Si miramos por encima los titulares de las noticias, el panorama es desolador: el genocidio en Gaza, los asesinatos machistas, las olas de calor interminables, los incendios forestales, Trump, la corrupción política, la izquierda parlamentaria desnortada y los microplásticos que han llegado a los ovarios. El presente se ha vuelto irrespirable y solo empuja a estrategias de evasión o supervivencia. Aumentando la pesadumbre, nuestra memoria personal y política elude mirar a los movimientos contestatarios pasados como la antiglobalización o el 15 M. Ante ellos, la sensación de fracaso y traición se extiende como una capa de vergüenza que nos tapa la boca y nos paraliza. Desde la intelectualidad más o menos militante, los diagnósticos son variados: realismo capitalista, malestar, control libidinal, domesticación laboral,... Por eso, quizás sea necesario plantear otra estrategia y Anti-Matrix de Alèssi Dell’Umbria es un ejemplo perfecto.
Al comienzo de este ensayo, Dell’Umbria nos explica que el libro está redactado al modo de un laberinto iniciático, aunque se conoce perfectamente lo que nos espera al final del camino. El capitalismo, como un gran Moloch a quien nadie osa mirar a los ojos, se ha convertido en algo impensable y excedente. De modo que, frente al totalitarismo que mediatiza nuestras vidas, la estrategia de Dell’Umbria es la de acercarse con sucesivos tanteos. A pesar de esto, su estilo fragmentario no carece de planificación, ni de hilo conductor, sino que facilita un despliegue en ocasiones directo, sagaz, reposado, irónico e, incluso, poético. Como si se trataran de escaramuzas realizadas desde los márgenes, precisamente, cuando estos espacios no colonizados se han vuelto exiguos.
Dell’Umbria formó parte de Os Caganceiros en los años 80’, un colectivo de lucha anticapitalista que practicaba el sabotaje y que se hizo famoso por su apoyo a los motines de 1985 en las cárceles francesas. Sus textos posteriores, como ¿chusma? o R.I.P. Jacques Mesrine, han girado en torno a la vida cotidiana del proletariado, el uso de la violencia, la admiración por la delincuencia como vida al margen o la desaparición de las comunidades por el desarraigo individualista. En su planteamiento anarquista se pueden rastrear las huellas de la Internacional Situacionista o de Walter Benjamin, igual que se mantienen como principios la abolición del trabajo alienado, de la familia y demás instituciones burguesas. Como se puede comprobar desde las primeras páginas de su ensayo, Dell’Umbria no necesita justificarse, pues ha mantenido una línea clara dentro del pensamiento más radical, que no parte de una simple postura intelectual.
Al interés de su análisis, se une una disposición del ánimo más positiva de lo habitual en este tipo de textos. Es decir, frente al pesimismo generalizado del pensamiento crítico, la lectura de Anti-Matrix no conduce ni al derrotismo, ni a la nostalgia. Primero, porque tiene el cuidado de mantener sus análisis a cierta distancia irónica del mundo. Después, porque propone algunas salidas utópicas moderadas que, a estas alturas, tienen efectos “saludables” en los lectores.
De esta forma, la crítica de Dell’Umbria al capitalismo y sus ficciones consigue apelar a nuestra capacidad de análisis y de subversión. Su escritura mantiene el tono airado de quien continúa estando a pié de calle, desde la perspectiva de lo popular, con todas sus aristas, ambigüedades e imperfecciones. Por tanto, la contestación política nunca es planteada desde la pureza o el maximalismo, sino que asume la contaminación de la vida comunitaria. El ejemplo más significativo que nos da Dell’Umbria son los “chalecos amarillos”, que se presentaban como un movimiento transversal de simples ciudadanos, eludiendo cualquier planteamiento de clase, mezclando reivindicaciones anticapitalistas y reaccionarias, pero siendo capaces de movilizar el descontento antisistema durante meses. Contemporáneamente, en España no hubo una movilización popular similar contra la subida de los carburantes y el encarecimiento de la vida. Nuestro caso fue mucho más simple, pues las protestas se concretaron en una huelga de la patronal de los camiones organizada por la extrema derecha.
En cualquier caso, el ensayo de Dell’Umbria evita las abstracciones huecas y las grandes declaraciones panfletarias, para centrarse en el examen de casos, problemas, acontecimientos u objetos muy variados, que sirven de ejemplo para comprender mejor nuestro mundo en crisis. Se va deteniendo en asuntos como el urbanismo, Wittgenstein, la religión, la búsqueda de la celebridad, la deuda, las piedras de Yap o Asger Jorn.
Anti-Matrix se convierte en un contrasistema filosófico anárquico, anti-metódico, pero cargado de fuerza crítica. Un no-sistema que, por ejemplo, comienza por la reflexión sobre la estética, entendida como el modo en el que sentimos el mundo. Aquí, Dell’Umbria sintetiza con precisión y belleza el ejercicio de aprehensión cotidiana de lo que nos rodea al afirmar que “se puede mirar sin ver, como un telespectador, y se puede ver sin mirar, como un chamán”. Y con esa sencilla diferenciación entre el ver y el mirar, consigue enfrentarnos a la incomprensión del mundo que se cierne sobre una sociedad que ha perdido la voluntad de mirar. Nuestra mirada parece siempre dirigida hacia objetos y hechos superfluos o estúpidos. En contraste, el ensimismamiento del chamán, vuelto por completo hacia su imagen interior, se convierte en un mito de la era cibernética. Para quienes no son capaces de mantenerse en silencio y sin estimulación constante, el chamán encarna una sabiduría tan sencilla, como inaccesible.
