lunes, 20 de enero de 2014

EL HOSPITAL DE LA TRANSFIGURACIÓN - Stanislaw Lem


Edición original en polaco en 1955.
Publicado en castellano por Impedimenta en 2008.
Traducción de Joanna Bardzinska
330 páginas.

 Sinopsis.

Los nazis acaban de invadir Polonia y el joven médico Stefan Trzyniecki entra a formar parte de la plantilla de un sanatorio para enfermos mentales. Poco a poco la situación que afronta el país comenzará a sentirse dentro de los muros de la institución.

Comentario del libro.

Tras leer esta novela me he puesto a cavilar que hubiera sido de la carrera literaria de Lem si no se hubiera centrado en la ciencia ficción. Evidentemente, el hecho que se dedicara al género no es algo que me disguste, ni mucho menos, como aficionado me alegro inmensamente de que una mente portentosa como la suya haya parido libros imprescindibles como Solaris o La voz de su amo, por citar solo dos. Sin embargo, es interesante preguntarse qué libros de carácter realista hubiera escrito con toda esa agudeza, esa impresionante capacidad de especulación, ese gusto por ahondar en los problemas filosóficos que tan magistralmente aplicó en la ciencia ficción. No obstante, pese a escribir sobre naves espaciales, mundos extraterrestres, robots y toda la parafernalia que queramos del género, opino que en realidad nunca dejó de escribir sobre esa parte de la existencia real, a veces olvidada o quizás oculta por los mecanismos de lo cotidiano, donde lo prosaico y lo doméstico pierden pie, como pueden ser el ansia de absoluto o el de la incapacidad humana frente a lo desconocido, o quizás, como ocurre en esta novela, allí donde la ética más básica es substituida por el abismo nihilista. Así pues, con todas sus licencias, el género le sirvió como un vehículo metafórico perfecto para estas preocupaciones filosóficas y quizás es por ello que su ciencia ficción tiene en el fondo tan poco de científico, porque sus personajes siempre suelen enfrentarse a situaciones donde la tecnología y el razonamiento científico tienen poco que aportar, quedándose siempre a expensas de la intuición, la especulación o el mero azar.

El hospital de la transfiguración fue precisamente la causa de que Lem se alejara de la novela realista para caer en los brazos de la ciencia ficción. A causa de la fulminante censura que cayó sobre el libro, considerado decadente y contrarrevolucionario, el autor fue expulsado de la Asociación de Literatos de Polonia (curiosamente treinta años después también sería expulsado de la Asociación Americana de Escritores de Ciencia-Ficción, también por ejercer la libertad de expresión al criticar el estado tan mercantilizado del genero en ese momento). Tras mil avatares la novela fue publicada, pero ocho años después de su terminación. Mientras, Lem se encontró en una situación desesperada, sin la carrera de medicina concluida, sin ser reconocido por el régimen comunista como un escritor decente, decide aceptar la invitación de la editorial Czytelnik para escribir libros de ciencia ficción, con ello encontraba al menos una forma de ganarse la vida. Por cierto, hay que señalar que existen dos libros más que continúan la historia narrada en El hospital de la transfiguración, al parecer reconduciendo la trama hacia la linea oficial del “partido”, pero ambos fueron repudiados por el autor (nunca han sido reeditados) al considerar que los escribió coaccionado.

Leyendo la contraportada que le ha puesto la Editorial Impedimenta, uno puede pensar que está ante una novela muy dinámica, algo así como una especie de thriller bélico, pero nada más lejos de la realidad. Ya desde la primerísima página el carácter de Stefan Trzyniecki, su protagonista, nos avisa de por dónde va la cosa: extravío, melancolía, confusión, indecisión, son sentimientos que de alguna manera envuelven al resto de personajes y la propia historia que vamos a leer. Hay como un cierto halo onírico o enrarecido en todo lo que le ocurre a Trzyniecki, el cual pienso que puede calificarse adecuadamente como kafkiano. Algo que es amplificado por el propio contexto en que transcurre la novela: una Polonia recién invadida por los nazis donde se suceden los rumores de desapariciones, de campos de concentración, de poblaciones enteras eliminadas: la nación polaca se enfrenta la evaporación de su existencia como tal. Stefan Trzyniecki, filósofo de corazón, pero médico de profesión, entra (por puro azar, pues no está especializado en psiquiatría) como empleado en un sanatorio mental situado a las afueras de la pequeña ciudad de donde procede su familia. Como una especie de isla en mitad de un mar caótico, la vida en el manicomio se rige por unas reglas precisas. A duras penas, pacientes y sanadores consiguen cumplir con su rol mientras el orden de las cosas se va diluyendo a su alrededor.


