Aunque la tendencia genérica de una buena parte de los lectores está
asociada a la idea de entretenimiento, de buscar enminentemente en la
lectura un pasarratos que nos mantenga en una especie de paréntesis que
nos haga momentaneamente olvidar las cargas y penurias de la vida
cotidiana, el placer que se obtiene de gastar córneas y meninges puede
ir bastante más lejos que lo meramente sedativo. El arte entendido como
ocio en estos términos es una merma considerable tanto de sus posibles
funciones como limitación del alcance a que éste puede llegar. La
fantasía en su trayecto comercial ha acabado practicamente por ser un
género domesticado que se asocia o a la niñez o a la adolescencia. Una
suerte de reducto en donde conformarse en la evasión a la manera de
parche que evite mirar directamente lo real, estableciendo con ello una
frontera algo soez y simplista entre lo real y lo imaginario. La
aventura pasa a ser un camino que no deja huella, en donde cada paso se
diluye en el siguiente y de resultados vacuos, un artificio a la manera
de pirotecnia de fin de fiesta acentuándose en un juego de fuegos
artificiales potenciando esto último en detrimento de lo primero. Lo
fantástico es también un modo de quemar lo real en otra cosa, convertir
en cenizas parte de los presupuestos previos, un ejercicio de crítica
que permite ver lo vacuo como denso y lo denso como vacuo. Especular es
tanto reflejar como diseccionar, descubrir en la totalidad bruta
elementos que nos pasan desapercibidos por lo común, y con ello ser
capaz de ver mecanismos aparentemente sólidos como lo que son: puro
humo.
El tan cacareado "sentido de la maravilla" puede ser
meramente un espectáculo entendido como puro ocio evanescente o bien un
instrumento de no conformidad con lo que se consensúa como real. Esta
función inquisitiva, o si se quiere hilar más fino, este órgano auditor
no debe ser ignorado si lo que se busca es un enriquecimiento real.
Las
aventuras del Capitán Torrezno derrocha "sentido de la maravilla" por
sus cuatro costados. A pesar de que podemos hacer inventario de sus
débitos, parentescos e influencias, con todo es una obra de una solidez
casi inaudita. Capaz de aunar los más diversos elementos, muchos de
ellos en apariencia contradictorios, en una obra firmemente cohesionada,
en donde por separado todo funciona perfectamente engranado pero que en
su gestalt engrandece el conjunto de manera magistral. Capaz de
maravillarte desde esa parte de la niñez que el aficionado carga y al
mismo tiempo encandilar al adulto calloso que ha crecido con los años.
Una fantasía que lejos de solazarse en la negación de lo real convierte
la sátira, la crítica, en un aspecto lúdico pero inquisitivo.
Como
un torbellino brillante en su devenir, lo grotesco se da la mano de lo
sublime, el sarcasmo de bar pasa a ser filosofía de calado, lo chusco
aparece como elegante, y nada, repito, nada es discordante. Amalgama la
tradición al más puro estilo Berlanga con la elegante mala leche de un
Gulliver, Cerebus con Superlópez, lo épico con lo más cutre de lo
mundano. No importa cuantos parecidos encuentres, que son muchísimos,
desde la surrealista aparición de Dark Vather o Daredevil, la elegancia
de Moebius con el llavero más casposo de la Virgen de Regla, la revista
El Jueves y el Tardi más inspirado. Así un funcionario del ministerio
más gris puede hacer de Yahvé, la Síndone un viejo DNI perdido o un
billete de cien pesetas la más seria reliquia del Imperio.
Torrezno
es un antihéroe de esos que uno ve de continuo en cualquier bar de
barrio, un borrachín metido con calzador en una vorágine épica que por
azar y desde el mayor de los desconocimientos sostiene una aventura
grandilocuente y ambiciosa sin abandonar nunca lo cañí más prosaico y es
capaz, a la vez, de alcanzar alturas y profundidad, epicidad y
filosofía. Todo un universo complejo y vivo que cabe en el sótano
aledaño al Bar Denver, en el que una bombilla, un viejo sofá o el más
triste de los bonsáis pasa a ser escenario de una Guerra Santa sin que
el conjunto peque de la menor falta de coherencia. En el que el Génesis
te calza una sonrisa en la cara al mismo tiempo que te emociona.
La
serie va progresivamente a más en todos los aspectos, el dibujo y la
composición narrativa se hacen paulatinamente más complejos, la feroz
crítica teológica con el chiste chusco y facilón conviven sin que el
lector note la más mínima discordancia. Y todo ello con una engañosa
facilidad que asombra. No son pocas las veces que alzas la mirada de las
viñetas para preguntarte cómo es posible tal batiburrillo sin que la
extrañeza se haga decepción, que de estos elementos tan distantes, tan
contradictorios, surga un sentido de la maravilla tan profundamente
satisfactorio.
Textos largos, diálogos brillantes, personajes
maravillosamente perfilados con poquísimos elementos y que no quedan
pobres, líneas argumentales solapadas con maestría, una ambientación
espectacular, con edificios y ciudades detalladas hasta la obsesión,
viñetas con perspectivas sublimes, en fin, todo un universo fantástico
recreado con un mimo que apabulla, que por momentos recuerda a la mejor
tradición del fantástico y al mismo tiempo no ha dejado de moverse un
milímetro de lo más prosaico, de lo pequeño, lo mundano.
Creo que
sin rubor puedo decir que es lo mejor que he leído en años, de esas
lecturas que te apetece comentar extensamente a posteriori.
Reseña de Jose Luis Martinez
No hay comentarios:
Publicar un comentario