Primera edición en inglés en 2007
Publicada en castellano por Debate (2008)
Traducción de Francisco J. Ramos
720 páginas.
Comentario del libro.
Publicada en castellano por Debate (2008)
Traducción de Francisco J. Ramos
720 páginas.
Comentario del libro.
Entre los numerosos iconos que la cultura americana ha bombardeado al resto del mundo nos encontramos con la imagen del agente del servicio secreto y de la organización a la que éste sirve: la CIA. Lejos del aire elegantemente chulesco de un James Bond (un producto netamente inglés, igualmente falseador de la realidad, pero al menos rayante en la sátira gracias a su cinismo e indisimulada exageración), los agentes de la CIA siempre caen mal y aparecen rodeados del siniestro y amenazante aura del poder. Pocas son las excepciones, pues pese a algunos intentos de humanizar y emblandecer el arquetipo (tal es el caso de series como Súper Agente 86) difícil es obviar un hecho incontrovertible: la CIA es la herramienta política y militar clandestina de la mayor potencia, nadie ignora que el hombre de chaqueta y gafas oscuras representa las inabarcables y sangrientas alcantarillas del poder de Estados Unidos.
Así pues, es lógico que la CIA personifique en la ficción un dominio inmenso y despiadado contra el que poco se puede hacer, pues suele ser vinculado a una efectividad sin límites, siempre en relación con la alta tecnología, la perspicacia impecable y la refinada técnica de lucha (desde el uso de armas de fuego de todo tipo hasta las artes marciales del cuerpo a cuerpo). No obstante, otra cosa es la cruda realidad y es que, cómo Tim Weiner se esfuerza por reflejar en Legado de cenizas, la CIA ha demostrado ser un desastre en esos y otros muchos aspectos. En palabras del propio autor: “La CIA de ficción, esa que se ve en las novelas y en las películas, es omnipotente. El mito de su edad de oro fue una invención de la propia CIA, un producto de la publicidad y la propaganda política”. Lo cierto es que si algo nos queda claro después de leer el libro de Weiner es que tras esa imagen idealizada del agente secreto americano parecido un ninja moderno hay algo muy distinto: la inmensa mayoría de agentes que han trabajado en acciones encubiertas de la CIA ni siquiera son americanos, más bien desertores, líderes despechados, disidentes desesperados por tener el control o meros mercenarios codiciosos provenientes de los regímenes que la agencia ha decidido espiar o subvertir. La idea del americano disfrazado e infiltrado en algún país tercermundista, dispuesto a degollar al malo de turno, o quizás perpetrado con micro cámaras y mil artilugios increíbles para hacerse con la información de alguna instalación militar del enemigo tras burlar sofisticados dispositivos de seguridad, no es más que una fantasía que se aleja de la sucia realidad. Mediante múltiples documentos e informes internos recientemente desclasificados, Weiner demuestra que el trabajo de espionaje y de acciones paramilitares que han creado el mito de la CIA como una organización llena de súper americanos está sencillamente basado en la enorme capacidad de gastar dinero en agentes extranjeros casi siempre vinculados al ejército o los medios políticos y religiosos más reaccionarios (y por tanto más proclives a aceptar los puntos de vista yanquis).