La historia es vista a través de Trzyniecki, pero este resulta casi un mero espectador de hechos con los que mantiene una relación más bien indirecta, por no decir totalmente inconexa (aunque también es verdad que eso va cambiando a medida que transcurre la trama, puesto que a lo largo de ella asistimos a una sutil evolución en su sensibilidad). La escena inicial del libro, con el joven médico asistiendo al funeral de un familiar, es un buen ejemplo. Con una actitud tan cáustica como acongojada respecto a la presencia de tíos, primos, abuelos, Lem aprovecha la ocasión para desplegar un despiadado sentido del humor a través de los ojos de su personaje. Su descripción de la pequeña burguesía rural previa al régimen comunista es realmente divertida, examinando desde la abuela ultra católica hasta el tío librepensador y fanático de la literatura francesa.

Ciertamente, Trzyniecki evoluciona a través de la novela, muy especialmente en lo que respecta a su visión de los enfermos del sanatorio. Desde el auténtico pavor por el estado de los catatónicos o la turbación ante la abierta obscenidad de algunas de las mujeres recluidas, su actitud va transformándose hasta llegar, por ejemplo, a la admiración por el talento escultórico o la capacidad matemática que encuentra entre algunos de los pacientes autistas o la sutil y quebradiza belleza de una muchacha maniaco-compulsiva que siempre se está mirando en los espejos. Pero, sin duda, lo que realmente marca el devenir del personaje es su relación con Sekulowski, un eminente poeta que está recuperándose de la adicción a las drogas y otros abusos. Entre el protagonista y el poeta se establece una relación intelectual que se traduce en tortuosas conversaciones. Lem aprovecha así para poner en boca de Sekulowski (pues más que conversaciones se trata de monólogos) largas peroratas sobre la literatura, la filosofía, la religión, la política y mil cosas más que, entre otras cosas, desvelan el carácter soberbio del personaje, el cual se cree un genio. En el fondo, todos estos párrafos sirven a Lem para lanzar verdaderas arremetidas contra la crítica literaria de su época, la casta de los escritores, algunos hechos de la historia de Polonia, etc., etc.

En fin, son muchas más las cosas que podrían reseñarse de esta novela, como la descripción de los colegas de Trzyniecki: desde el afamado y digno decano que se aloja en el sanatorio tras haber sido expulsado por los nazis de su cátedra en Varsovia, pasando por el psiquiatra empeñado en demostrar una teoría absurda (pero francamente ingeniosa) que él ha llamado “nostalgia por la locura”, hasta llegar a la bella pero fría Nosilewska. También podríamos hablar sobre la escena de la estación eléctrica, magnifica en su tensión y misterio. Pero sin duda, lo que da un sentido dramático y moral a esta novela es su último y terrible capítulo, del cual tampoco hablaré demasiado por no chafar una tensión que opino es crucial para apreciar del todo el valor de este libro. 

Así pues, solo queda por decir que recomiendo sin reservas El hospital de la transfiguración, no solo a los seguidores de Lem, sino a cualquiera con ganas de buena literatura.

Y para acabar quisiera señalar una anécdota respecto a Impedimenta. Mi ejemplar de este libro estaba defectuoso (le faltaban algo así como 20 páginas en la mitad), aunque no lo supe hasta meses después de haberlo comprado. Ante la imposibilidad de descambiarlo en la librería por falta del ticket me puse en contacto con la editorial y en pocos días me envió sin coste alguno un nuevo ejemplar. Así que aprovecho esta reseña para agradecer a Impedimenta su rápida atención y de paso felicitarla por las magníficas ediciones que hace. En la repisa de un servidor se acumulan otras lecturas relacionadas con esta editorial, sin duda irán cayendo poco a poco. 

