y, de hecho, Regina
Coeli sigue en pie y repleta de presos que pasan ahí
semanas, meses o años. De ahí que no resulte de extrañar que en esta
misma cárcel se registraran tres suicidios en los tres primeros meses
de este año (Ver noticia aquí).
Lo cual nos da una idea del efecto que
las celdas monacales de tres metros cuadrados siguen ejerciendo
sobre los presos. La deshumanización, la ausencia de dignidad, les resta
las fuerzas para comprenderse a ellos mismos, tal y como
quería Clémenti, como “la vanguardia del combate contra los propietarios del poder”
y les impide responder ante un sistema tan fuertemente represivo. En
contraste, la prisión de Rebibbia
a la que fue trasladado el actor a la espera de la apelación,
trataba de una manera más humana a los presos y les permitía imaginar,
ser conscientes de todo aquello que les faltaba. Lo que dio
pie, como indicábamos, a las revueltas más virulentas. Y Rebibbia
sigue hoy, en cierto modo, a la vanguardia carcelaria con los proyectos
de música, pintura o cine que se realizan por los propios
presos con el tutelaje de artistas socialmente comprometidos.
Pero, como decíamos al principio, los mensajes de Clémenti no son
solo una denuncia de la deshumanización del encierro, sino una muestra
de compromiso vital y político. Y, para quien lo lee, un
ejercicio de memoria nostálgica por un tiempo que, a la vista de la
banalidad y miseria cultural de la actualidad, resulta más vívido y
apasionante. Quedan muy lejos los debates, las revueltas,
el compromiso y las manifestaciones culturales a las que hace
referencia. Pocos entienden hoy su vida como una forma de militancia y
su creatividad como un modo de transformación del mundo. Igual
que el sistema represivo se ha vuelto ambiguo, desconcertante y
omnipresente hasta hacerse invisible, la lucha contra el mismo parece
que carece de sentido y un libro así tiene el mérito de
recordárnoslo. La cárcel es la manifestación radical de un sistema
deshumanizador. Sin embargo, la prisión ya no es simplemente un espacio
en el que se encierra a los seres humanos, sino que la
relación se ha invertido y somos cada uno de nosotros quienes
mantenemos en nuestro interior esa celda.
Reseña de María Santana
Realmente me ha llamado mucho la atención, pues siempre me interesa leer sobre la deshumanización, el sistema represivo y sobre todo la vigilancia y el control. Foucault es otro de esos escritores que nos hablan de la vigilancia y el castigo (muy interesante, por cierto).
ResponderEliminarTu reseña ha conseguido llamarme a leer el libro, así que pues, me haré con el.
Gracias por la reseña y enhorabuena por el discurso, me gustó mucho.
muy buena esta pagina me gusta por su buen contenido
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