Weiner ha perpetrado un libro muy denso, plagado de datos, cifras, nombres, localizaciones, fechas, muchos de los cuales, por no decir la inmensa mayoría, desaparecerán probablemente de la mente del lector de forma casi inmediata. En todo caso, se trata un exceso de datos realmente necesario para demostrar rigurosidad documental. Y aun así, las más de 700 páginas del volumen se quedan cortas para abarcar toda la compleja trama que la CIA ha ido cimentando a lo largo de su historia. La verdad es que muchos de los acontecimientos que se narran piden mucho más desarrollo, pero está claro que Weiner se conforma con apuntarlos como referencias importantes aunque imposibles de ser más detalladas por razones de espacio. De todas formas, parece que la intención de Weiner no es tanto hacer un riguroso balance historiográfico de las acciones de la CIA como describir su desarrollo interno como institución, sus numerosas crisis, su relación con el congreso y los sucesivos gobiernos norteamericanos, sus profundas contradicciones y dilemas ante sus propias normas particulares y las leyes norteamericanas. Quizás por eso pueda resultar algo decepcionante para algunos lectores que busquen en sus páginas grandes revelaciones (como era mi caso). Por ejemplo, Weiner toma una postura muy prudente cuando habla de la posible vinculación de la CIA en el asesinato del presidente John F. Kennedy. Lejos de entrar a diseccionar objetivamente algunas de las teorías conspirativas que han ido surgiendo con los años, el autor opta por describir la versión que ha quedado reflejada en los documentos internos desclasificados de la agencia. Es decir, entre otras cosas se revela que la CIA ocultó al congreso y al comité que investigó el asesinato algunos informes que apuntaban a la hipotética participación de Cuba en el atentado contra el presidente, que a la vez hubiera desvelado con pelos y señales una gran cantidad de planes frustrados para asesinar a Fidel Castro, todo ellos ordenados por el presidente y su hermano Robert (fiscal del Estado en ese momento). Pienso que esta postura, más bien oficialista por mucho que parta de documentos desclasificados, realmente se queda corta teniendo en cuenta las contradicciones y puntos oscuros que rodearon la muerte de J.F.K. (igualmente ocurre para el posterior asesinato de Robert Kennedy y de muchas otras figuras políticas importantes de la época). Aunque Weiner no parece aceptar la versión oficial de la comisión Warren (que Oswald actuó solo y por decisión propia), sí que da pie a la extravagante idea de que un país con tan pocos medios, permanentemente hostigado y vigilado como era en ese momento Cuba (y en ese sentido la cosa no ha cambiado mucho hoy en día), lograra dañar el mismísimo corazón del poder de Estados Unidos y que a la vez esta inmensa potencia no respondiera contundentemente contra la pequeña isla de haber existido la más mínima prueba. Es algo absurdo.
En fin, pese a que Weiner no entra en amplios detalles en cuanto a las consecuencias políticas y sociales del servicio clandestino de la CIA, sí que hace un amplio y ordenado balance de algunas de las más importantes acciones encubiertas. Por lo demás, está claro que la mayoría son de conocimiento público desde hace mucho tiempo dada la trascendencia que han tenido para el desarrollo de la política y la economía del mundo en las seis últimas décadas. Y es evidente que estas acciones son bien conocidas sobretodo allí donde han tenido lugar, ya que han sido sufridas de forma directa. ¿Acaso alguien duda que los iraníes, los chilenos o los vietnamitas, por citar algunos ejemplos, no han sido conscientes de la mano de la agencia tras muchas de las calamidades que les ha tocado vivir? Igualmente multitud de periodistas y comentaristas políticos han denunciado los crímenes de la CIA a lo largo del tiempo, pero quizás hacía falta una historia ordenada y coherente (por muy limitada que sea en muchos aspectos) como la que ha realizado Weiner para contemplar un fresco completo de esos acontecimientos.
Así pues, es lógico que la CIA personifique en la ficción un dominio inmenso y despiadado contra el que poco se puede hacer, pues suele ser vinculado a una efectividad sin límites, siempre en relación con la alta tecnología, la perspicacia impecable y la refinada técnica de lucha (desde el uso de armas de fuego de todo tipo hasta las artes marciales del cuerpo a cuerpo). No obstante, otra cosa es la cruda realidad y es que, cómo Tim Weiner se esfuerza por reflejar en Legado de cenizas, la CIA ha demostrado ser un desastre en esos y otros muchos aspectos. En palabras del propio autor: “La CIA de ficción, esa que se ve en las novelas y en las películas, es omnipotente. El mito de su edad de oro fue una invención de la propia CIA, un producto de la publicidad y la propaganda política”. Lo cierto es que si algo nos queda claro después de leer el libro de Weiner es que tras esa imagen idealizada del agente secreto americano parecido un ninja moderno hay algo muy distinto: la inmensa mayoría de agentes que han trabajado en acciones encubiertas de la CIA ni siquiera son americanos, más bien desertores, líderes despechados, disidentes desesperados por tener el control o meros mercenarios codiciosos provenientes de los regímenes que la agencia ha decidido espiar o subvertir. La idea del americano disfrazado e infiltrado en algún país tercermundista, dispuesto a degollar al malo de turno, o quizás perpetrado con micro cámaras y mil artilugios increíbles para hacerse con la información de alguna instalación militar del enemigo tras burlar sofisticados dispositivos de seguridad, no es más que una fantasía que se aleja de la sucia realidad. Mediante múltiples documentos e informes internos recientemente desclasificados, Weiner demuestra que el trabajo de espionaje y de acciones paramilitares que han creado el mito de la CIA como una organización llena de súper americanos está sencillamente basado en la enorme capacidad de gastar dinero en agentes extranjeros casi siempre vinculados al ejército o los medios políticos y religiosos más reaccionarios (y por tanto más proclives a aceptar los puntos de vista yanquis).