Reseña de Antonio Ramírez

miércoles, 8 de enero de 2014

UN FUEGO SOBRE EL ABISMO - Vernor Vinge

Edición original en inglés en 1992.
Publicado en castellano por La Factoría de Ideas en 2013. (Hay una edición anterior por Ediciones B en 1995).
Traducción de Ainara Echániz Olaizola
448 páginas.

Sinopsis.

Tras ser despertada por error por una colonia humana situada en el espacio profundo, un antigua entidad de terribles poderes pone en peligro cualquier cualquier tipo de civilización en la galaxia.

Comentario del libro.  

Para que dar muchos rodeos: Un fuego sobre el abismo me ha parecido una lectura excepcional y absolutamente recomendable. Aparte de las buenas ideas, de los planteamientos originales, de los personajes bien construidos, Vinge logra dotar a la novela de un hálito de aventura que no debe ser muy diferente del que Verne, Wells y otros grandes pioneros del género lograron transmitir a sus contemporáneos. A esto también se une una sofisticación innegable y el evidente interés por ensanchar los límites de la ciencia-ficción con ideas audaces y a estas alturas inimaginables para los autores clásicos que antes hemos citado. No obstante, tampoco podemos olvidar que Un fuego sobre el abismo fue publicada hace ya más de 20 años, con lo que es muy posible que algunos de sus planteamientos también puedan resultar algo trasnochados (por ejemplo con su concepción tan simplona de las “redes sociales” informáticas) en comparación con algunas de las piruetas conceptuales que en el género se manejan hoy en día. No obstante, lejos de ser un inconveniente, esta paradoja entre audacia y anacronismo aporta el regustillo añejo que sentimos ante los verdaderos clásicos a los que perdonamos cualquier tipo de ingenuidad si a cambio logran darnos una buena dosis de magia literaria.

Como sabrán los lectores que siguen nuestro blog, hace poco reseñamos Mundos en el abismo, otro clásico moderno del género (al menos para lo que respecta a la literatura en castellano), obra de Juan Miguel Aguilera y Redal (ver reseña aquí). No he podido evitar entrar en comparaciones y creo que las similitudes van más allá del título, aunque en este caso no hablo tanto de la propia historia como de la estrategia literaria que esconden. Ambos libros son space operas que han sido consideradas hasta cierto punto como “duras”, muy valoradas por sus planteamientos ambiciosos; los dos recrean civilizaciones extraterrestres, idean complejas formas de transporte espacial y otras muchas cuestiones tecnológicas, pero sobretodo proponen escenarios cósmicos que superan la escala humana en tal grado que solo podemos asombrarnos ante la perspectiva, y todo ello de una forma lo suficientemente verosímil y detallada como para resultar incluso plausible… aunque sin serlo en absoluto. Es decir, al igual que Aguilera y Redal, Vinge utiliza su formación científica (es matemático e ingeniero informático) para dar una paradójica patada en las narices a las verdades objetivas y comprobables de la ciencia. Afortunadamente, las nociones de la ciencia pueden ser un trampolín a la libertad especulativa y si hace falta a la imaginación desatada, un ejemplo claro de esto es la proposición sobre la que se sustenta toda la novela que estamos reseñando: la Vía láctea se halla dividida en zonas concéntricas de diferente potencial mental y tecnológico. Comenzando por las Profundidades sin pensamiento (el núcleo de la galaxia, un lugar donde es difícil incluso el desarrollo de cualquier atisbo de inteligencia), pasando por la Zona lenta (donde se encuentra la Tierra, con un progreso muy limitado) y las zonas más exteriores: el Allá (donde, por ejemplo, es posible viajar a velocidades muy superiores a la de luz) y el Trascenso (allí donde se ubican los Poderes, las entidades que han trascendido a tal nivel de desarrollo científico y cognitivo que desde las perspectivas inferiores del Allá o la Zona lenta solo pueden confundirse con lo sobrenatural o incluso lo divino). Vinge suelta todo esto por las buenas, sin fundamentarlo en lo más mínimo (¿quizás para dejar la explicación en otros libros?), pero lo hace con tal audacia y talento que el lector, tras unas confusas páginas iniciales, termina por aceptarlo sin demasiados problemas. El autor recurre así a una de las vías del género que más resultados ha dado: desarrollar una trama partiendo de una falsa premisa que cuestiona o amplía los datos objetivos que actualmente conocemos del mundo físico. Poco importa que sea una absoluta locura desde el punto de vista de la lógica científica si el resultado es tan fascinante como las ideas que maneja Vinge.