Del mismo modo, el ensayo se detiene brevemente en el caso de los sapeurs de República Democrática del Congo o de Uganda y en su derroche en la vestimenta, para explicar que “el verdadero lujo es comportarse como un gran señor a pesar de la precariedad de los recursos; dicho de otro modo, desdeñar lo cuantitativo”. Los sapeurs comenzaron a vestirse con las ropas de los colonizadores occidentales, pero con una fastuosidad que ha convertido sus desfiles callejeros y sus veladas en un juego irónico, de una provocación estrafalaria y una belleza decadente. De este modo, su actitud no busca plegarse a la simple glorificación de las marcas comerciales, a la simbología del poder y la cultura del esfuerzo, que representan los trajes de chaqueta, las corbatas y los gemelos. Sino que los sapeurs se muestran como dandis derrochadores y ociosos, igual que lo hicieron los Teddy Boy de los años 50, que se vestían de gala tras su jornada laboral en la fábrica.
Contrastando con esta belleza colorista, la monotonía estética de los urbanitas occidentales resulta cada día más deprimente. Como explicó Annie Le Brun en Lo que no tiene precio, nuestros chavales se han embarcado en una lucha simbólica que les homogeneiza a través de la imitación de los gestos, el lenguaje o la ropa exhibida en los barrios periféricos. El ejemplo perfecto de este ejercicio de generalización de los usos y costumbres del proletariado lumpen o “cani” es la música urbana, que juega con los límites de la obscenidad y la violencia, para glorificar las marcas y el lujo prefabricado capitalista. Ricos y pobres, pijos y currantes, progres y fachas, chavales y adultos se mezclan en una aburrida impostura, llevando la misma sudadera de Adidas. El efecto obvio de esta estandarización es el empobrecimiento del imaginario, la uniformidad estética, la fealdad y la desaparición de cualquier intencionalidad contestataria, contracultural o mínimamente política.
Por contra y para alejarnos del desaliento, en una entrevista reciente (se puede ver aquí ), Dell’Umbria nos describe la diversidad de los modos de vida en su barrio de Marsella y cómo se siguen explorando las grietas desde las que desafiar al orden policial y económico. Ejemplo de esto es la recuperación de la potencia contestaría del carnaval. A pesar del esfuerzo por canalizar y controlar la fiesta, la celebración aún es capaz de apropiarse de las calles con su pulsión dionisíaca. Como sucedió hace cuatro años, cuando más de 7000 personas desafiaron su prohibición por motivos de salud pública (recuerden la pandemia de covid) e invadieron la calle con música y disfraces. La fiesta más popular y escurridiza sigue mostrando la potencia de la mascarada para denunciar las situaciones de abuso, la vigilancia en los entornos cotidianos o la represión policial.
En cualquiera de los casos, Dell’Umbria se cuida mucho de hacer lecturas simplistas, estereotipadas o buenistas. En sus ensayos, busca mantenerse a la distancia suficiente que le permita mostrar, analizar y señalar para que el lector saque sus propias conclusiones. Igual que se aleja de cualquier tono didáctico y aleccionador. Para comprobarlo, no hay más que recordar ¿chusma?, donde describe con crudeza la insurrección de los banlieu, su potencia subversiva unida a la ambivalencia y la ausencia de una intencionalidad política o anticapitalista. De ahí que podamos leer fragmentos como el siguiente: “la revuelta de otoño de 2005, por su carácter desesperado y furioso, refuerza el cuerpo defensor de éste, el discurso totalitario del Leviatán policial, pues este último halla su realización en el estado de excepción: allí el concepto de Estado confirma su esencia”. Quizás haya que releer ¿chusma?, para comprender que cuando se explota, humilla y margina a la clase obrera de manera sistemática, la respuesta de ésta no tiene por qué ser la conciencia de clase revolucionaria, sino que, desgraciadamente, también puede ser la violencia irracional, machista y fascista. En los límites de la sociedad de consumo habitan tanto esforzadas comunidades de trabajadores, como auténticos monstruos. La complejidad del desastre de este capitalismo en decadencia no permite análisis superficiales, ni soluciones sencillas.
Rehuyendo el catastrofismo, Anti-Matrix termina recordando los peligros de amoldarnos al espectáculo cibernético, que nos expropia de cualquier responsabilidad, autonomía o hacer colectivo. Como Dell’Umbria comenta, quizás haya llegado el momento de realizar un ejercicio de memoria benjaminiano, escribiendo la historia de los perdedores, para recordar “del zócalo de Oaxaca en 2006 a la plaza de Taksim de Estambul en 2013, pasando por El Cairo, Barcelona, Oakland, Túnez y tantos lugares” en los que irrumpió la palabra pública, lo común, las posibilidades de un mundo habitable o, incluso, la revuelta como una “llamarada de vida”.
Reseña de María Santana
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