Weiner ha perpetrado un libro muy denso, plagado de datos, cifras, nombres, localizaciones, fechas, muchos de los cuales, por no decir la inmensa mayoría, desaparecerán probablemente de la mente del lector de forma casi inmediata. En todo caso, se trata un exceso de datos realmente necesario para demostrar rigurosidad documental. Y aun así, las más de 700 páginas del volumen se quedan cortas para abarcar toda la compleja trama que la CIA ha ido cimentando a lo largo de su historia. La verdad es que muchos de los acontecimientos que se narran piden mucho más desarrollo, pero está claro que Weiner se conforma con apuntarlos como referencias importantes aunque imposibles de ser más detalladas por razones de espacio. De todas formas, parece que la intención de Weiner no es tanto hacer un riguroso balance historiográfico de las acciones de la CIA como describir su desarrollo interno como institución, sus numerosas crisis, su relación con el congreso y los sucesivos gobiernos norteamericanos, sus profundas contradicciones y dilemas ante sus propias normas particulares y las leyes norteamericanas. Quizás por eso pueda resultar algo decepcionante para algunos lectores que busquen en sus páginas grandes revelaciones (como era mi caso). Por ejemplo, Weiner toma una postura muy prudente cuando habla de la posible vinculación de la CIA en el asesinato del presidente John F. Kennedy. Lejos de entrar a diseccionar objetivamente algunas de las teorías conspirativas que han ido surgiendo con los años, el autor opta por describir la versión que ha quedado reflejada en los documentos internos desclasificados de la agencia. Es decir, entre otras cosas se revela que la CIA ocultó al congreso y al comité que investigó el asesinato algunos informes que apuntaban a la hipotética participación de Cuba en el atentado contra el presidente, que a la vez hubiera desvelado con pelos y señales una gran cantidad de planes frustrados para asesinar a Fidel Castro, todo ellos ordenados por el presidente y su hermano Robert (fiscal del Estado en ese momento). Pienso que esta postura, más bien oficialista por mucho que parta de documentos desclasificados, realmente se queda corta teniendo en cuenta las contradicciones y puntos oscuros que rodearon la muerte de J.F.K. (igualmente ocurre para el posterior asesinato de Robert Kennedy y de muchas otras figuras políticas importantes de la época). Aunque Weiner no parece aceptar la versión oficial de la comisión Warren (que Oswald actuó solo y por decisión propia), sí que da pie a la extravagante idea de que un país con tan pocos medios, permanentemente hostigado y vigilado como era en ese momento Cuba (y en ese sentido la cosa no ha cambiado mucho hoy en día), lograra dañar el mismísimo corazón del poder de Estados Unidos y que a la vez esta inmensa potencia no respondiera contundentemente contra la pequeña isla de haber existido la más mínima prueba. Es algo absurdo.
En fin, pese a que Weiner no entra en amplios detalles en cuanto a las consecuencias políticas y sociales del servicio clandestino de la CIA, sí que hace un amplio y ordenado balance de algunas de las más importantes acciones encubiertas. Por lo demás, está claro que la mayoría son de conocimiento público desde hace mucho tiempo dada la trascendencia que han tenido para el desarrollo de la política y la economía del mundo en las seis últimas décadas. Y es evidente que estas acciones son bien conocidas sobretodo allí donde han tenido lugar, ya que han sido sufridas de forma directa. ¿Acaso alguien duda que los iraníes, los chilenos o los vietnamitas, por citar algunos ejemplos, no han sido conscientes de la mano de la agencia tras muchas de las calamidades que les ha tocado vivir? Igualmente multitud de periodistas y comentaristas políticos han denunciado los crímenes de la CIA a lo largo del tiempo, pero quizás hacía falta una historia ordenada y coherente (por muy limitada que sea en muchos aspectos) como la que ha realizado Weiner para contemplar un fresco completo de esos acontecimientos.