Al comparar Un fuego sobre el abismo con Mundos en el abismo he señalado algunas de sus similitudes, evidentemente también son dos libros con muchas diferencias. Por ejemplo, allí donde Aguilera y Redal usan sus personajes casi como meros vehículos o excusas para asombrar al lector con un muestrario de maravillas cósmicas y tecnológicas, Vinge trabaja sus protagonistas con un considerable grado de profundidad. Quizás por esto la densidad de sorpresas, artilugios y portentos espaciales es muy inferior en Un fuego sobre el abismo. El autor se toma su tiempo en desarrollar ampliamente el carácter y las motivaciones de sus personajes (a veces repercutiendo bastante en la velocidad en que se va desarrollando la trama), logrando a cambio una posibilidad de empatía que ni de lejos consiguen Aguilera y Redal con los suyos. Todo el contexto queda finalmente relegado a un segundo plano, siempre subordinado a unos sufridos personajes que por derecho propio se ganan todo el protagonismo. El afán de conocimiento o aventura, la amistad, la nostalgia, el amor, la traición, la venganza… el autor logra un escenario y un drama que resulta tan universales y netamente humanos que sentimos y sufrimos por los personajes y sus destinos, da igual que eso ocurra a más de 50.000 años en el futuro y a distancias galácticas.

Sin embargo, no quiero que el lector de esta reseña se haga una idea equivocada, pues no deja de ser cierto que estamos ante una novela de ciencia ficción, una space opera en toda regla, por tanto es justo recalcar algunos detalles que podríamos definir como propiamente del género. Sería absurdo hacer un repaso de todos, pues los hay en grandes cantidades, así pues me centraré en dos: la civilización de los “pinchos” y el personaje de Pham Nuwen. En el caso de los “pinchos”, tal y como les denominan los personajes humanos de la novela, son unos seres múltiples parecidos a perros con cuello extensible y rostros muy expresivos. Piensan y actúan colectivamente en manadas que pueden variar en el número de miembros (además de poder combinar individuos de diferente sexo). Cada pieza del ser colectivo se complementa y aporta al conjunto, algunos son habladores, otros aportan astucia, algunos pueden ser guerreros, otros artesanos, etc. Está claro que dicho así puede resultar algo estrambótico, pero lo cierto es que Vinge logra describir convincentemente a estos seres y su civilización. Son seres muy inteligentes y en algunos casos pueden superar a los humanos en su capacidad de aprendizaje, pero aun están inmersos en una etapa de desarrollo cultural que podríamos comparar con la Edad Media terrestre. Esto sirve para que el autor explote una de las ideas que se manejan más a fondo en el libro: como algunas civilizaciones pueden ser aupadas en su desarrollo científico gracias a la intervención de otras más avanzadas. En el caso de los pinchos este “ascenso” es fulminante al entrar en contacto con una nave humana que por accidente cae en su planeta.

Y en segundo lugar tenemos a Pham Nuwen, que para mí lo mejor de todo el libro. Es éste un personaje que por alguna razón he imaginado con rasgos que podría haber dibujado Enki Bilal en alguno de sus comics. Un humano (muy evolucionado y diferente a nuestra apariencia) de miles de años de edad que ha sido reconstruido a partir de varios cadáveres congelados en una nave que iba a la deriva, la cual era procedente de la Zona Lenta. El responsable de esta reconstrucción es Antiguo, un Poder del Trascenso que usa a Pham Nuwen como mensajero y que por razones que no vamos a desvelar (para no cargarnos la emoción del libro) transfiere parte de sus inmensas capacidades a su limitado cerebro. Pham es un ser atormentado, con una memoria de su vida que no sabe si es artificial o genuina, pero en todo caso sabe que dentro de sí está la clave para un conflicto que se pierde en el tiempo y el espacio.

En fin, no se me ocurre que más decir sin destripar el libro. Solo repetir, una vez más, que es un libro estupendo y que, estoy seguro, hará las delicias de muchos lectores ansiosos de buena ciencia ficción.

Reseña de Antonio Ramírez