El autor deja claro desde un comienzo su personal punto de vista, declarándose muy crítico respecto a la paulatina función paramilitar de la CIA desde su fundación al final de la Segunda Guerra Mundial. La CIA fue cada vez más usada como herramienta directa de intromisión y subversión en otros países, así como en el propio interior de los Estados Unidos (esto último explícitamente prohibido por las propias reglas internas de la agencia), por motivos y con métodos cada vez más dudosos, algo que solo fue posible abandonando o descuidando su ocupación original de mantener informado al gobierno norteamericano de los acontecimientos internacionales y muy especialmente de avisar de cualquier amenaza directa a la seguridad nacional proveniente del exterior. Es el caso de su implicación en la sofocación de los movimientos revolucionarios en el mediterráneo europeo ya durante la inmediata posguerra y que puede considerarse como el inicio de la guerra fría. Primero en Grecia en 1947, cuando aún la CIA no estaba formalizada legalmente (es decir, sin conocimiento oficial por parte del congreso), coordinando el envío de dinero, bombas, armamento e incluso soldados para colaborar con los fascistas que intentaban auparse sangrientamente al poder. Y después en Italia, con una inmensa inyección de dinero para permitir el auge inesperado de la extrema derecha (encarnada en el Vaticano y su brazo político: Acción católica) y de la nefasta Democracia Cristiana, organismos siempre tan proclives a ser aliados de los intereses americanos desde ese momento hasta la actualidad.
A partir de ahí presenciamos un desfile de brutales derrocamientos de gobiernos elegidos democráticamente o producto de alguna revolución popular, apoyos militares y económicos a dictadores de la peor calaña (si es que existen de la mejor), escuadrones de la muerte, atentados con bomba, secuestros, desapariciones masivas y asesinatos selectivos, compra de líderes políticos o sindicales, manipulación de medios de información, creación de plataformas culturales o religiosas, revistas, programas de televisión y de radio de marcado carácter tendencioso pro-yanqui, alianzas con organizaciones mafiosas y traficantes de armas o drogas (ver aquí un ejemplo) y un largo etcétera de delitos, corrupciones y atrocidades de todo tipo, siempre en el nombre de la santa democracia y el libre mercado. Francia, Alemania, Irán, Turquía, Egipto, Afganistán, Laos, Corea, Vietnam, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Chile, Argentina, Panamá, Sudáfrica, el Congo, Checoslovaquia, Hungría, Polonía, por supuesto Rusia… la lista es tan larga que en realidad podríamos decir que abarca prácticamente todo el mundo, cualquier sitio ha sido objetivo de la CIA si ha existido la más mínima sospecha de que los intereses de Estados Unidos podían correr peligro. Y a estas alturas sabemos que España también entró en esa lista, aunque en el libro no se haga mención alguna, pero sí se habla largo y tendido de la estrecha relación del Plan Marshall con el funcionamiento de la agencia, hasta tal punto que podemos afirmar que nuestro país se convirtió (y sigue siendo gracias a las bases que los Estados Unidos posee desde los años 50 en España) en una plataforma de operaciones importante para la CIA dada nuestra posición geoestratégica.
Dejando a un lado la patente inmoralidad o criminalidad, todas las operaciones encubiertas de la agencia fueron llevadas a cabo de una manera que muchas veces podríamos calificar como chapucera. Son numerosos, por no decir innumerables, los errores tácticos de todo tipo que la CIA ha cometido a lo largo de su historia, aunque de forma sistemática estos fallos fueron enmascarados para las comisiones del congreso norteamericano que cada cierto tiempo han ido evaluando la eficacia de la agencia. Weiner demuestra con documentos los muchísimos casos en que la información recabada por la CIA (por ejemplo localizando bases enemigas o identificando sospechosos) ha sido errónea, con resultados catastróficos para la población civil, el desarrollo de las operaciones y la seguridad de los propios agentes implicados. Una constante del libro es la descripción de las mentiras (muchas veces vendidas con toda consciencia por estafadores o por espías integrantes de los servicios secretos enemigos) que circulaban como información genuina, mentiras que han sido la base para operaciones fallidas que han durado meses o incluso años.
Como decíamos antes, Weiner deja clara su posición claramente contraria respecto al carácter paramilitar de la CIA, son numerosos los pasajes en los que muestra su añoranza por un servicio secreto eficiente y que se restringa a un espionaje “legítimo” propio de cualquier gran potencia. También es patente su irritación frente al actual proceso de privatización de buena parte de la CIA (un hecho que sin embargo no lleva a sus últimas consecuencias, aunque le honra que al menos lo considere como algo significativo de la política neoliberal). Pero pienso que frente a este enfoque más o menos progresista (dentro de lo que cabe) del autor hay que hacer una crítica (entre las varias que seguro pueden hacerse a su libro). Me centraré en la imagen que el autor llega a construir de la CIA como una institución prácticamente autónoma a los poderes democráticos norteamericanos. La percepción que recibimos de la CIA tras leer su libro es la de una fuerza permanentemente celosa de ocultar sus errores a la vez ansiosa de acaparar más potestad e influencia sobre la política exterior del gobierno. El autor obvia de esa manera, casi desvinculando la agencia de los demás organismos de la política americana, que la CIA es un producto irremediable e imprescindible de la actitud imperialista de Estados Unidos. Una vez muerta la Guerra Fría (al menos en su forma más definida por dos grandes bloques enfrentados) la CIA ha seguido con su imparable labor, que no es otra que cumplir el encargo de las corporaciones e instituciones norteamericanas de extender a toda costa el dominio del capitalismo como única posible opción económica. Por otro lado, es muy molesto comprobar como el autor prácticamente disculpa mediante el mal funcionamiento de la CIA algunas de las más nefastas consecuencias de la política exterior estadounidense (por ejemplo, la Guerra de Vietnam y la invasión de Irak o Afganistán tras el 11 S), como si los fallos o mentiras de la CIA hubieran condicionado las peores decisiones gubernamentales. La realidad, que cada vez está quedando más clara a la luz de los acontecimientos, es que los sucesivos gobiernos americanos han usado la agencia como excusa para llevar a cabo todo tipo de desmanes, presionando a esta organización a elaborar informes exagerados o simplemente ficticios sobre todo aquello que le interesaba. Un ejemplo sangrante lo tenemos en la búsqueda de armas de destrucción masivas en Irak tras los atentados del 11 S. ¿Quién puede creerse que Bush decidió bombardear e invadir este país porque se dejó engañar por los informes absolutamente falsos administrados por la agencia? La CIA, en ese caso, no actuó más que como una pantalla de los deseos de un gobierno dispuesto a todo con tal de hacerse con el control de esa zona, siempre con la excusa de la guerra al terrorismo. Solo cuando este objetivo comenzó a mostrarse más difícil de lo que en un comienzo se preveía pasó el presidente Bush a responsabilizar a la CIA de los desastrosos resultados de esa campaña bélica. Pero los papeles de la CIA fueron claramente su falsa coartada.
En suma, pienso que Legado de cenizas es de lectura obligatoria para conocer muchos de los entresijos de una de las mayores organizaciones criminales de la historia. Pero creo que es erróneo aceptar la versión del autor de que esta institución ha ido captando poder y autonomía, a la vez que ha ido degenerando desde unos comienzos más o menos honrados. No podría haber sido de otra manera si quería servir fielmente a los intereses de las corporaciones y organizaciones que forman el núcleo del poder económico y político de Estados Unidos. Solo mediante la violencia y la conspiración es posible truncar la voluntad de aquellos pueblos que han decidido plantar cara al Leviatán que representa el capitalismo. Muchas veces invoca el autor el desconocimiento del “pueblo americano” sobre las acciones de la CIA, pero difícil es creer que la gente común no sabe lo que su gobierno hace en su nombre, y si es así será por su propia voluntad, prefiriendo vivir en la inopia y aprovechándose de las pocas migajas que les llega del dominio sistemático sobre otras naciones. Sin embargo en épocas más proclives a la consciencia política y social, como fueron los años 60 y 70, hubo en Estados Unidos una amplia resistencia civil a los desmanes de la agencia (así como de otras organizaciones como el FBI o el Pentágono). No obstante, más increíble aún resulta que el congreso norteamericano desconociera las actividades de la CIA, como si el congreso fuera un organismo inocente y neutral y no estuviera integrado precisamente por muchos de los más directamente beneficiados de las acciones dela CIA. Es una evidente falsedad, una más en la necesaria hipocresía que alimentan las democracias occidentales (pues es ésta una cuestión que no solo atañe a Estados Unidos) en su relación con el tercer mundo. Es querer ignorar hasta qué punto la terrible situación mundial que vivimos en este momento es producto de la permanente intromisión de la CIA apoyando descaradamente las facciones más totalitarias y reaccionarias (muchas de las cuales han terminado por volverse incluso en contra de quienes les auparon y apoyaron) del mundo y machacando cualquier intento de alcanzar un mínimo de igualdad y justicia social. Es difícil saber que hubiera sido del mundo sin la intervención de fuerzas como la CIA. Seguramente no hubiera sido de color de rosa, pero lo que debemos tener claro, y el libro de Weiner es una gran ayuda para ello, es que la inmensa mayoría de los graves y terribles problemas a escala mundial que actualmente nos agobian son efecto directo de sus acciones criminales.
Reseña de Antonio Ramírez.
He querido conseguir el libro pero en verdad me ha sido muy dificil. Sabeis donde puedo conseguirlo.
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